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'The Quiet Girl' y la belleza del cine silencioso

24/03/2023 - 

VALÈNCIA. Cine íntimo, silencioso y pausado, lleno de contenido y emoción. Eso y más es The Quiet Girl, la película irlandesa de Colm Bariéad que se ha colado, con toda justicia, en las listas de lo mejor del año. La historia de una niña de nueve años que, ante el nuevo embarazo de su madre, es enviada a vivir unos meses con unos parientes lejanos a los que no ha visto desde que era un bebé. Y así, pasa de un hosco entorno familiar hecho de pobreza y mucha tensión al mundo apacible y aburrido de una pareja mayor que cuida de su granja. 

Cáit, que así se llama la niña, es silenciosa y de apariencia triste y no parece encajar ni en su ruidosa familia ni en la escuela ni en ningún otro sitio. Fluye por las imágenes una violencia soterrada no explícita que parece amenazar su vulnerabilidad constantemente y, por eso, cuando, desconcertada y temerosa, llega a la granja de sus parientes y nosotros con ella, no sabemos qué esperar. Quizá, también, porque nos ha ganado el cinismo y parece que no somos capaces de esperar la bondad, de tantas veces como el realismo se vincula exclusivamente a mostrar lo peor del ser humano.

La película comienza con una voz en off que grita su nombre, Cáit. Son sus hermanos buscándola mientras la cámara nos la va descubriendo lentamente, agazapada y escondida entre la hierba, en una muy bella imagen en la que parece nacer de la tierra, solitaria y aislada en medio del plano, tal y como la veremos en su entorno a partir de ese momento. La historia está contada desde la mirada de la niña, con puntos de vista bajos y encuadres donde descubrimos junto a ella lo que tiene alrededor, de ahí que muchas cosas del mundo adulto no se expliciten o no mantengan la continuidad, como corresponde a la percepción fragmentaria y discontinua de una niña de nueve años.

Y con ella iremos poco a poco compartiendo también la paz y el cariño que esos parientes lejanos y desconocidos le van a ofrecer. Un amor sin aspavientos, profundo y cálido, expresado en pequeños pero significativos gestos, en miradas o en el simple hecho de compartir armónicamente el espacio. Un aprendizaje, el del afecto y el amor, que Catherine Clinch, la pequeña actriz que interpreta a Cáit, logra transmitir de forma extraordinaria. 

El título de la película, The Quiet Girl, nos trae un eco, el de The quiet man, aquel film titulado en España El hombre tranquilo, que John Ford rodó en Irlanda en 1952. Y la resonancia no es casual, por supuesto. La película de Bariéad, hablada en gaélico, es algo así como el envés de la de Ford. Donde Ford bebió de todos los clichés para poner en pie una Irlanda encantadora y ruidosa, llena de jolgorio, bonhomía, alegres peleas entre amigos y paisajes verdes, The Quiet Girl impone silencio, quietud, granjas nada pintorescas, en las que el trabajo diario pesa y consume energías, y el pálpito de una violencia implícita permanentemente amenazante vinculada a una pobreza estructural. 

He traído a colación de varias formas el concepto silencio. Y es que el carácter de la niña marca el tono de la película, llena de silencios cargados de significado. También les confieso que me gustan especialmente las películas silenciosas, mínimas y pausadas, perderme en la contemplación, observar el paso del tiempo y los pequeños movimientos que sugieren más que muestran. Esas en la que las cosas se expresan sin énfasis ni alharacas, con miradas, pequeños gestos, encuadres y composiciones que revelan el peso del pasado, un estado anímico, las relaciones entre los personajes, el paso del tiempo. Esas películas que hay quien llama lentas, como si hubiera un ritmo oficial y establecido para contar una historia (sí, ya sé que esto o algo parecido lo he escrito en esta columna muchas veces. Qué le vamos a hacer, no será la última).

The Quiet Girl es austera, bella y conmovedora. Desprende una emoción profunda a través de silencios llenos de sentido. Un silencio que a veces significa soledad; a veces el encierro silencioso es protección o miedo, otras veces es una amenaza y, en ocasiones, pocas, felicidad. La nueva vida de la niña lejos de sus padres y hermanos se construye con lo poco que se dice y lo mucho que no porque no hace falta, lo vemos y sentimos, como Cáit. Su vida anterior la intuimos y no nos gusta lo que vislumbramos. Y con todo eso, cuando llega el final, no estamos preparadas para el sentimiento de desolación que nos deja y la sensación terrible de que estamos abandonando a Cáit. Una preciosidad de película, no se la pierdan. 

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