VALÈNCIA. María Antonia García Benau nació en Valencia en 1957. Catedrática de Economía Financiera y Contabilidad, se presenta por segunda vez a las elecciones a rector de la Universitat de València. Hace ocho años dio la campanada cuando estuvo a punto de derrotar al candidato oficial, el actual rector Esteban Morcillo, quien le ganó gracias al voto ponderado. Posteriormente, en 2014, y a causa de la grave crisis que asolaba al país y que se había traducido en severos recortes para la institución, decidió “hacerse a un lado” y vio como Morcillo, agradeciendo el gesto, integraba a parte de su equipo en el gobierno de la institución académica. Ahora se presenta de nuevo como alternativa al establishment.
—¿Cómo está yendo la campaña?
—Por ahora bien. Creo que hemos empezado con muy buen pie. Hemos diseñado una estrategia y se está cumpliendo. Las sensaciones que tenemos son muy positivas. En las reuniones que hemos mantenido percibimos que esta universidad quiere un modelo nuevo y les gusta lo que les ofrecemos.
—¿No les estará diciendo a la gente lo que quieren oír?
—No. Estamos diciendo lo que se puede hacer. Nuestra visión es desde la realidad. No estamos construyendo una universidad en el aire; estamos construyendo una nueva universidad partiendo de la historia, de la realidad y de las perspectivas que tenemos. Nuestro modelo es claro, es enriquecedor, mira al futuro, pero también es muy realista: parte de la situación que tenemos.
—Fue la que anunció su candidatura en el último momento.
—La candidatura la presentamos los segundos dentro del plazo que daba la Universitat. Los plazos de presentación los tres candidatos los hicimos igual. Nosotros tomamos la decisión de apostar por esta Universitat en 2009, cuando empezamos a plantearnos el cambio. Desde entonces hemos llevado ese compromiso en las venas.
—Aún así no parecía que se fuera a presentar.
—Nuestra opción siempre estuvo ahí. Es cierto que otro candidato, Vicent Martínez, dijo claramente con muchísima antelación que se iba a presentar. Creo que lleva un año diciéndolo. En cambio la otra candidatura [la de Mavi Mestre] no dijo nada hasta Navidad. Eso quiere decir que, efectivamente, si la otra persona, Mavi Mestre, se iba a presentar, debería haber dimitido como vicerrectora. Por lo tanto no quiero ni imaginar que estaba incumpliendo este principio ético tan importante; quiero pensar que tampoco tenía la decisión tomada.
—No ha sido cosa de un día.
—He estado durante meses hablando con compañeros de la universidad de todos los estamentos para ver cuál era la perspectiva que tenían en la comunidad universitaria de cómo había sido la gestión que se había llevado a cabo en los últimos años. Para mí es muy importante respetar lo que consideran las personas que están allí, necesitaba saber si la comunidad universitaria quería cambiar. Eso requiere su tiempo, sus horas de conversaciones sobre temas muy diversos, modelo de docencia, investigación, transferencia, conversaciones muy interesantes, y a mí me ha llevado mucho tiempo. La decisión de presentar la candidatura no es fácil, porque supone asumir una gran responsabilidad, y una persona ha de tenerlo muy claro. He necesitado de muchas conversaciones, como cualquier persona que ha de tomar una decisión de tanta trascendencia.
—Y obviamente le dijeron que había que cambiar.
—Desde el primer momento he recibido apoyo por parte de muchos compañeros. Ya existía una cultura de lo que nosotros suponíamos dentro de la Universitat. Llegó el momento y, estratégicamente, me presenté el día en que lo hice, el día que se presentaron todos: el 12 de enero.
—Ha mencionado varias veces las elecciones de 2010. ¿Hay un deseo de recuperar ese espíritu de cambio?
—Una de las cosas que recuerdo importante de aquella campaña fue la recuperación de la ilusión. La Universitat estuvo viva durante esas elecciones. Independientemente del resultado, recuerdo que se produjo mucho debate sobre la universidad y hubo mucha viveza. Creo que eso hace falta ahora. La Universitat de València ha estado muy apática unos años. Esa fuerza de querer cambiar, esa recuperación de la ilusión, que me parece muy importante, creo que está presente en esta campaña.
—Decía el otro día que, estos ocho últimos años, en la Universitat se han dedicado más a gestionar que a regir la entidad. ¿Podría decirse que ha echado en falta una política universitaria clara?
