El teórico y sociólogo, estudioso de los urbanismos alternativos en el Instituto Strelka de Moscú, propone atajar las consecuencias de la actividad humana mediante la intervención humana total
VALÈNCIA. Mamuts. Mamuts en pie de nuevo, caminando pesados y antediluvianos en la República de Sajá en Siberia, en el Parque del Pleistoceno de Sergei y Nikita Zimov gracias a la tecnología de la biología sintética. No es el guion de una nueva película sobre aventuras científicas que salen mal, ni tampoco el argumento de una novela distópica: es una idea no tan descabellada como pudiera parecer. De hecho, hay quien se lo está planteando muy en serio. ¿Que qué ganamos resucitando a los extintos mamuts? Uno de los protagonistas de Prometheus se lo explica con asombrosa sencillez al androide Fassbender y a quien quiera oírlo: los humanos hacemos lo que hacemos porque podemos hacerlo. O dicho de otra manera: si algo puede hacerse, se hará. Si adquirimos la capacidad de traer a la vida de nuevo especies de eras pretéritas, tendremos parques jurásicos. Si somos capaces de poner a un mamut a comer hierba en la Rusia del siglo XXI, más nos vale ir comprando con antelación las entradas para verlos, porque habrá cola.
Sin embargo, el turismo no es el motivo que se aduce para poner en marcha esta gesta: la idea es que la reintroducción de mamuts pueda ser beneficiosa para contener el rápido deterioro del permafrost, el suelo congelado que cubre enormes extensiones septentrionales de terreno, y bajo el cual se encuentran almacenadas cantidades igualmente enormes de gases de efecto invernadero, que de liberarse por culpa del cambio climático, acelerarían dicho cambio en lo que se conoce como un bucle de retroalimentación positiva.
Sea como sea, este ejemplo sirve para ilustrar una idea ambiciosa y arriesgada que ya hemos puesto en práctica a menor escala con resultados que han ido del desastre al éxito: el ser humano ha cambiado el ecosistema Tierra a fuerza de actuar sin pensar y sin preocuparse por las consecuencias; ahora el daño está hecho y de nada servirá limitarnos a frenar. En caso de que consiguiésemos cumplir algunos de los objetivos que nos hemos marcado —cosa harto improbable—, eso ni detendrá del todo ni mucho menos revertirá el proceso antropogénico en el que ya estamos inmersos y que previsiblemente nos podrá en serios apuros más pronto que tarde. Lo que hay que hacer no es parar, sino intervenir a nivel global, a lo grande. Hay que planificar el planeta que podrá seguir albergándonos, o lo perderemos. Hay que terraformar la Tierra.
Suena extraño: ¿terraformar no es lo que la ciencia ficción ha hecho en planetas inhóspitos y hostiles a la vida como el Marte actual? Terraformar es convertir otro mundo en una Tierra. En La terraformación. Programa para el diseño de una planetariedad viable (Caja Negra Editora, 2021, con traducción y prólogo de Toni Navarro), el sociólogo, teórico y estudioso de urbanismos alternativos en el Instituto Strelka de Moscú Benjamin Bratton plantea que después del destrozo, no podemos simplemente sentarnos a esperar: la única solución es diseñar y ejecutar un plan a escala planetaria que nos permita sobrevivir en la Tierra, una Tierra terraformada mediante un proyecto geotécnico, geopolítico y geofilosófico que reordene los flujos de su bioquímica antes del colapso.
En el horizonte que se vislumbra dentro de una década convergen dos grandes momentos: el de una inteligencia artificial descollando por encima de nuestra capacidad para entenderla, y el plazo límite para llevar a cabo la descarbonización de nuestra actividad —con toda probabilidad ese plazo haya sido rebasado hace ya bastante tiempo, pero de esperanza y autoengaño optimista también se vive—. Lo que Bratton propone es abandonar la idea de que la naturaleza existe al margen de nuestra mirada y de que lo artificial es malo per se: “En lugar de reforzar la idea de naturaleza, reclamaremos lo artificial (no en el sentido de falso, sino de diseñado) […] ¿Qué tipo de urbanismo se propone en el programa? Un urbanismo que sea proplanificación, proartificial, anticolapso, prouniversalista, anti-antitotalidad, promaterialista, anti-antileviatán, antimitología y prodistribución igualitaria […] Las respuestas al cambio climático antropogénico deben ser igualmente antropogénicas. Para tener éxito, deben ser firme y decididamente artificiales”. Bratton lo tiene claro.
El plan del autor, por supuesto, no está exento de fisuras: el proyecto no es moco de pavo. Además de las evidentes dificultades técnicas, puesto que todavía no comprendemos mucho las dinámicas que conectan los elementos de nuestro mundo, está eso de ponernos de acuerdo entre todos por el bien común. Antes nos extinguiremos que cooperaremos globalmente para no extinguirnos. La lógica entre naciones sigue siendo la de la política internacional, que consiste básicamente en maquinar para debilitar al vecino. Eso no tiene visos de cambiar de aquí a una década, ni en dos, ni en tres. Además, lo que sea que suene a planificación desata toda las alarmas de quienes invocan a la primera de cambio el comodín del comunismo. Planificar es comunista. Organizarse es comunista. La cooperación entre naciones para lograr el beneficio mutuo es comunista y bobo. Las ideas de Bratton, heredero de la ambición utópica de los cosmistas rusos, también en el catálogo de Caja Negra, serán irrealizables durante mucho tiempo, en concreto, durante todo el que dure la humanidad previa a la era transhumana.
Quizás, más allá todavía, una especie poshumana en red pueda verse como un todo y, libre de ataduras cárnicas y de individualidad, decida tomar las riendas del planeta. Es posible, claro, que para entonces, si ese entonces llega, las riendas estén más que perdidas. Terraformar la Tierra tiene como objetivo salvarnos aquí y ahora, redimirnos del desastre ecológico causado —que no destruirá el mundo, tampoco seamos arrogantes, lo que ahora destruimos es solo nuestro mundo—, y construir el planeta en el que tendremos que vivir todavía mucho tiempo, porque el universo es tan monstruoso que aunque podamos descubrir otros posibles hogares, nos va a resultar imposible llegar a ellos, y así seguirá siendo, mal que nos pese. Vivimos un tiempo ridículamente corto para las dimensiones de este cosmos. Planificar el destino de nuestra única casa puede no ser una mala idea al fin y al cabo.
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