Hablamos con Jaume Policarpo sobre títeres, teatro, memoria y el poder evocador de los cacharros
VALÈNCIA. ¿Qué tienen en común una pelota aplastada, un abanico antiguo, una tetera y unas tenazas? No dejamos que cunda la intriga y despejamos rápido el interrogante: todos esos artículos forman parte del imaginario artístico de Jaume Policarpo, que imparte del 10 al 12 de octubre un taller sobre dramaturgia y objetos en el marco de la 9ª edición de CREADOR.ES, festival dirigido a autores escénicos.
En una sociedad atiborrada de productos y regida por los cantos de la acumulación, el dramaturgo y titiritero propone “cambiar la mirada” sobre los utensilios que aparecen sobre las tablas durante una función. En concreto, ansía, armar revuelo respecto a dos circunstancias aparentemente contradictorias: “el poder” que albergan los cachivaches que nos rodean y “el poco caso que normalmente se les hace, pues en el teatro convencional quedan reducidos a mero decorado”.
“Siempre defiendo que los elementos utilizados en una pieza, ya sea en manos de los actores o formando parte de la escenografía, tienen un carácter mucho más profundo –destaca–. Hay que reparar en ellos y estudiarlos desde diferentes perspectivas para que tanto el autor de la obra como sus intérpretes tengan conciencia de su importancia y de las posibilidades dramatúrgicas que ofrece, pues da mucha información al espectador de lo que deseamos comunicar, sobre todo cuando intentamos elevar un discurso poéticamente. De los objetos se desprenden cuestiones de alto valor dramatúrgico”. Trastos que perturban, fascinan, sacuden o hipnotizan. Que incitan a la carcajada, a la angustia, al desánimo o a la añoranza. Vehículos para la evocación y el entusiasmo; para la angustia y el tormento. Para la esperanza.
Por una cuestión meramente estadística, podemos suponer que gran parte de los dramaturgos que participan en esta entrega de CREADOR.ES cuentan con una trayectoria centrada en los asuntos textuales. El reto aquí es que esos autores abran la mirada “a las imágenes, los símbolos, la composición, la estética… E incluso, si le das la vuelta, es una forma de concebir cómo un personaje está manipulado por otro que lo condiciona en sus acciones”. Así, frente a una tradición que pone el foco en lo verbal como andamiaje escénico, este creador decide desviar el acento hacia asuntos que “pueden parecer accesorios, pero que cuando los miras, descubres que son tan relevantes como las propias palabras”.
Entre los ejercicios con los que busca desplazar el centro de atención del vocablo a la cosa, Policarpo muestra ciertas manufacturas (por ejemplo, unas tijeras onduladas) a los participantes y pide que indiquen “qué les transmiten, qué les están contando. Salen ideas increíbles y también muchas coincidencias: encontramos utensilios que a varias personas les remiten a pensamientos parecidos, que apelan a ciertas conexiones compartidas. Tenemos un acervo común de sentimientos y sensaciones ligados a cierto tipo de artilugios”.
Policarpo propone también recuperar y someter a observación “objetos del pasado, que han pertenecido a alguien, que tienen un significado íntimo y un uso. Simplemente contemplando esos elementos y utilizándolos en escena, se desencadenan sentimientos, te transportan a otra época, pueden representar a un personaje, pueden contener el tiempo, que es tan difícil de expresar. Al mirar algo de hace un siglo, notas el paso de los años, la historia que ha ido acumulando”.
Su vínculo artístico con los cachivaches nos habla de memoria y experiencia, pero también del consumo rápido que atraviesa e inunda la contemporaneidad. Así, hace una década se zambulló en una investigación sobre los artículos de un solo uso, en concreto, los “vasitos de plástico desechables, que dio como resultado una poética extraña, sorprendente y muy conectada con lo contemporáneo”. Esa expedición artística cristalizó en el espectáculo Cosmos. Igualmente, durante una época experimentó con bolsas del supermercado, también con preservativos, “ya que eran perfectos para hacer una síntesis del cuerpo humano: un contenedor repleto de agua con una piel que lo recubre”. Al llenar de agua esas piezas de látex y manipularlas “adoptaban formas y movimientos muy interesantes”.
Dentro de ese lirismo del utensilio reconvertido, el escenógrafo y director de escena señala que cuando te lanzas a analizar “algo tan simple como un vaso de usar y tirar, te remite a cuestiones como la homogeneidad de productos idénticos que puedes encontrar en todo el mundo, el diseño, el material, para qué lo utilizas… Una infinidad de asuntos sobre los que no reparamos y de los que puedes extraer reflexiones sobre tu propio momento vital, la realidad en la que vivimos ahora… Y todo eso tiene una relación directa con el teatro, pues son temas que siempre estamos abordando”. Trastos, vida y dramaturgia se muestran así como una tríada de conexiones íntimas. No es casual, pues, que en las representaciones, Policarpo se entregue a las maniobras con artilugios “polivalentes y polisémicos, según cómo los utilices te remiten a una sensación u otra. Y eso escénicamente da mucho juego. Por ejemplo, un aro puede ser un agujero y también un collar. Me fascina que las cosas condicionen la historia que estás contando”, explica el fundador de la compañía Bambalina Teatre Practicable.
Con la sangre titiritera accionando los engranajes de su organismo, Policarpo alumbra el camino que le lleva de la marioneta al cacharro y viceversa: “cuando intentas ampliar el concepto de títeres siempre acabas en el objeto, porque en realidad el títere es un objeto, en el sentido de que es un elemento que existe y que cualquier persona puede utilizar para comunicarse, expresarse, significar algo... La definición de objeto, encaja muy bien con mi idea de títere contemporáneo”. Y aquí juega un rol esencial la abstracción: un simple papel, al animarlo y hacer que se mueva, que parezca que está vivo, “llega un momento en que se convierte en un personaje. Y ese paso de no ser un personaje a serlo me parece muy representativo de lo que es el teatro”.
El campo semántico de la marioneta y sus variaciones está presente en todo tipo de latitudes y cronogramas, la encontramos en sociedades de naturalezas y estructuras diversas. ¿Dónde reside ese potencial para cautivar a audiencias tan dispares geográfica e históricamente? Policarpo al aparato para subrayar que el títere “es sintético y eso le otorga muchísima fuerza expresiva en el escenario. Creo que sobre las tablas, con la distancia de la representación, lo que tiene más potencia es lo que es más esquemático, lo más puro. Un titiritero no busca recrear la realidad tal cual, sino un código propio que nos transporte a otros planos. Además, desde hace años, es un ámbito creativo en el que muchas compañías están poniendo en marcha proyectos muy experimentales”.
Su compañía nodriza, Bambalina, cumplió cuatro décadas en 2021. Con la perspectiva que otorgan tantos aniversarios sumados, le solicitamos un esbozo sobre el panorama internacional de la marioneta y sus periferias. “No hay grandes compañías de referencia, sino compañías medias con iniciativas muy interesantes que no suelen moverse por los grandes circuitos, sino por festivales especializados y que llevan a cabo un trabajo de investigación fascinante - comenta–. En cualquier caso, creo que el lenguaje de los títeres se ha popularizado y es mucho más común encontrarlo en escena que hace 40 años”. Precisamente una de las grandes iniciativas germinadas en los terrenos de Bambalina es la Mostra Internacional de Titelles a la Vall d’Albaida, que inaugura su 37ª edición el 13 de octubre. En este caso, se trata de un encuentro que combina “títeres tradicionales con espectáculos más arriesgados y contemporáneos. El objetivo siempre ha sido mostrar que los títeres son un universo complejo, un arte amplio que abarca muchas posibilidades. Cuando mostramos la 1a Mostra, queríamos reivindicar eso porque en aquella época se pensaba en los títeres como teatro para niños donde veías muñecos pegándose con cachiporras”, resalta.
El universo de la marioneta ha estado abandonado durante mucho tiempo en el cajón de las manifestaciones artísticas que se consideraban únicamente aptas para un público infantil. Una etiqueta interiorizada tanto por las audiencias no especializadas como por los programadores responsables de incluir estas piezas en sus ofertas escénicas. Frente a recelos y prejuicios, Policarpo agita como arma la efervescencia creativa: “los prejuicios todavía existen, pero la forma de luchar contra ellos es realizar producciones de calidad, series, dignas, rigurosas. Esa es nuestra manera de reivindicarnos. Hemos tenido grandes hitos, como los galardones que obtuvimos en los Premios de las Artes Escénicas Valencianas con el montaje de La Celestina. Nuestra aspiración no era ser la mejor compañía de títeres del mundo, sino una buena compañía de teatro”.
En un ecosistema poco acostumbrado a considerar estas representaciones como alimento destinado a espíritus adultos, el dramaturgo reconoce que, en ocasiones resulta “complicado que el público acuda, pero una vez se sienta en la butaca y empieza la función, deja de tener importancia si es circo, danza, títeres…”. Y una última aportación: en propuestas como la adaptación de La Celestina, Policarpo apuesta por trabajar con los actores a la vista. Es decir, la audiencia les observa manipulando las marionetas “y eso desconcierta un poco al principio, pero a los cinco minutos entran en la propuesta estética, entienden perfectamente el juego… y ya no hay nada más que explicar”.