VALÈNCIA. Puede que el título de este artículo sea un poco malicioso porque, probablemente, Las chicas del cable no pretende ser el tipo de serie que es Big little lies. Pero nos gustaría que lo fuera, que la primera serie española producida por Netflix, en vez de un culebrón lujoso fuese una serie adulta y compleja. Y como tiene muchos puntos en común con la serie americana, como el protagonismo coral femenino, el tema del maltrato y hasta un cadáver y una investigación policial, ahí va esa comparación que no es odiosa y, esperamos, tampoco ociosa. Por qué Las chicas del cable no es Big little lies.
Cliché, cliché, cliché
“Las chicas del cable representan el progreso, la imagen de la mujer moderna y desafiante dispuesta a tomar el control de su propia vida. Sin embargo, son muchos y muy variados los retos a los que deben enfrentarse estas mujeres cuya amistad y apoyo mutuo les ayudarán a salir adelante en el mundo que se muestra frente a ellas. Cuatro mujeres, cuatro maneras de entender el mundo y enfrentarse a los problemas”. La frase está en la página de Bambú Producciones, la productora de la serie y de grandes éxitos como Hispania, Gran hotel o Velvet, con la que Las chicas del cable guarda muchos parecidos.
Progreso, mujer moderna, retos, sororidad, ¿feminismo?… Ahí están esas cuatro mujeres, en el Madrid de los años veinte, muy bien definidas cada una de ellas: la superviviente de pasado oscuro que lleva de cabeza a los hombres, la apocada madre y esposa maltratada, la chica de pueblo que carga con las tramas más o menos cómicas y la moderna inconformista. También Big little lies y muchas otras series utilizan estereotipos para poblar el mundo de la ficción. Y así, en la serie americana tenemos todo un catálogo de amas de casa burguesas, ejecutivas agresivas o madres agobiadas. La gran diferencia es que, en ella, los clichés se dinamitan para construir un relato con personajes complejos, todo lo que no sucede en Las chicas del cable, aunque, a veces, lo intenta. Cuesta un poco tomarse en serio esa lucha por la libertad, ese “salir adelante en el mundo” cuando la trama romántica de culebrón, mil veces vista, acaba ocupando el centro del relato.
Sí consigue despegarse del cliché en el retrato del trío amoroso que decide vivir fuera de los cánones sociales, una de las mejores historias de la serie, que incluye poliamor y lesbianismo, además de ofrecer un retrato histórico, con ecos en la actualidad, sobre la discriminación sexual y la batalla por la libertad. Pero la necesidad de quemar trama a velocidad de crucero, especialmente en la segunda temporada donde no paran de pasar cosas, actúa en contra de cualquier pretensión de complejidad. Y de verosimilitud, porque si ya en la primera temporada costaba creer algunas cosas, sobre todo las vinculadas a la rocambolesca historia de la protagonista, en la nueva temporada el desarrollo de la investigación policial y todo lo que tiene que ver con el cadáver (que sí recuerda, y mucho, a Big Little Lies), es imposible de encajar.
¡Pero qué bonito es todo!
No ayuda mucho que las chicas, cuando no visten el uniforme, luzcan un modelito distinto en cada secuencia, con sus correspondientes complementos de zapatos, sombrero y bolso, que parecen sacadas de alguna maravillosa ilustración de Rafael de Penagos o de las portadas de las revistas La esfera o el Blanco y negro de la época. Hay que ver lo que daba de sí el sueldo de telefonista en aquellos años, una vez pagada la pensión.
Claro que así, junto al bello art déco de los decorados, todo queda realmente bonito; no cabe duda de que, desde el punto de vista del diseño de producción la serie está muy bien hecha y tiene mucho empaque. Que de eso se trata, que quede bonito, aunque se cuenten historias muy sórdidas. La belleza de todos los involucrados, ellos y ellas, es inevitable en una ficción así concebida. Sí, también son guapos Nicole Kidman y Alexander Skarsgård, una pareja de infarto, quién lo va a negar, pero el modo en que es utilizada esa belleza para definir a los personajes y su relación con el mundo en Big Little Lies es, precisamente, uno de los elementos que mejor expresan la gran distancia que hay entre ambas. Mientras que en esta serie es un elemento esencial para entender lo que les sucede, el modo en que son percibidos por la comunidad y por qué su vida es como es, en Las chicas del cable simplemente son guapos porque sí, porque toca y para lucir. No tenemos más que pensar, en la segunda temporada de Las chicas del cable, en ese momentazo de Yon González luciendo cuerpo sudoroso en camiseta imperio, justificado porque ahora trabaja de mecánico. Aunque solo en esa escena, ya nunca más en la serie, qué casualidad.
Feminismo y sororidad
El feminismo de Las chicas del cable sale a relucir siempre que se habla de ella, tanto desde el ámbito de la producción, como desde el de la crítica. Y algo de eso hay, cierto. Es de agradecer que veamos las históricas luchas de las feministas españolas a través de sus mítines, sus reuniones e incluso las redadas y la prisión a las que eran sometidas. Pasa lo mismo con la discriminación de las personas homosexuales y los procedimientos que se utilizaban en la época para “devolverles al camino recto”, y ya hemos comentado las referencias al amor libre y a libertad sexual, que son de lo mejor de la serie. También está, por supuesto, y formando parte del momento histórico que refleja, la batalla de las mujeres por conseguir el reconocimiento laboral y social, las imposiciones legales y burocráticas que impedían a las mujeres hacer un gran número de cosas, así como las situaciones de maltrato, en la trama que tal vez más ecos tiene con la sociedad actual, pero que de modo más convencional y folletinesco, sobre todo en la segunda temporada, está tratada. Y hay mucha sororidad, efectivamente.
Lo que es una lástima es que todo eso esté al servicio de los giros de guion, el atrezo y el efecto sorpresa. Ahí donde Big Little Lies cuestiona los roles de género, las grandes contradicciones que supone ser madre (por cierto, ¿qué pasa con la hija de cierto personaje de Las chicas del cable que aparece y desaparece de forma caprichosa en la segunda temporada?) y el patriarcado estructural, en la serie española se desarrolla la acción en un conjunto de tópicos que no cuestionan nada y se ponen al servicio de un producto resultón y coqueto, donde hasta las huelgas, que también hay, aunque un poco de chichinabo, tienen glamour. Todo es elemental, convencional y superficial. Convertida en culebrón total sin coartadas en su segunda temporada, la serie es entretenida, no se puede negar. La ves rápidamente y admiras el glamour, la guapura y lo bonito que es todo. Y tan rápidamente como la has consumido, la olvidas. Otra vez será.