—Me gusta mucho diferenciar la gestión universitaria de la política universitaria, porque las grandes cosas se hacen con decisiones políticas. Luego hay que llevarlas a cabo, evidentemente, pero si no tienes una visión de lo que vas a hacer, no puedes hacerlo. La política es definir, dejar claro qué es lo que se quiere hacer. ¿Yo qué quiero hacer? Quiero internacionalizar la Universitat, que los estudiantes se vayan fuera y adquieran competencias lingüísticas, que nuestros profesores se vayan a trabajar con profesores de otros centros, ése es mi objetivo, ésa es mi política universitaria; voy a llevarla a cabo y voy a tomar decisiones en ese sentido. Durante estos años no ha habido política universitaria; sí ha habido gestión, se han resuelto cosas… Pero no se han tenido ritmos adecuados, hay que ser más dinámicos en la gestión. Nosotros lo que pretendemos sobre todo es definir nuevas políticas universitarias, algo que no se suele hacer en campañas universitarias pero que para nosotros es crucial.
—Sin despegar los pies de la tierra.
—Tienes que se realista. Puedes tener objetivos ambiciosos, pero hay que ser conscientes que en ocasiones se puede partir de cero.
—La candidatura de Vicent Martínez heredó en 2014 algunos miembros de la suya en 2010. Algunos siguen con él. ¿Eso no vendría a demostrar que ustedes dos tienen mucho en común?
—Sin entrar en los detalles de los programas, sé que hay cosas que nos separan. Una de ellas es que nuestra candidatura es un equipo cohesionado, muy de equipo, nada presidencialista. Nosotros somos unas personas, con nuestros bagajes, que estamos dispuestos a trabajar por la Universitat… como equipo. Eso creo que es la principal diferencia que tenemos con las otras dos candidaturas.
—¿Qué le diría a la gente de por qué no se presentó en 2014? ¿A qué se debió?
—Aquello fue una lealtad institucional en toda regla. Nosotros, desde que nos presentamos en 2010, tenemos un modelo de universidad y queremos aplicarlo. No comulgo con el modelo de universidad de Morcillo, pero 2014 fue un año muy complicado económicamente hablando, yo era perfectamente consciente de eso, y mi compromiso me obligaba a estar unida a quien estuviera en ese momento en la Universitat precisamente para salvar la dificultad tan importante que teníamos. En aquel momento estuve hablando con Morcillo. Creo que él valoró positivamente este gesto y fruto de aquello es que Ramón López [que forma parte de la candidatura de García Benau] haya estado trabajando estos años con él. Eso no quiere decir que compartamos el mismo modelo. Hay veces que uno tiene que ser consciente de que se debe apartar. Teníamos que dar un paso… no diría que atrás, diría que al lado.
—¿Hay posibilidades de que en caso de haber segunda vuelta uniría fuerzas con el otro candidato?
—Haber pasado antes por esto [las elecciones] te hace tener una perspectiva clara. Creo que vamos a tener un gran respaldo por parte de la Universitat. Espero que ganemos en la primera vuelta pero, en cualquier caso, como sí que estoy convencida de que vamos a pasar a segunda vuelta, creo que lo que sí hay que hacer es ver si, dentro del equipo de la persona que no haya pasado, pueden haber puntos de acuerdo. Habrá que negociar.
—De entrada parece más fácil, ya por la propia composición de los equipos, llegar a acuerdos con Martínez antes que con Mestre.
—Probablemente haya más puntos de acuerdos porque Vicent [Martínez] plantea de entrada un modelo de cambio, una filosofía diferente. Pero bueno, no sabemos quién va a pasar a segunda vuelta, si la hay. Lo que sí le puedo decir es que si yo soy la que gana, al día siguiente me sentaré con mis compañeros de las otras candidaturas para hablar, porque no dudo que cada uno quiera lo mejor para esta universidad. Son distintas universidades, pero lo que cada uno cree que será lo mejor. Yo les tenderé la mano.
—Usted cree que puede ser la primera rectora de la historia de la Universitat.
—Totalmente.
—De hecho estuvo a punto de serlo.
—Efectivamente.
—¿Qué significa para usted que en 500 años no haya habido ninguna mujer rectora?
—Este es un tema de gran sensibilidad para mí. Durante muchos años he estado trabajando cuál es el papel de las mujeres en las universidades españolas. Siempre he tenido una idea muy clara de cuáles eran los procesos de maduración que se siguen. Realmente la presencia de la mujer en las universidades ha sido distinta a la de los hombres. Cuando yo estudié en los años setenta fue cuando se produjo la llegada masiva de mujeres a la universidad. Eso requiere un periodo de maduración, hasta llegar a los puestos de máxima responsabilidad. Hemos ido avanzando poco a poco. No ha sido una ruptura del techo de cristal en un momento concreto. Creo que hemos ido rompiendo partes del techo…
—Agrietándolo.
