Candaya publica esta historia incómoda sobre una mecánica de las relaciones humanas que pase el tiempo que pase, parece demasiado arraigada para desaparecer
VALÈNCIA. Determinantes posesivos: un elemento del lenguaje básico, esencial, primitivo. Necesario para la supervivencia. Existe un juego, un experimento, que nos obliga a elegir tres palabras que en una situación hipotética, serían las únicas que podríamos emplear para comunicarnos en un entorno ajeno. En una situación así, el yo en tanto en cuanto nombre pierde el sentido. No es tan útil. ¿Qué lo es? Por ejemplo, dame. A mí. Aquello que nos sirva para obtener, para conseguir. El tú tampoco importa. Dame. Mío. Hemos evolucionado mucho desde los primeros balbuceos que nos sacaron de las tinieblas de la ingenuidad. Hemos evolucionado mucho, pero no tanto. El poseer sigue definiendo nuestras relaciones. Poseer, lamentablemente, es ser. También el poseer a las personas. El afán de poseer persiste como una dinámica fundamental de nuestra existencia, y sin embargo, es una de las ambiciones que más destructiva resulta, sino la que más.
Miguel Dueñas es autor de Mía, una novela publicada en Candaya que radiografía la maldad intrínseca en la posesión cotidiana. Lo ha contado en su historia, y lo cuenta además en esta entrevista.
-¿Hay alguna vía de escape para no convivir con el maltrato?
-Miguel Dueñas: Hablábamos en la presentación de Mía como según ciertos estudios nuestro cerebro está preparado para la lucha tribal, y de hecho la pregunta subyacente yo creo que es, ¿esa preparación de nuestro cerebro para la lucha tribal realmente nos ha hecho evolucionar? Bueno, pues puede ser que sea una de tantas variables que han conseguido que estemos hoy aquí. Indudablemente el ser humano tiene cosas maravillosas y muchas de ellas o la grandísima mayoría están presentes en nuestra vida, pero claro, la pregunta es esa. ¿También lo malo nos ha forjado? ¿También lo malo nos ha educado? Y sobre todo, ¿ese maltrato o esa violencia que forma parte de nuestra vida, como digo, no solo en las relaciones de pareja, sino en las relaciones puramente personales, familiares y de amigos, incluso en nuestro entorno laboral, si esa violencia nos ha hecho, vamos a decir, entre comillas, ser mejores personas, nos ha hecho evolucionar hasta donde hemos llegado? Es muy interesante la pregunta. Francamente, creo que las buenas preguntas son las que no tienen respuesta y esta es una de ellas, cómo huir del maltrato.
-¿Cuál es la historia de Mía?
-Mía partió de una historia anterior, de mi anterior novela, La crecida. Uno de los personajes, un personaje femenino, tenía muchísima fuerza y tenía una importancia específica en la novela, pero no era uno de los personajes principales. Nada más empezar con este personaje, esta novela, dije, esta persona necesita una historia para ella. Ese personaje se convirtió en Mía. Es un personaje muy duro, aparentemente muy duro, ella lo intenta aparentar con su grupo de amigas, con su familia, con sus novios y sus exnovios, pero siempre, en cada momento, parece estar a punto de hacerse añicos. Por eso siempre digo que es la historia del cristal, muy duro, pero muy frágil a la vez. Mía nace de un secuestro, secuestraron a su padre y duró ese secuestro nada más que veintiún días, pero eso ya marca, indudablemente, la vida de su padre y la relación de ella con su familia. Su madre siempre le ha dado un mensaje muy claro, un mensaje que se da en esta sociedad a las mujeres, que es, oye, no te arrimes al primero que pase, piensa en ti, ten unos estudios, lábrate un futuro, tente en cuenta a ti misma. Y son, vamos a decir, mensajes muy diferentes a los que se les daban a sus madres y a sus abuelas. Los mensajes que se les daban a las abuelas y a las madres de hace años, hasta mediados del siglo XX, eran bueno, tú estás aquí para servir, aprende a cuidar, aprende a servir, aprende a cocinar, aprende a coser. Y, ¿qué pasa? Que era un futuro muy horrible, muy poco halagüeño, pero era un futuro claro. La mujer hasta mediados del siglo XX era educada para lo mismo, para lo que luego iba a desarrollarse su vida. Claro, lo que le ocurre a Mía es totalmente diferente, se le dan mensajes muy diferentes, pero ¿qué pasa? Que luego, cuando se hace un poquito mayor, empiezan a preguntarle, oye, ¿cuándo vas a tener un novio formal? ¿Cuándo me lo vas a presentar? ¿Cuándo vas a tener una familia? Y claro, esa dualidad, ese doble discurso tan alejado, es lo que provoca que Mía quiera encontrar un sitio que a priori no logra alcanzar.
-¿Cómo llega Mía a Candaya?
-La relación de Mía con Candaya ha sido bastante intensa. En principio, hace ya un año y medio, más o menos, Olga de Candaya, editora, hizo una apuesta por Mía de la que estoy agradecidísimo. Es una historia dura, que no todas las editoriales se habrían atrevido a publicar.
