VALÈNCIA. Hace algunos años las noches de verano se iluminaban con los destellos de guitarrazos de rock urbano en la ciudad. Muchos pequeños festivales de un día poblaban los barrios y el cinturón de València, las bandas de la zona tenían un enorme escaparate casi semanal para exhibir su músculo creativo. El rock valenciano tenía un séquito de fans, que cantábamos desgañitándonos las canciones que bandas del nivel de Benito Kamelas, Los de Marras o los seminales Transfer.
Transfer fue la banda que contagió a cientos de jóvenes inspirándoles con letras directas, urbanas, historias de plaza y de barrio. No había lugar en la Comunitat que no los conociera, llevaban como bandera su barrio, Benicalap, que era archiconocido por la cantidad de grupos que salían de sus calles. Transfer, rock urbano y las bandas de Benicalap, todo aquello fue el caldo de cultivo perfecto para agitar el rock en la ciudad, para despertar a muchos jóvenes y para situar en el mapa rock a la ciudad.
Quedo en el bar Al Traste (Barx, 7 Benicalap), regentado por Aris, el vocalista y letrista de la icónica banda Transfer. Las paredes me dan la bienvenida con frases de canciones de grupos de rock patrio, un futbolín, un pinball y buena música, eso que no falte. Hace muy poco Benicalap era el epicentro del rock en la ciudad, había un ambiente que destilaba la música más dura y comprometida de València.
“Cuando empezamos – señala Aris - realmente se puede decir que no había nada, aquí había un grupo, que se llamaban CSP, Comité de Salud, y yo creo que era de lo poquito que había por aquí”, recuerda tras la barra mientras me sirve una cerveza.
“Empezamos porque teníamos la ilusión de, vamos a montar un grupo y tocar”, comenta. “Nos juntamos los cuatro que éramos del barrio, que de hecho se puso a echarnos una mano el guitarra de CSP, y al final se quedó. Y así empezamos: queremos cantar canciones y hacíamos alguna versión de Barricada, de Leño, algo así; o de La Polla, que eran más fáciles”, apunta.
Todas las bandas comienzan igual, con una extrema ilusión y tocando versiones de sus grupos favoritos. Antes de llamarse Transfer fueron Mala Suerte, algo que no tuvo la banda, que tocaron por toda España, desde una casa okupa o una sala, hasta Festivales como el Derrame Rock o el Viña Rock en los 21 años que duraron. “Nos cambiamos el nombre porque salió un grupo que eran de Alicante, me parece, qué iban a grabar un disco o algo así, lo vimos en una revista y nos cambiamos el nombre, pero llegamos a hacer lo menos seis o siete conciertos con Mala Suerte”, rememora Aris.
Justo en la calle de atrás de Al Traste estaba la casa donde Transfer tocaban, su local de ensayo, donde también estaban por aquella época bandas como Los de Marras, Termofrígidus, A piko y Pala o Kóliko, según me comentaba el propio Aris. Grupos, que en sus diferentes géneros musicales, había dado vida a esa especie de sonido Benicalap, pero sobre todo a avivar la efervescente escena del barrio, todo un hito en su momento en la ciudad.
El local del ensayo era uno de los puntos de encuentro. “A los años de tener el grupo un poco formado, en el local de ensayo se juntaba toda la chavalería, había buen rollo y nos juntábamos todos ahí. Era más un rollo de colegueo que otra cosa”, comenta Aris.
En 1993 Transfer publica su primer plástico, Años de Rock´n´Roll y de Malos Momentos, una autoproducción que les daba la libertad de mover el elepé como ellos querían, sin las imposiciones propias de una discográfica. Un primer redondo nunca se olvida, y menos cuando el grupo tiene una carrera tan dilatada.
“Es de los recuerdos que no se te olvidan porque era el primer disco que tú ibas a grabar”, dice. Transfer entró por la puerta grande en el mundo discográfico, lo hicieron con un vinilo, ese formato al que tanto echamos de menos, pero que ocupaba tanto espacio. “Y de hecho, nosotros encabezonados en hacerlo de vinilo, porque era lo que habíamos visto, lo que habíamos mamado y era nuestra ilusión: tener nuestro disco. Y nos metimos en un estudio sin tener ni puta idea de nada, lo de los estudios es un mundo, si ya nos costaba afinar (risas) imagínate”, dice el vocalista.
El vinilo siempre es especial, estamos hablando de mediados de los 90, donde el casette reinaba; además el vinilo era mucho difícil de enviar. “El primer disco es que tú te crees que vas a grabar el disco y ya con eso te va a escuchar todo el mundo, y luego te das cuenta que tiene un disco que es un toche de grande, que para mandar eso a las emisoras de radio, no había Internet entonces, había que enviar un paquete. El dinero que ganábamos en los garitos tocando lo invertíamos en sobres y gastos de envío (risas) para que nos conocieran por ahí”, apunta.
El primer disco es un inicio, desvirgarte discográficamente siempre es un reto; en el segundo es donde te la juegas más. Tienes, por tanto, menos excusas que darte a ti mismo. “Nos dimos un poco el batacazo entre comillas de los que creíamos que iba a ser, pero la ilusión de tu primer disco, eso no se te olvida, el primero disco por el gusanillo ese de, ¡voy a grabar un disco, al loro!” (risas). “Estabas todo el día con el disco en la cabeza, ahora voy a hacer esto y luego tengo que cantar así, era un mundo”, dice.
Aunque Aris diga que se dieron el batacazo, también es cierto que Transfer había salido a por todas, no se puede ser tan grande sin haber luchado mucho por el camino, y los valencianos eran unos currantes del rock. Tocar, tocar y tocar era siempre el leitmotiv. “Encima era una época en la que tocábamos en todos los lados – recuerda -, tuvimos suerte que donde trabajábamos nos dieron vidilla, aunque luego había que recuperar en horas extras; y la verdad es que tocábamos debajo de las piedras, y a final de tocar tanto las canciones van sonando medianamente mejor cada vez, e ibas teniendo algo de dinerillo que invertías en gasolina, en todo, y hasta veinte años que hemos durado [risas]".
Aris nació en un pueblo de Sevilla, Marchena, como mucha gente se vino a vivir a València cuando él contaba con cuatro o cinco años. “Yo soy sevillano y en casa lo que se escuchaba era flamenco”, recuerda cerveza en mano. El rock se cruza en su vida, y en la de tantos, en la adolescencia. “El rock empiezas a escucharlo a algún colega que se iba a lo mejor en verano al pueblo, y allí venía uno de Madrid o Barcelona que traía una cinta y empezabas a escuchar una canción. De los primeros fueron cosas de Deep Purple, los primeros de Barón Rojo, las primera de Leño, algo de Burning”.
Esas bandas y discos fueron las chispas que prendieron su interés por formar su propia banda. “Empezamos a escucharlo a los 11 o 12 años, con 15 o 16 años comienzas a hacerte tus pajas mentales: molaría coger una guitarra y lo hicimos”, comenta.
Con su tercer trabajo, Fin de siglo (1997) dan un salto y fichan por una discográfica, Locomotive, para la distribución de sus álbumes. En aquellos momentos Locomotive era la discográfica más potente del rock español, fue uno de los pilares de lo que se llamó la Segunda Ola del Heavy Metal Español, y entre los grupos que tenía en sus filas estaban Mägo de Oz y su aclamado Finisterra (2000). “A base de tocar mucho, algunas compañías nos ofrecieron para firmarnos y al final llegamos a un acuerdo como Locomotive para distribuirnos – comenta - , pero los disco eran nuestros, no queríamos darles los derechos a las compañías. Y eso nos abrió, el trabajar con Locomotive, la distribución porque ellos hacía promoción del disco”
Con una mejor distribución a nivel nacional, haciéndose un nombre en la escena del rock urbano, apareciendo en medios especializados como la revista Heavyrock y hasta participando en recopilatorios de envergadura como Derrame rock o Los 100 de Tipo, consiguieron ir consagrándose. De forma sorprendente y repentina, los valencianos estaban en todas partes.
“Te pilla de sopetón – reconoce Aris -, no estás preparado para gestionar eso. Salir en revistas que tú las habías visto en los kioskos, se te venía un poco grande”. Canciones como Okupa y Resiste, todo un himno en su momento, Sin Contrato (Canciones desencantadas, 2002), la archiconocida, Falsos Dioses (Fin de Siglo) o Me han dicho… que dice.. (Que sigues así, 2007), se han convertido en temas icónico, no solo de la banda, sino de la escena del rock duro nacional. Transfer con su cuarto disco, Utopía (1999), ya eran un referente del rock valenciano, bandas como Desera, nacida en el 2002, eran herederas de ese sonido pesado y directo y esas letras comprometidas.
“No sé si referente, pero es verdad que comenzamos a tocar fuera de València y la gente respondía bien. Y en València donde tocabas venía bastante gente. Nos iba bien, si no nos hubiera ido bien no nos hubieran ofrecido contratos de esos” (risas), comenta.
