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No éramos dioses. Diario de una pandemia #7

Más tele que trabajo

24/03/2020 - 

VALÈNCIA. Me estoy dejando barba. Begoña me ha visto por Skype y dice que estoy atractivo. No me veo mal pero creo que tengo un aire al abuelo de Heidi. Incluso diría que he ganado en masculinidad con esta crisis.

A las diez de la mañana he quedado con mis compañeras de trabajo para mantener una videoconferencia. Me he tenido que descargar el Hangouts Meet. Antes me ducho y me acicalo con esmero. Quiero estar lindo ante un público femenino. También he sustituido la parte superior del pijama por una camisa a cuadros y un jersey marrón de pico. He girado la cámara para que no se vea que hablo desde la cocina, el lugar que más frecuento de la casa. En unos días me pondré como una foca.

La videoconferencia dura casi una hora, interrumpida por los previsibles cortes de sonido e imagen. Lo principal es que nos hacemos compañía, más allá del asunto para el que nos hemos reunido, secundario e irrelevante cuando de lo que se trata es de sobrevivir.

Nos despedimos y prometemos vernos dentro de una semana. Besitos.

En la calle el suelo está encharcado. Ha caído una fuerte lluvia. La primavera se ha estrenado con días grises. A lo lejos se oye a obreros dando golpes en edificios en construcción. Se agradece que aún quede gente trabajando y no sea en un supermercado. Vivo en una zona en expansión, con media docena de fincas que se están levantando. No sé quién comprará sus pisos.

Delatores que recuerdan a la Stasi

En la plaza mayor del pueblo dos hombres pegan la hebra, sentados cada uno en un banco. La escena es insólita. Los fotografío de espaldas para que nadie los reconozca. Empieza a haber mucho delator que recuerda a la Stasi y al protagonista de La vida de los otros. Es más fácil denunciar al vecino que al Gobierno incompetente que nos ha llevado a la ruina. Este Gobierno miserable anuncia otra vuelta de tuerca: controlará nuestros movimientos gracias a los teléfonos móviles. Un paso más en el estado policial en  que vivimos.

Javier Gutiérrez y Malena Alterio protagonizan la serie 'Vergüenza'.

Regreso a tiempo para cumplir con mi papel de siervo tecnológico. Echo mis horas de teletrabajo para que no me reprochen mi compromiso con el país. Pero esto no evita que me sienta extraño porque soy muy presencial, muy de contacto físico, muy de piel, y no me veo hablando desde una pantallita. Soy analógico y como tal tengo un pie y medio fuera de este mundo desquiciado en el que no me reconozco. Soy incapaz de reinventarme porque estoy de vuelta de muchas cosas. Para mí ha supuesto un gran trauma pasar de la Olivetti de mi juventud al Hangouts Meet de 2020.

Entre La peste y Sálvame

La tarde la dedico a descansar, después de escuchar el parte de guerra. En la cama sigo leyendo las soberbias memorias de Talleyrand. A las cuatro y media me levanto para ver la tele. Opto por las series, no soy de series, pero las circunstancias me obligan a hacer algo para matar el aburrimiento. Vuelvo a ver el primer capítulo de La peste, de triste actualidad y excelente factura, y otro de Vergüenza, una comedia divertidísima que protagonizan Javier Gutiérrez y Malena Alterio. Después no falto a mi cita con Jorge Javier. Necesito mi dosis diaria de Sálvame. Soy un hijo del pueblo llano. El programa se centra en el bicho. Aparecen Jesús Calleja y un hijo del Lorenzo Sanz. Kiko Matamoros se declara madridista como yo. Nadie es perfecto.

Apago la televisión. Está oscureciendo. Otro día más de reclusión que pasa. Los obreros se marcharon. Echo de menos sus golpes. Los pájaros se han ido a dormir. También extraño sus cantos. Solo pido que mañana no vuelva a llover y que la primavera se nos manifieste con una cara más amable y cariñosa.

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