-Mía es un nombre que traído a nuestro idioma, con tilde, implica un lazo de posesión. ¿Qué nos pasa, que les pasa a los personajes masculinos de tu historia, por qué los hombres desarrollamos comportamientos tan atroces respecto a las mujeres?
-El nombre de Mía, en principio, no tiene tilde, pero nada más comenzar la historia vi que lo necesitaba, no solo por lo que implica el nombre, sino porque realmente el significado de la palabra Mía, esa posesión, ese sentido de posesión, bueno, pues en el libro es continuo y se ve página a página cómo está presente. Mía no "es" solo, vamos a entrecomillarlo, no es solo de su exnovio que le dice, oye, te llamas Mía porque eres Mía. Mía es de mucha gente y es lo que ella quiere cambiar. No ser de nadie, esa lucha por encontrar no solo su camino o su sitio, sino su propia libertad, su propia esencia. Claro, ¿qué nos pasa a los hombres para comportarnos de un modo tan atroz como ocurre en el libro? Todos, absolutamente todos, tenemos una educación controlada o manipulada o sesgada por el patriarcado, es decir, nosotros somos el resultado de un filtro y esa educación se nos ha dado, ese filtro se nos ha dado de una manera muy machista, no solo a los hombres, también a las mujeres, pero, ¿qué pasa? Que nosotros somos los que tenemos ese tipo de comportamientos. Es verdad que la sociedad en general, y cuando hablo de sociedad no solo hablo de un modo genérico, sino que hablo de nuestros padres, de nuestros profesores, de nuestra familia, de nuestros tíos, de nuestros hermanos, siempre de una manera oculta, de una manera bastante sutil, tratan de ocultar o de, vamos a decir, de resignificar ese machismo que todos tenemos. Nosotros somos, bueno, vamos a decir que somos personas reeducadas, pero nuestro filtro, nuestro patrón de conducta es el que tenemos marcado desde nuestra familia, desde la educación misma que recibió nuestra familia, nuestros padres y nuestros profesores. ¿Qué ejemplos podemos dar de este, vamos a decir, blanqueamiento de ciertos contenidos o de ciertos comportamientos que tenemos los hombres? Pues sobre todo en comportamientos violentos. Estamos bastante hartos de escuchar noticias a diario de una agresión, ha habido una agresión, por ejemplo, a una mujer o ha habido una agresión a una persona del colectivo LGTBI. Vamos a ver, no se dice ha habido un hombre que ha agredido a esta persona o a esta otra. Cuando hay actos vandálicos, decimos, cuando gana nuestro equipo de fútbol y salen a celebrarlo unos cuantos y al final rompen una farola o un mobiliario urbano, qué se dice: los violentos de siempre han hecho tal cosa. No, perdón, no son los violentos de siempre, son los hombres violentos de siempre, porque esas conductas las tenemos los hombres. Es triste, es duro, pero es parte de nuestra educación y esa educación la tenemos que cambiar.
-Los capítulos de Mía son en cierto modo autónomos. La elección de este tipo de narrativa, ¿tiene que ver con las elipsis que se dan en el libro? ¿Tiene más peso lo que se cuenta, o lo que no se cuenta?
-Yo tiendo a escribir capítulos muy cortos. En algunos libros he tenido capítulos de una sola oración. En Mía no ocurre, pero sí que hay capítulos de una sola página, y capítulos de dos, de tres, de cinco páginas. Creo que es una tendencia bastante habitual, o que creo que será habitual en poco tiempo. Lo estamos viendo antes que en literatura, lo vemos en otras artes, sobre todo en cine y en series de televisión. Tenemos... Cada vez duran menos las temporadas, por ejemplo en series de televisión hemos tenido temporadas larguísimas de veinticinco capítulos, y ahora, por ejemplo, las series no tienen más de ocho por temporada. Algunas, indudablemente sí las tienen, pero ya lo habitual es que tengan menos. Y cada capítulo está formado por una imagen, por una idea potente, una idea que engloba todo el capítulo, que es lo que ocurre en Mía. Se habla en cada capítulo de una idea diferente, una idea, como digo, muy potente y dura. En este caso hablamos de violencia y hablamos de maltrato. Ideas como la soledad, como la necesidad impuesta de tener pareja a cierta edad. Ese tipo de ideas son las que engloban a todo el capítulo. Indudablemente la trama va continuando y esa idea que se cuenta en ese capítulo hace que la trama se enriquezca de una manera u otra y hace que los personajes empiecen a hablar, empiecen a sentir y empiecen a obrar de una manera específica. Son muchos capítulos los que tiene Mía y en todos ellos hay una idea principal que en ocasiones se repite, en ocasiones no, pero que todas ellas forjan al personaje, forjan lo que significa Mía, que es la idea del cambio, la idea de la búsqueda y la idea del perpetuo camino, de intentar forjarse a sí misma hasta un final en que será el lector el que sepa o el que quiera saber si consigue o no consigue ese cambio.