—Sí. En este momento a mí hay algo que recuerdo mucho. Estuve en el Consejo de Universidades, en el Ministerio de Educación, y allí fui Secretaria General. Fui la segunda mujer que ocupó ese cargo. La primera, Elisa Pérez Vera, la que me había precedido, fue rectora de una universidad, la primera rectora española en una universidad pública. Muchas veces lo recuerdo y me digo: ‘la historia se va a repetir’.
—Ha hablado de la conciliación entre sus objetivos prioritarios.
—Nos preocupa bastante y por eso llevamos políticas concretas dentro de la universidad, queremos flexibilizar horarios, queremos introducir el teletrabajo… Sé que no es fácil, y sé que es un proceso que tiene aristas, pero lo vamos a plantear.
—Mucha gente no lo sabe, pero hay una gran competitividad dentro del mundo universitario…
—Estar al día de las investigaciones para dar una buena docencia, realizar una investigación científica que dé frutos, llegar a publicar en las revistas que están en el top, que pertenecen al JCR, exige muchas horas de trabajo.
—Pero no hay una obsesión por eso hasta el punto de olvidar la calidad.
—Hay una preocupación porque entre otras cosas las promociones dependen mucho de lo que hagas en investigación. Pero hay otra más allá: a los profesores nos encanta debatir con nuestros compañeros nuestras ideas, pero para poder hacerlo debemos ir a congresos, debemos presentar nuestras teorías, tenemos que someternos a críticas, tenemos que exponernos a que nos refuten…
—Aún así hay gente que hace trampas, que, como esos grupos musicales que viven de la misma canción durante décadas, se pasan toda su carrera profesional con una única idea. O que se citan los cuatro amigos todos los días entre ellos.
—No le digo que no, pero no creo que se pueda generalizar en absoluto. En la mayoría de los casos la gente es honesta. En mi área de investigación, que son las auditorías de cuentas, por ejemplo, le podría hacer un listado de todas las personas que trabajan este campo en el mundo. Les sigo y es normal que ellos me sigan.
—Se puede pensar pues que los índices se non è vero, è ben trovato.
—Lo comparto. Es un indicador, una medida, y a las personas en general, y a las instituciones, les gusta medirse. Pero cuando se miran con detalle es también cierto que se pueden encontrar cosas que no gustan de cómo se confeccionan esos índices.
—En uno de ellos, por cierto, la Universitat salía muy bien parada, como la tercera de España. Ese mérito me nace atribuírselo al profesorado.
—Es obligación de la institución ponerle los medios a esas personas, para que puedan conseguir sus objetivos. La Universitat de València tiene investigadores fantásticos, pero si tú le facilitas la tarea van a hacer esa labor todavía mejor. ¿Y quién lo puede facilitar? El equipo de gobierno.
—Las claves de su programa.
—Una universidad más humana, pero con nuevos modelos de diálogo y cercanía. Quiero cambiar la forma que tenemos de hablar y aproximarnos a la comunidad universitaria. No me gustan para nada las posiciones distantes.
—También aboga por el aggionarmento en la docencia.
—No podemos seguir usando métodos pedagógicos de hace décadas. Hoy día hay nuevos entornos, blogs, hay cursos online que son fantásticos para la formación continuada… Analizando qué tipos de universidades empleaban estos nuevos métodos, me di cuenta de que no influía la antigüedad de la universidad, sino el prestigio. Esto es importante porque corrobora que ya se ha contrastado la eficacia de estos nuevos modelos. Hay que hacer un esfuerzo en ese sentido porque nuestros estudiantes hoy no son los de hace 20 años.
—Pero es que la digitalización no puede ser un reto; debería ser una realidad.
—Ya, pero nuestra universidad no ha tocado esa realidad aún. Hay que llevar a cabo una transformación digital que requiere cambios importantes en todo lo que hace la universidad, para que no perdamos el tiempo haciendo cosas que no deberíamos…
—También por una cuestión de eficiencia.
—Esa será la consecuencia. La política universitaria debe favorecer la digitalización y la consecuencia será que seremos más eficientes. Pero estamos tan retrasados en este punto que va a requerir tiempo. Son decisiones transversales que afectan a toda la universidad y eso me hace pensar que no vamos a tener suficiente con una legislatura para poder hacerlo.
