VALÈNCIA. Mujeres jóvenes más o menos neuróticas que van enredándose en una cadena de errores y malas decisiones en las que dejan trozos de su dignidad y de las que salen como pueden hemos visto unas cuántas. Es el cliché sobre el que se sustentan miles de novelas y películas románticas, pelis de tarde y un montón de series. Pero digamos ya desde el principio que Cardo, la serie de Atresplayer, es el envés de este estereotipo. Y no, no es amable ni conciliadora ni simpática. Ni un cliché. Aquí vemos a la protagonista tomar las peores decisiones, una tras otra, e ir al desastre, pero no podemos dejar de mirar como quien ve venir un accidente desde lejos, sufriendo y sin poder hacer nada.
El inicio de Cardo no puede ser más explícito y clarificador. El lavabo cutre y oscuro de un garito. Una mujer joven se huele los sobacos y los dedos tras meterlos en sus bragas. Decide lavarse pero el grifo está roto, así que utiliza el agua de la cisterna y hace lo que puede. Se mira al espejo y sale al encuentro en la barra con un ex que ya tiene novia y con el que no tiene el menor futuro y puede que, ni siquiera interés, pero con el que acabará enrollándose en el mismo baño que ya hemos visto, bien puestos ambos de alcohol y coca.
Y esta secuencia realista, seca y agresiva, sin florituras ni glamour, marca el tono de la serie que cuenta el periplo de María, que así se llama nuestra protagonista, hacia el desastre. Estarán conmigo en que no es lo que encontramos habitualmente en las series españolas que hablan de treintañeras en crisis. Esos pisos llenos de plantas y colorines, esa iluminación blanca y clara, ese desorden súper fotogénico, como de anuncio de telefonía, donde viven las protagonistas de Valeria o Todo lo otro. Este no es el mundo de Cardo, en las antípodas del hipsterismo y muy cerca de la estética del cine quinqui. En realidad, son obras como Fleabag o Podría destruirte las que nos vienen a la cabeza viéndola.
Es la de Cardo una opción por un realismo del que la mayoría de las series y gran parte del cine español parecen huir. La historia de María transcurre en las calles de un Madrid muy real, el que no sale en los folletos turísticos, y en pisos pequeños y cutres que son los únicos que permite la precariedad laboral y económica. Cardo está escrita por la actriz Ana Rujas, que interpreta, de forma extraordinaria y comiéndose la pantalla, al personaje principal, y por Claudia Costafreda, que la dirige. En la producción tenemos a Los Javis, que han sabido apostar por esta propuesta que se aleja en muchos aspectos del mundo que han desplegado en sus creaciones.
Desde esa primera secuencia que hemos descrito María no deja de moverse y, lo hace aún más a partir de algo que tiene lugar al final del primer capítulo y que debería obligarla a plantearse algunas cosas de su vida, pero que no hace más que afianzar su vocación por el caos y el proceso de autodestrucción permanente en el que vive y que viene de mucho antes. Pero, aunque está en movimiento y nosotros con ella, yendo de acá para allá todo el rato, viendo gente, entrando y saliendo, en realidad no va a ningún sitio. Es una huida de sí misma, por cuestiones que vamos entendiendo a lo largo de la serie, y una negación constante de la realidad que la lleva a tomar esas malísimas decisiones ante las que dan ganas de gritarle a la pantalla: “Nononono. Pero, ¿qué haces?, ni se te ocurra”. Lo del accidente que les decía antes. Pero es que María no puede detenerse, no puede dejar de moverse, de drogarse, de beber, de follar, de aturdirse, porque cuando lo haga tendrá que enfrentarse a sí misma y a la realidad y eso le duele demasiado.
Hay muchos temas en Cardo. La tiranía de la belleza y la presión social sobre la imagen de las mujeres es uno de ellos. María es muy guapa, lo que le llevó siendo adolescente a ser modelo publicitaria, camino que dejó aparcado. Esa historia está basada, en parte, en la propia experiencia vital de la actriz Ana Rujas y el cuadro que nos presenta la serie de ese mundo de la publicidad y la moda es muy poco halagüeño.
El clasismo, el consentimiento o el abuso son cuestiones también presentes en la serie. Y la religión, que ocupa un lugar importante, así como la culpa. En realidad, el argumento se podría resumir como la Pasión de María, Pasión en mayúscula, como la de Cristo, con sus estaciones y episodios. Su mundo está lleno de estampitas de santos y altares. Y en la sorprendente banda sonora suenan saetas, tambores y trompetas; la música de Semana Santa, la que, solemne, acompaña los pasos de las procesiones y aquí a María mientras recorre varios submundos en busca de drogas, diversión o sexo. Pero, aunque vemos a la protagonista haciendo todas estas cosas la serie no la juzga, no hay moralina. María toma las peores decisiones y se muestra incapaz de afrontar las consecuencias de sus actos y lo que la serie consigue es que contemplemos, atónitas, su proceso de autodestrucción y cómo va directa al desastre.
Cardo respira verdad por todas partes, esa que en Valeria o en Todo lo otro escasea tanto. Te crees a esta mujer perdida y sufriente. Te crees esas casas, esos garitos y los personajes que la acompañan. Me creo sus miedos y sus emociones y me duelen sus malas decisiones aunque a veces me enfade con ella por el daño que se hace a sí misma, como cuando ves a alguien querido o vulnerable haciendo una idiotez. Así que, por favor, más series así en nuestro país. Series arriesgadas, con personalidad y estética propias, alejadas de imágenes estandarizadas y convencionales, con una apuesta por el realismo y que no les importe contar según qué cosas o colocarnos a los espectadores en posiciones incómodas. Series sin miedo.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado