VALÈNCIA. State of the union es una serie escrita por Nick Hornby, dirigida por Stephen Frears e interpretada por Chris O’Dowd y Rosamunde Pike. Y, a pesar de todos estos grandes nombres, tan apetecibles, me juego un chaleco adamascado del duque de Hastings a que no han oído hablar de ella. Cosas de las prisas, el marketing y este consumo acelerado y compulsivo que nos deja sin aliento.
Bien es verdad que la serie, de 2019 y agazapada en los catálogos de HBO y Movistar+, tiene algunas características que la hacen poco candidata a acaparar la atención en medio de tanto estreno y tanto aparato publicitario. Ojo, he dicho características, no cualidades, que de esas tiene para dar y vender. ¿Y cuáles son esas características? En realidad, básicamente es una: su carácter minimalista. La serie consta de diez capítulos que duran entre 8 y 10 minutos, en los que vemos a una pareja hablar en un bar. Iba a poner “y ya está”, pero, claro, “una pareja hablando en un bar” encierra todo un mundo.
Tras varios años de matrimonio y dos hijos, Louise y Tom entran en crisis y deciden acudir a terapia de pareja, así que cada semana se ven unos minutos antes de la visita a la terapeuta en el bar de enfrente de la consulta y charlan, mientras toman una copa de vino blanco ella y una cerveza él. Cada capítulo es una de esas conversaciones en el bar, en orden cronológico, a través de las cuales vamos conociendo su vida y sus circunstancias, sus sueños y sus frustraciones.
No esperen grandes gestos dramáticos, revelaciones sorpresivas y apabullantes o juegos psicológicos como en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Who's Afraid of Virginia Woolf?, Mike Nichols, 1966) o en La cinta (Tape, Richard Linklater, 2001), por poner dos ejemplos de películas que consisten en una conversación muy íntima entre muy pocos personajes. State of the union está en las antípodas. Tampoco sus personajes repasan lo divino y lo humano o intentan arreglar el mundo como en la magnífica Mi cena con André (My Dinner with Andre, Louis Malle, 1981).
Si conocen las novelas de Nick Hornby (y si no las conocen, lectura recomendada) se pueden hacer una idea muy aproximada del tono y el contenido de la serie: tiene esa ligereza o sencillez con las que es capaz de expresar cosas de gran hondura; el humor y la ironía que no esconden el desencanto o la angustia; gente normal y corriente (si es que eso existe), que intenta vivir el día a día con sus contradicciones y sus grietas; no hay grandes aspavientos, ni sentimentalismo, ni melodrama.
Y, por supuesto, está muy bien escrita. Una propuesta así, un relato construido con tan pocos elementos, no se sostiene si no hay un gran trabajo de escritura. Las conversaciones fluyen con toda naturalidad y nos dan información sin forzamiento alguno, mientras los personajes pasan por diversos estados emocionales: tristeza, alegría, dolor, aceptación, resignación, rabia, tranquilidad, etc. Y hablan de amor, desamor o deseo sin olvidar nunca la realidad, bien anclados en las condiciones materiales que nos acompañan en la vida. Cosas como que estar en el paro o no llegar a fin de mes afectan profundamente a las relaciones amorosas y familiares, eso que suelen olvidar gran parte de las películas y series que se encuadran en la falacia esa del amor romántico. Ya les aviso, hay poco romanticismo y bastante pragmatismo en State of the union.
Tampoco se sostendría la serie si los intérpretes no fueran capaces de dotar de verdad a esos textos tan bien escritos. Y aquí, tanto Chris O’Dowd como Rosamunde Pike, comediantes todoterreno, de esos que nunca fallan, brillan, luciendo toda su capacidad para expresar cualquier emoción con la mirada o un leve gesto. Hay que tener en cuenta que esto va de dos personas sentadas en una mesa y la cámara está con ellos prácticamente todo el rato, registrando cualquier cambio o movimiento. El trabajo de dirección de Stephen Frears está a su servicio y al del texto, mostrando todos esos cambios y uniendo y desuniendo en el plano a Louise y Tom en función del momento que estén atravesando en cada diálogo. Frears ya había adaptado al cine previamente una novela de Hornby, Alta fidelidad (High Fidelity, 2000), deliciosa película hoy convertida en obra de culto, y parece bastante apropiado que se hayan reencontrado, puesto que comparten una mirada parecida sobre el mundo, pero también sobre la forma de narrar.
Por cierto, mientras preparaba este artículo se ha anunciado el rodaje de una segunda temporada (¡bieeeen!) ambientada esta vez en Estados Unidos, Connecticut específicamente, con una nueva pareja. Repiten Frears y Hornby e interpretan nada menos que Patricia Clarkson y Brendan Gleeson. Esta vez no se nos pasará su estreno y allí estaremos para verla y disfrutarla. Mientras, no se pierdan esta delicatesen.
Hay más series con un planteamiento minimalista parecido al de State of the union, centradas en conversaciones y en el poder de la palabra y que, precisamente por su propia condición de rarezas han pasado por debajo del radar. Entre ellas, por supuesto, la gloriosa En terapia (In Treatment, 2008-2010), que adaptaba, a su vez, un formato de la televisión israelí. La serie, creada por Rodrigo García y emitida diariamente, sigue las sesiones de un terapeuta interpretado por Gabriel Byrne quien, cada día de la semana atiende a un paciente distinto, mientras el viernes es el propio terapeuta el que pasa por el diván de una colega. Aunque hoy en día goza de un prestigio merecidísimo, en su momento, tanto por su contenido esencialmente hablado como por las exigencias de visionado, con su sesión diaria, poca gente le hizo caso. Está anunciado su regreso, del que poco se sabe, excepto que estará protagonizada por Uzo Aduba.
Un ejemplo que ha pasado injustamente desapercibido es una comedia española, Gente hablando, de Álvaro Carmona. Es una producción de Flooxer que se puede ver en Atresplayer, y que, de momento, cuenta con dos temporadas, una de 2018 y otra de 2020, con un total de 12 episodios. Son capítulos independientes, también de corta duración, unos 15 minutos, en los que dos personas hablan en muy diversas situaciones. Aunque este tipo de series mantienen una cierta irregularidad inherente a su propia estructura de historias cortas, cada una diferente de la anterior, Gente hablando está bien escrita e interpretada, es ingeniosa e inteligente y su modestia no debería ser ningún impedimento para su disfrute.
Más allá de la ficción y, en este caso, con la repercusión que merece, tenemos desde hace unas semanas en Netflix una serie documental que consiste, básicamente, en una conversación, Supongamos que Nueva York es una ciudad (Pretend It's a City, 2021). En ella, Martin Scorsese habla y se parte de risa (la risa contagiosa del director es maravillosa) con la escritora Fran Lebowitz, personalidad singularísima y fascinante que, como a Scorsese, nos deja embobados con su ingenio.
Y, que quieren que les diga, muy bonitos y llamativos los dragones y las batallas de Juego de Tronos, pero lo que nos enganchó de verdad fueron los inolvidables diálogos de los protagonistas, como Tyrion, Varis, Meñique, Olenna o Cersei. También nos enganchan los dos capítulos especiales y muy emocionantes de Euphoria, motivados en parte por la situación pandémica actual, que son sendas conversaciones de las protagonistas, con su padrino de Narcóticos Anónimos en el caso de Rue y con su terapeuta en el de Jules. Y cómo olvidar el final de la extraordinaria The Leftovers, en el que, simplemente, un hombre y una mujer se miran, les miramos y hablan. Pues eso, todo un mundo en una conversación.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado