VALÈNCIA. Los efectos del #MeToo son muchos, variados y a largo plazo. Surgido a raíz de las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein, que acaba de ser declarado culpable por delito sexual en primer grado y violación en tercer grado, su alcance es impredecible. Por lo que toca al campo de la ficción, que es a lo que nos dedicamos en esta columna, uno de sus efectos inmediatos y más visibles es la aparición de tramas vinculadas al acoso sexual en películas y series. No quiere decir que anteriormente no existieran esos argumentos y que no fueran tratados con interés y complejidad (basta con pensar en Mad Men), es solo que ahora nacen de una indudable autoconciencia y adquieren una trascendencia que antes no tenían.
The Morning Show, la primera serie de la nueva plataforma de Apple, es un perfecto ejemplo. Una estrella de la televisión, presentador de un programa matinal durante quince años (Steve Carrell, excelente), es despedido cuando sale a la luz que es un acosador sexual. Este es el punto de partida y, desde aquí, la serie explora las múltiples consecuencias que conlleva la denuncia de estos hechos tanto en lo individual como en lo colectivo. Que, además, esté ambientada en un programa de televisión, además de permitirnos verlo por dentro, facilita agudas y nada confortables reflexiones sobre el papel de la información y la conformación de la opinión pública.
Y esa indagación lleva a una conclusión inevitable: la existencia de una auténtica cultura del abuso, por emplear el término empleado en la propia serie, aunque no me guste nada utilizar así la palabra cultura. Abuso que es principalmente, además de la expresión máxima del machismo, un ejercicio de poder y que, por lo tanto, crece y se alimenta en una estructura fuertemente jerarquizada como es la del programa y la cadena de televisión. El abuso está interiorizado como una práctica normal en el mundo empresarial, de modo que la caída del acosador significa la caída de todo el sistema y de los que están en la cúspide, así como de la tupida red de intereses y favores debidos: gran parte del argumento muestra los tejemanejes de los mandamases para evitar esa caída, buscando chivos expiatorios y desviar la atención.
Sacar a la luz los abusos provoca un terremoto cuyas ondas llegan a todas partes: a la familia del depredador, a sus compañeros de trabajo, a la dirección de la cadena, a los espectadores del programa. La culpabilidad se extiende como una mancha entre todos los que han rodeado al acosador: culpabilidad por omisión, por complicidad, por ocultar los hechos, por haber mirado a otro lado, por no haberse dado cuenta. En todos los casos lleva a una autoindagación sobre el comportamiento propio, sean hombres o mujeres. En este sentido es muy interesante el caso de la pareja formada por el hombre del tiempo, interpretado por Néstor Carbonell (viejo conocido de Lost), y una ayudante de producción mucho más joven que él. Aunque su relación no conlleva ningún tipo de abuso y es sincera, ambos se ven interpelados por lo sucedido: él se plantea si está traspasando alguna línea roja, mientras que ella se ve obligada a verse a sí misma del modo en que la pueden ver los demás, una aprovechada que progresa gracias a acostarse con un jefe. Claro que también puede llevar a la negación, como en la pegajosa e inquietante conversación entre el personaje de Steve Carrell y su amigo, el director de cine interpretado por Martin Short, una de las mejores escenas de la serie.
Porque no se trata solo de gestionar la culpabilidad y la sospecha. Se trata de lo que supone ser mujer en el mundo laboral. A cuenta del caso concreto del presentador acusado, la serie ahonda mucho más profundamente y plantea una de las raíces estructurales del problema, que es la diferente consideración social que recibe el comportamiento de hombres y mujeres. Y así, vemos cómo la protagonista, la periodista copresentadora del informativo interpretada muy convincentemente por Jennifer Aniston, ve peligrar su carrera porque es “vieja” y, por lo tanto, reemplazable, aunque haga lo mismo que hace el copresentador con su misma edad. O que mientras el presentador, un tipo simpático y cordial, es admirado y agasajado por todo el mundo, una productora del equipo, que fue su amante durante un tiempo, es vista con recelo por el resto y considerada una trepa que ha utilizado el sexo para medrar.
La serie utiliza un recurso narrativo muy útil cuando se utiliza bien, como es el caso: la presencia de alguien recién llegado al grupo que sirve de cicerone para el público. Y así, las denuncias de abuso coinciden con la aparición de una periodista comprometida e idealista, a cargo de la siempre eficaz y competente Reese Whiterspoon, cuyas acciones ponen en evidencia la hipocresía o, en el mejor de los casos, la autocomplacencia comodona de quienes hacen el programa. Por cierto, Whiterspoon y Aniston son productoras de la serie.
Los inicios de la serie son titubeantes. De hecho, el primer capítulo no es precisamente el mejor de la serie y no hace prever lo entretenida y atractiva que acaba siendo. Pero va in crescendo, añadiendo interés, cada vez más capas y, en ocasiones, transitando por caminos inesperados. Algunos personajes secundarios van acaparando protagonismo de forma bastante orgánica, ayudados por las buenas interpretaciones de Gugu Mbatha-Raw, Mark Duplass y Billy Crudup, entre otros. Conviene detenernos en este último porque Billy Crudup hace una auténtica creación de su personaje de productor ambicioso y sibilino. Resulta magnético con su calma tensa, su sonrisa cínica y su particular forma de moverse y ocupar el espacio. Es desconcertante para el resto de personajes y también para el público, e, indudablemente, consigue robar la función cada vez que aparece. Y el dueto musical que forma con Jennifer Aniston es inolvidable.
No es una serie perfecta, de hecho, es más bien desigual, y el final de la historia es discutible en su apelación a lo melodramático. También a veces deriva un poco en lo explicativo, en la tesis, no lo vamos a negar. Pero como ya hemos comentado, es muy entretenida, y consigue hacer verdadera pedagogía de lo que supone el abuso y sus consecuencias sin ir por caminos fáciles y trillados y sin renunciar a lo complejo. No es poco logro.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado