BBC One estrena una serie sobre la vida cotidiana de un matrimonio que lleva décadas casado. Se trata de una producción en clave realista que trata de contar con pequeños detalles y de expresar con los silencios. Una serie original donde los momentos de vergüenza o tensión pueden ser más escalofriantes para el espectador que cualquier escena de terror. Es lo que tiene la vida real
VALÈNCIA. No veo que se haya montado mucho jaleo con la mini-serie Marriage que ha estrenado Filmin, será porque es realmente buena. En realidad, trata un montón de temas para polemizar como posesos en las redes de referencia. Habla del racismo, del dinero, del patriarcado, del machismo, de la monogamia, de los abusos en el trabajo... es una mina de cuestiones para discutir, sin embargo, el estilo realista, inequívocamente británico, en el que está producida quizá tenga una función no deseada de muro insalvable para el espectador acostumbrado a ritmos más frenéticos. Ya observamos hace unas semanas que tanto para los medios como para los polemistas, cuando un producto audiovisual no transita por las grandes plataformas, es decir, Netflix o HBO, es como si no existiera.
Sea como fuere, ignoro las intenciones del director y guionista, Stefan Golaszewski, pero a mí Marriage me ha recordado a The Wednesday Play o su sucesor Play for today, programas de la BBC en los años 60 en los que se presentaban mediometrajes sobre temas sociales. Podían ir de los problemas de la vejez a las condiciones de los reformatorios, pasando por el día a día de un ciclista. No fue un fenómeno exclusivamente británico, hubo este modelo de televisión en muchos otros países, empezando por la RDA o acabando por las Crónicas Urbanas de TVE, un formato lamentablemente abandonado. Yo los de la BBC no es los viera en su día, es que circulaban en DVD en las bibliotecas públicas de Comunidad de Madrid. En programas como The Wednesday Play empezaron directores hoy reputados como Ken Loach.
El famoso Dekalog de Kieślowski también entraría en esta categoría, aunque al polaco se le iba más la mano con el arte. Los telefilms británicos reunían las características recurrentes de un tema, las presentaban sin adornos e invitaban a la reflexión. Esto puede parecer una frase hecha, pero significa que permitía al espectador observar el mundo desde una perspectiva desconocida para él, lo que ensanchaba sus planteamientos. Hoy, sin embargo, somos más de estrecharlos para que nos quepan mejor en el culo, que es nuestro y eso es lo que más nos gusta, si no lo único: lo nuestro.
En Marriage tenemos a una pareja que lleva casada décadas. Él ha sido despedido de su trabajo y se encuentra en esa situación tan frecuente de no volver a ser contratado nunca. Las entrevistas de trabajo se convierten en momentos de humillación y las horas en casa sin nada que hacer en un infierno. La pesadilla de una persona que no se siente útil y teme ser una carga para los que la rodean. Una autopista hacia la depresión y extremos peores, como el suicidio.
Aquí no se nos pinta tan dramático, solo deprimente. Ella, mientras tanto, intenta tomarse en serio su trabajo en una oficina, pero es su jefe el que no se toma en serio ni a sí mismo. Es un "hijo de" con rasgos psicopáticos, con lo que su oficina es un espacio de trabajo desagradable y sometido a los caprichos del señor. La hija de ambos es adoptada, se acaba de independizar y, como suele ocurrir, las primeras relaciones son efímeras y traen rupturas y la inestabilidad propia de los veinteañeros.
Pese al género realista, Marriage no está exenta de manipulaciones al espectador. El autor ha considerado que para que observemos las virtudes del matrimonio es necesario conducirnos de la mano a esas conclusiones mediante los giros de guión muy poco ambiguos. La vida en pareja tantos años tiene el aburrimiento y el cansancio de estar siempre al lado de la misma persona como características más frecuentes. También ciertas dependencias que pueden hacer que el enlace se convierta más en una especie de cárcel que unión voluntaria. Sin embargo, estar muchos años juntos también puede ser consecuencia de una profundización en el amor. El enamoramiento es un fenómeno intenso, pero superficial y breve. Hay quien acaba siendo adicto a esa sensación, pero son mucho más gratificantes y difíciles de obtener los sentimientos profundos y duraderos. Esta mini-serie expresa muy bien estas ideas, aunque al final acaba presentándolas en carteles luminosos bien subrayados. Es una pena, pero no es tampoco decepcionante. Es una gran serie.
Sí que resulta sobrecogedor el mundo de los jóvenes. Un chico le dice a la hija de la pareja protagonista que no es su intención cosificarla, pero que le parece, ha observado, que es muy guapa. En otro momento, esa chica decide que sus padres y ella tienen que conocerse mejor y se pone a hurgar en sus heridas más profundas de forma brutal. Me he sentido muy alejado, a mis 43 años, de esa generación de robots que aquí se presenta. Aunque hay que entender que la historia transcurre en Inglaterra. En no pocas ocasiones, los personajes, que llevan décadas aguantándose, dan la sensación de acabar de conocerse. Tal vez sea flema británica, pero con los chavales resulta aún más estridente.
Bien es cierto que de toda la vida hemos sabido que ahí arriba no son dados a expresar emociones, sin embargo, personalmente, creo que nadie las enseña alegremente en ninguna parte, ni siquiera aquí en el sur, y que lo que varía entre unos pueblos y otros es la habilidad para fingirlas.
Por último, cabe destacar el papel de Sean Bean, que ya venía de firmar otro gran protagonista en Condena. Si entonces era un hombre común metido en una cárcel donde era incapaz de imponerse ante los criminales y matones y atravesaba un infierno, ahora es ese mismo hombre pero en la vida real. Un señor mayor al que los dependientes evitan en las tiendas por pesado y metepatas, un hombre vulnerable, inseguro, pero que es un pilar de integridad para su familia, lo que le llena de dignidad. Teniendo en cuenta que el noventa por ciento de series van sobre crímenes, asesinatos, policías o fenómenos sobrenaturales, cuando los productores dirigen al mirada al mundo real se disfruta bastante, es como llegar a un oasis tras días en el desierto. Si se trabaja con respeto por el espectador, incluso con amor, como en este caso, lo que vemos es difícil de olvidar, y esa debería ser la aspiración elemental de los que se sitúan tras las cámaras.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado