GRUPO PLAZA

tribuna libre / OPINIÓN

(Mi) oda a la tortilla

¿Adiós al mítico bar del IES Lluís Vives?

7/09/2023 - 

Mi padre me contó que, hace muchos años, mi abuelo le dijo un día: "Yo he vivido la monarquía (Alfonso XIII), la dictadura (Primo de Rivera), la república y ahora Franco y todos los santos días he tenido que levantarme para ir a trabajar". Supongo que mi padre me contaba esa anécdota para que, siendo yo aún joven, no me viniera arriba y pensara que iba a vivir del cuento, así que me apliqué la moraleja y creo que no me ha ido mal. Eso mismo, por gusto, deseo o necesidad hacen cada día muchos currantes, entre ellos el protagonista de esta historia que, témome, a alguno le va a picar; cosa poco sorprendente si recordamos lo que dijo en su momento la gran Victoria Beckham cuando vino por aquí: "España huele a ajo".

Javier Lafuente es el último estandarte de la familia que desde principios de los ochenta ha estado al frente de la cafetería (la Conselleria creo que la cataloga de cantina, como en las pelis de vaqueros) del instituto Lluís Vives de Valencia, emblemático edificio situado en pleno centro de la capital, antes seminario, hoy centro de enseñanza, por el que han pasado algunas de las personalidades más preclaras (o no) de la terreta. Era una auténtica delicia hablar con Javi (la confianza permite estas cosas), pues su presencia tras la barra durante más de cuatro décadas le permite contarte anécdotas sobre el 23-F, las marcianadas de algún que otro docente o aquellos tiempos en que militares de Bétera y futuras azafatas compartían el espacio del bar.

Y he dicho era porque, al parecer, la cosa tiene fecha de defunción. A saber: los bares de los centros educativos dependen de concesiones que, periódicamente, se revisan, entiendo que con el objetivo de evitar herencias y nepotismos. Lo cierto es que Javi había mantenido el barco a flote hasta este curso en que, al llegar, me encontré la puerta cerrada. La razón es bien simple: los criterios de selección han cambiado desde la última concesión y parecen primar los económicos. De resultas de todo esto, una empresa más grande se ha hecho con la concesión y una familia que lleva en el ramo toda la vida se ve en la calle de buenas a primeras. No entro yo en lo legal, que si la ley es esa, pues qué le vamos a hacer (al fin y al cabo, los tiempos cambian y "apocalípticos o integrados"), pero mi necesidad de desahogo viene porque hay cosas que me sorprenden sobremanera.

Los criterios son la rentabilidad económica, cosa que se sustancia básicamente en unos precios más competitivos que otros. Desde luego no hay que ser un lince económico para comprender que las empresas grandes tienen mucha mayor capacidad de maniobra en ese aspecto, pero a nadie se le escapa que detrás de la frialdad del número se olvidan muchas otras cosas que al usuario del día a día le afectan no sólo en el bolsillo. El negocio de Javi es un negocio familiar, como muchos otros, y sé de buena tinta cómo las pasó con la pandemia, como muchos otros, y como resistió, como muchos otros, pero no puedo dejar de pensar en esa familia, en sus esfuerzos y, egoístamente, en mí, en los alumnos y en otros profesores del centro que dejaremos de saborear sus excepcionales tortillas, su arroz al horno, sus comidas de los viernes o su franca compañía. Personalmente, mi tendencia a la misantropía me llevaba a buscar acomodo en un rincón del bar, próximo a la barra, desde el que arreglar el mundo entre ambos. Yo buscaba su conversación y, cuando yo estaba raro, él sabía mantener la distancia y esperarme para tratar otro asunto. Eso ya no será posible.

Lo sorprendente es la bicefalia de la Conselleria d’Educació, una especie de Jano con dos caras que pide a sus docentes evaluaciones cualitativas porque trabajamos con personas, pero luego se ciñe a criterios de uno más uno para hacer su milagro económico. Eso, sin entrar en la ocurrencia de la administración saliente y la entrante, jugando a quitar y poner horas y obligando a rectificar los horarios que las juntas directivas tenían configurados desde julio. Y la razón, a mi modesto entender, está siempre en lo mismo: la estulticia humana no tiene límite y, por desgracia, siguen gobernándonos los mediocres de uno y otro costado. Ni pisan el aula, ni pisan la cantina, no sea que algún matón de tres al cuarto les explique en la barra que las cosas no se hacen con los pies, "como los políticos" (el gran Forges dixit). Los espíritus candorosos e idealistas dijeron que de la pandemia saldríamos mejores, pero no señalaron con qué grado de mejoría. Aunque yo lo tengo clarísimo: la mejoría para desmejorarlo todo; llevamos así años y nosotros agachamos la cabeza y tiramos adelante. Pero es lo que hay, la especie humana está abocada a su propia extinción y nadie se quiere hacer cargo de ello.

Se cierra la puerta del bar y siento cómo lo hace una parte de mí. Ya no hablaremos de fútbol, comidas o de conspiraciones catilinarias en el Vives. Ya no nos contemplará, como franco centinela, esa Oda a la tortilla cuyo título tomo casi prestado, escrita por un alumno que encontró en Javi, el del bar, un cariño que el resto del centro tal vez no supo (o no supimos) darle. Javi decidió enmarcarla y allí estaba junto a otras imágenes del viejo instituto. Puede ser que, legalmente, la decisión se ajuste a derecho, pero humanamente la orfandad no conoce de leyes. Está claro que estos tiempos no parecen ser buenos para la lírica ni para muchas otras cosas; si es así, yo tal vez me baje en la próxima, pero hasta en ese momento mantendré en mi memoria el sabor de una tortilla exquisita, las risas en el bar y, especialmente, el cariño y amistad de Javi, el del bar, y su familia.

Xavier Pérez Sanchis es profesor del IES Lluís Vives.

next

Conecta con nosotros

Valencia Plaza, desde cualquier medio

Suscríbete al boletín VP

Todos los días a primera hora en tu email


Quiero suscribirme

Acceso accionistas

 


Accionistas