ALICANTE. Diría que escribir es uno de los trabajos más solitarios que hay –a la vez que infravalorado–. Siempre tú con tus pensamientos, que a veces son cuchillos afilados y se relacionan mucho con nuestra realidad diaria. A mí me han llamado vago, que me pusiera a trabajar y muchas cosas más que me quedarán por recibir. Creo que hay mucha gente que no termina de entender qué es dedicarse a crear algo.
Pueden querer entenderlo, pero no saben lo que significa porque solo se ve cuando enseñamos hacia afuera, pero la realidad es que en este trabajo muchas cosas se hacen con vistas a un patio luces. Lo mismo sucede con la moda, que a pesar de ser una de las industrias más deseadas por algunos, la otra mitad de la sociedad no entiende qué hacemos. Tampoco pretendo yo explicarlo, no me tomo tan enserio. Tengo claro que no estamos encontrando la cura contra el cáncer.
El sábado pasado me tragué durante hora y media una de las películas creo que más admiradas por el público y a la vez eternas para la crítica. Diría que con ella se dejó abierta la puerta hacia una realidad de la moda y a entender qué pasaba entre las bambalinas del estilo, qué había en el trasfondo del altillo. Grace Coddington, la mítica directora de arte del Vogue estadounidense, dijo de ella varios años de fama después del estreno que “ya estábamos [la gente que se dedicaba a la moda] un poco hartitos de que se nos comparara siempre con ella”.
En 2003 llegaba a las librerías de todo el mundo El diablo viste de Prada y tres años después, las grandes pantallas hicieron de la novela de Lauren Weisberger un must have para todos aquellos que querían entender qué era aquello de la moda. Weisberger, quien tuvo la suerte –o la desgracia– de asistir a la mítica directora del Vogue estadounidense Anna Wintour, descifraba en su libro el infierno por el que pasó con su jefa durante aquellos diez meses que trabajó para ella.
El título estaba claro: “El diablo” era aquella jefa infernal y “viste de Prada” por su posición de superioridad como directora de la revista de moda más importante del mundo. La película, con la magnífica actuación de Meryl Streep como directora, hace de algunos momentos incómodos por la dureza con la que se retrata aquella jefa, pero ahí sigues. Es de esas películas que, si llegas a ella y ya estaba empezada, te quedas a terminar de verla.
Aunque la película podría haber optado por ridiculizar y demonizar el mundo de la moda, no lo hace. El monólogo apoteósico del "azul cerúleo" proporciona una excelente explicación de las motivaciones de los profesionales de la moda y su impacto en nuestras vidas. Miranda, interpretada por Meryl Streep, justifica a Andrea, interpretada por Anne Hathaway, diciendo que todas las decisiones estéticas que toma, aunque parezcan despreocupadas, son el resultado de la visión y el trabajo de miles de personas a las que ella desprecia porque su trabajo no es intelectual. Aunque podamos estar o no de acuerdo con el despotismo de la moda, la película toma un camino difícil al respetar a los expertos en tendencias.
Diría que todos somos un poco esas mujeres con las que la protagonista se topa al entrar a la revista. Todos los somos porque vivimos en un mundo en el que cuesta mucho, muchísimo, que nuestra palabra tenga validez. Hay sectores a los que nadie les discutiría nada –nunca me atrevería a discutirle a un médico o astrofísico lo que me está diciendo–, pero es como que a la moda y al arte los ven banales, que no están a la altura de profesiones “serias”, que no sabemos hacer nada más que escupir colecciones y que todos podemos llegar a entender de ellas, sin saber que, dentro del mundo de la moda, casi todos tratan de contar una historia que nadie más llega a entender. Y claro que a veces nos volvemos despiadados con el tiempo. Nos hemos tenido que hacer a nosotros mismos para que nuestro sitio se respete. Porque lo que no se puede permitir es que nadie se meta contigo ni con la forma que tienes de ganarte la vida.
Aunque The devil wears Prada no es la primera película que describe la esclavitud de la belleza, sí puede explicar su contexto y servirá para que la gente entienda por qué queríamos ser tan delgados a principios del siglo en el futuro. En una sociedad en la que la ropa talla 38 es inexistente y Anne Hathaway es considerada "lista y gorda", la dieta de Emily, que ella misma describe como "estoy en una gastroenteritis de mi peso ideal", parece ser un obstáculo inevitable. "Sigo la dieta de no comer nada. Cuando estoy a punto de desmayarme, me como un quesito" afirmaba el personaje con una frase tan despiadada que nadie llegaría a creerse, pero que sacudió a muchas personas en aquel momento en el que las portadas las ocupaban modelos delgadísimas y jovencísimas.
La fama del film radica en que todos somos todos. Para ser justos con nosotros mismos, en nuestro entorno laboral y personal, todos seremos todos. El mal amigo, el jefe tirano, el chico que otro está demonizando,… y decir que no tan solo es una forma de auto engañarnos. Todos hemos tenido que hacer que nuestro sitio se respete en el mundo a base de codazos –o a cuchillazo si donde queremos entrar es un nido de víboras–, manteniendo nuestra bondad interna oculta y haciendo cola en las máquinas del gimnasio para conseguir ese ideal que se nos ha vendido.
Y así, sin más, descubrí que no quería desprenderme de ninguno de mis yos ocultos y que sí, que yo también soy un poco ese diablo que se viste de Prada.