—¿No tiene la sensación de que la sociedad desaprovecha la universidad?
—No entiendo la universidad si no es para prestar un servicio a la sociedad. Lo que está claro es que tenemos que establecer cauces y puentes más claros para que esa relación sea más estrecha. Hay mil cosas que podemos hacer y que permitirán que esa interconexión sea como mucho más ágil. A la mayor parte de los colectivos les interesa lo que pasa en la universidad. Me preocupa mucho que los empleadores se interesen por la formación que estamos dando. Hay que definir mejor los puentes, porque nos interesa hacer nuestra aportación a la sociedad. La universidad tiene que ser el motor del cambio social. No podemos ir a remolque. Yo quiero impulsar un cambio en la sociedad, y para ello quiero establecer puntos de conexión entre las familias, las empresas, los estudiantes… Me gustaría establecer contactos con empresas españolas, internacionales, con las familias…
—También tienen la obligación de llegar a quienes no llega nada de información, de cultura…
—Una de nuestras apuestas de futuro, una idea que queremos desarrollar, es en el tema cultural, y es una aplicación inmediata de eso que está diciendo. Desde la Universitat se está haciendo un muy buen trabajo en La Nau, pero se ciñe al centro de València, no llega a los barrios. Nosotros queremos llevar a cabo iniciativas culturales que lleguen a barrios donde no llega nada. Queremos salir del centro de València. Ha habido una programación muy interesante, pero está limitada a un grupo de gente. Queremos hacer cosas para que la gente de otros barios vengan, o ir nosotros a ellos; igualmente con el mundo universitario, con los estudiantes, a los que queremos implicar.
Entró en la universidad con 16 años. Quería estudiar Matemáticas. “Siempre quise ser profesora de Matemáticas”, recuerda ahora riendo. Llegado el momento, en una época complicada de su familia, decidió seguir los pasos de sus dos hermanos mayores, tras “una reunión importante” con sus padres, ellos, y otros miembros del clan familiar. Incapaz de decidir, hizo las pruebas de acceso para las dos. Deseaba que le suspendieran en una de ellas para no tener que elegir. Pero aprobó las dos. Finalmente se impuso la posición familiar. Aún hoy hay veces que piensa que “podría haber estudiado las dos”. No se arrepiente. “Ahora estoy muy feliz, me encanta mi trabajo, y, sobre todo, soy profesora. Mi vocación es ser profesora. Podría ser profesora de lo mío, de Historia, de lo que fuera…”.
Durante su etapa como estudiante le tocó vivir los agitados años setenta, cuando los incidentes con la policía postfranquista estaban a la orden del día. “Viví la muerte de Franco, la Transición… La universidad me lo ha dado todo, pero en aquel momento, aparte de formación, me dio muchísima riqueza a nivel personal. Me hice mayor escuchando a trabajadores de una fábrica que se ponían en huelga y venían a la facultad a explicar sus motivos, teniendo debates… Había conciencia social, sobre todo por que queríamos una transformación de la sociedad”, comenta.
El 23-F le pilló cuando iniciaba su etapa como profesora. Mientras cuidaba un examen, un bedel llegó y le informó de que se había producido un golpe de Estado. “Yo no dejo el aula, no puedo”, le respondió. El bedel le insistió, pero García Benau, que comenzaba como profesora ayudante, no iba a permitir que ni Tejero le fastidiara su examen. “Recuerdo aquel momento y me río. No me quería ir, pero al final el bedel me convenció, cogí los exámenes de los chicos y pasé un miedo horrible. Salí de la facultad, entonces estaba donde hoy se encuentra Filología, y no había nada ni nadie. No había un alma. Y yo vivía a la otra punta de València”, ríe.
—¿Si echa la vista atrás, si recuerda a esa joven estudiante, qué cree que le diría la Maria Antonia de entonces a la que ahora se presenta a rectora?
—En aquel momento yo ya era una persona que no tenía problemas en pasar a la acción para intentar cambiar las cosas que no me gustaban. Estoy convencida de que me diría: ‘Has hecho lo que tienes que hacer; no puedes quedarte en tu silla mientras ves como tu universidad va hacia abajo’.
—Porque usted cree que la Universitat va hacia abajo.
García Benau asiente, coge su bolígrafo, levanta el brazo y lo suelta desde bien alto. La respuesta es el ruido del bolígrafo al caer al suelo.