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¿Por qué marchan todos los animales hacia el norte?

“Con el frío”, la nueva novela del escritor valenciano Alberto Torres Blandina, plantea la posibilidad de un cambio climático radicalmente distinto al que hemos contemplado hasta ahora

2/11/2015 - 

VALENCIA. El Día Cero cayeron dieciséis aviones al mar. Todos tenían algo en común; tenían como destino Islandia, partían de allí o pasaban cerca de la isla. Dieciséis cajas negras que una vez recuperadas de las gélidas aguas mostraron un mismo patrón, sencillo e inquietante: los aparatos simplemente dejaron de funcionar y se precipitaron hacia el océano arrastrando con ellos a todos sus pasajeros. Y entonces llegó la niebla, una niebla que envolvió al país de hielo por completo dejándolo incomunicado e invisible -nada penetraba aquella densa niebla, ni los más avanzados satélites-.

Pero este fenómeno, en realidad, no apareció tan repentinamente como pueda creerse. Antes del Día Cero, los animales comenzaron a comportarse de un modo extraño. Absolutamente todos los animales iniciaron una marcha desesperada hacia el norte, siempre hacia el norte, hacia la zona en silencio. Desde un elefante africano ramoneando en la sabana hasta una cucaracha americana oculta en una cocina cualquiera: todos decidieron al unísono que había que dirigirse hacia allí. No todos en realidad, una especie del reino no fue capaz de escuchar la llamada. Ese fue el ser humano.

 

Con el frío (Aristas Martínez, 2015) es la historia de un cataclismo a escala global que reduce a la nada la utilidad de toda nuestra ciencia y toda nuestra tecnología, y que pone de manifiesto algo que cada día se vuelve más evidente, el hecho de que hemos perdido el nexo que nos unía a la roca en la que vivimos, ese nexo que otros muchos seres vivos todavía conservan. Alberto Torres Blandina,nacido en Valencia en 1976, autor de las novelas Cosas que nunca ocurrirían en Tokio (premio internacional Las Dos Orillas 2007, Bellaqva), Niños rociando gato con gasolina (finalista Café-Gijón 2008, Siruela), Mapa desplegable del laberinto (Siruela, 2010), y coordinador del colectivo literario Hotel Postmoderno, nos enfrenta en su nueva novela a una realidad dolorosa y frustrante; en una época marcada por la hipercomunicación hemos perdido la señal que más importaba. La línea se ha cortado. “Los pueblos primitivos dicen que hemos perdido la armonización que nos unía a la Tierra. Los nómadas de Mongolia encuentran caminos en el desierto mirando el vuelo de los insectos, los zahoríes son capaces de hallar agua con la sola ayuda de una rama de olivo y los inuits saben dónde excavar la nieve para encontrar alimento solo mirándola. Nuestro mundo moderno nos ha enseñado muchas cosas, pero se ha olvidado de muchas otras”- dice Alberto.

¿Cuándo ocurrió testo? ¿Cuándo nos soltamos y comenzamos a ir por nuestra cuenta? El proceso empezó hace tiempo, pero no nos dimos cuenta. “Hay gente que cuando quiere saber qué tiempo hace mira la aplicación del móvil en lugar de abrir la ventana. O cree que entenderá el mundo mirando estadísticas (como tan bien muestra la serie The Wire o la mayoría de nuestros políticos) en lugar de observando a las personas. En algún momento de la historia el ser humano se separó de la naturaleza, dejó de vivir sobre la tierra para habitar sobre sus representaciones: los mapas, las palabras, los mitos, las fórmulas matemáticas”. Con el frío llegó la prueba de nuestra falta de aptitudes para entender hasta lo más básico de nuestro mundo. Pero también otra cuestión. Ante un mismo problema, se dan tantas soluciones como interpretaciones del mismo existen en función de la cultura desde la que se observe. ¿Qué hay tras la niebla? ¿Hay siquiera un tras la niebla? Puede ser un dios iracundo quien esté enfriándonos hasta matarnos como quien mete a un cachorro en la nevera para deshacerse de él; o un ser antediluviano hasta ahora dormido al que hemos despertado. Quizás en el epicentro de la desgracia humana se encuentre precisamente una inteligencia humana. ¿Será cosa del ejército, un experimento fallido? “En algún momento de la novela se dice que las respuestas siempre están ahí, esperando que encontremos la pregunta adecuada”. 

A bordo del Esperanza

En paralelo a las ventanas a las que nos asomamos, que nos revelan la manera de encajar el frío y la amenaza que se cierne desde el norte de distintos personajes y en distintos escenarios, transcurren unos breves testimonios, narraciones de aquellos que bien como voluntarios o bien como condenados, forman parte de la gran expedición hacia el enigma. El Esperanza, un trirreme de la antigüedad -ahora más útil que un destructor-, tiene como objetivo entregarse a la niebla y quién sabe. Todos en la embarcación tienen una opinión propia, una conjetura. Quizás lo que la niebla esconde acepte de buen grado a las vírgenes que viajan encerradas en un camarote. Quizás tras la niebla se encuentre la redención a través del sacrificio. Quizás podamos aniquilarlo, a eso. O quizás lo que veamos solo sea una parte de algo mucho mayor que nos es imposible percibir, y por tanto, nunca lleguemos a entender por qué marchamos hacia la extinción. Las cosas raras veces suceden del modo en que esperábamos. El cambio climático del que nos hablaron no era este.

Pero basta de dramatismos antropocentristas, Con el frío es al fin y al cabo una tragedia humana. Quienes parecemos estar en el punto de mira somos nosotros. ¿Es justo, injusto? En caso de tener que escoger, ¿fin del mundo, o fin de la civilización? “Fin de la civilización. Creo que la novela es un gran alegato antihumanista, entendido el humanismo como esa actitud paternalista que le hizo al hombre creer que era el centro y guardián de la Tierra. Esa actitud prepotente ha acabado traduciéndose en especies animales extintas, deforestación, cambio climático, contaminación, obesidad y apatía. No es una novela sobre ecologismo, pero late un profundo desprecio por el sistema capitalista que domestica y usa todo lo que tiene a su alrededor para conseguir beneficios, sin importar el daño causado. Un sistema que jamás piensa en el futuro, solo en el éxito a corto plazo. También por las pretensiones humanas de poseer la única verdad, que casi siempre acaban en fanatismos y guerras”.

Para verdad, esta: muchos animales huyen de los tsunamis, escapan ante la inminencia del desastre. El planeta tiene un grupo privado de mensajería en tiempo real -nada exclusivo- del que sin embargo no formamos parte. Pero la desconexión parece ser más grave. Nunca hemos abandonado la Torre de Babel. “Un traductor me contó una vez que le era más fácil traducir del chino al español que del italiano al español. Al principio no lo entendí, pero me lo explicó: el italiano y el español se parecen demasiado. El traductor tiende, sin querer, a hacer una traducción muy literal, perdiendo mucho del espíritu original, pues nos olvidamos de todos los matices que nos separan. En la globalización ocurre lo mismo: los mismos referentes son interpretados de forma distinta por diferentes culturas. Aparentemente hablamos de lo mismo pero, en el fondo, no nos estamos entendiendo. La globalización es un fenómeno superficial, no existe y jamás existirá. Hablaremos con las mismas palabras pero significarán cosas distintas”.

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