Hubo un momento en que Transfer tocaban 80 conciertos en un año, una locura, una auténtica barbaridad, algo impensable hoy en día casi para cualquier combo. Era el mejor momento a nivel de conciertos y ventas, si había que dedicarse en cuerpo y alma a la banda, era en ese momento. “Cuando Locomitive sí que se planteó, que si nos poníamos en serio igual había que dejar el tema de los trabajos, se planteó – señala - ; pero es que nos vino grande, ¿y si ahora esto pasado mañana te cambia y te quedas sin trabajo ni grupo?”
“Decidimos no coger esa opción. De la música nunca hemos vivido, en la época que nos iba bien se ganaba un dinerillo, no para vivir. Fueron unos años, los veinte años del grupo no fueron así; al principio cuando empezabas era todo perder dinero y luego la última época, se ganaba pero menos”, apunta Aris.
Estaba claro que en Benicalap estaba pasando algo, emergían muchas bandas al calor y con el estimable apoyo de Transfer, que siempre ayudaron al resto de grupos a darse a conocer y consolidarse llegado el caso. “Yo no creo que hubiera un movimiento”, sentencia. “Sino que aquí, donde estamos ahora, estaba el local de ensayo detrás, y ahí estábamos varios grupos. Entonces lo que intentábamos hacer era donde tocábamos nosotros meter a algunos de estos grupos también, por el mismo dinero que nos pagaban a nosotros, y que se fueran dando a conocer”, recuerda.
La hermandad y comunidad entre grupos era algo envidiable. Transfer servía de altavoz para otros en sus propios conciertos, la ayuda mutua era algo imprescindible en una escena, la rockera, algo olvidada. “También se hizo algún concierto donde se pagaron las copias de una maquetilla y se regalaba en la entrada. Se hicieron varias cosillas: en las camisetas se intentaba poner el nombre de los otros grupos. En aquel momento se hacía así, se hacía a gusto y ayudó a que se nos fuera conociendo a todos los grupos”, comenta.
Doy un sorbo a mi cerveza, rodeado de portadas de discos míticos, Pacto con el Diablo (Ángeles del Infierno, 1984) o No Somos Nada (La Polla Records, 1987) y planteo la pregunta que quizás más le hayan formulado a Aris, ¿por qué fue el final del grupo?
“Fue una putada pero es lo que había por el tema laboral – dice -, no teníamos tiempo casi para ensayar, y la verdad es que se te van quitando las ganas”. A veces hay que parar, y otras cerrar una etapa. “Es un grupo que viene con veinte años de grupo, tampoco es para seguir tocando por tocar o como dicen muchos, hacemos un parón y a la vuelta de diez años vuelvo. A mí la música me gusta para estar tocando todo el tiempo que se puede. A mí no me duele ir a ensayar, al contrario, yo voy a ensayar y me gusta”.
La música, tener un grupo, componer, actuar; Aris, como muchos otros músicos, no podrían ser felices sin la droga del rock en directo. “Siempre he tenido la música para que la vida no sea del trabajo a casa y de casa al trabajo”, me explica con una sonrisa. “Es que realmente no había tiempo para dedicarle al grupo, pues cuando algo no anda lo mejor bajarse del burro”.
Aunque Transfer terminó como banda, con un discazo como Cicatrices, 8 46025 (2010) y nos quedan sus canciones y sus ocho álbumes, Aris no iba a dejar de tocar, componer y actuar. “Cuando se terminó Transfer, tenía canciones por ahí y gente que paraba por el bar y pues eso, podíamos, podíamos, podíamos, buscamos el batería de Kólico, le liamos para que nos echara una mano, y montamos Sin Propina para quitarnos el mono de seguir tocando”, relata.
Sin Propina sigue la estela de Transfer, letras comprometidas que cuentan historias, música potente y la voz de Aris, que lo llena todo. En 2013 editaron Palo a Palo y en 2021 han editado su último trabajo, Sigue Bailando, búscalo en Bandcamp. “Aunque con los pies en el suelo, sabiendo que ya con Transfer, que ya medianamente te daba más pasta y no tenías tiempo para dedicarlo, pues con Sin Propina ahí vamos. Se toca cuando se puede, nos grabamos los discos nosotros, y estás entretenido con eso y se toca donde se puede. Tenemos la suerte que van saliendo conciertillos”, comenta.
Una de las características más interesantes de Transfer, y también ahora de Sin Propina, han sido las letras, pequeñas historias del barrio con acordes y melodías. “Por suerte, como andas por el barrio, tienes una fuente de inspiración que flipas, aquí todo el mundo tiene su historia personal”, comenta.
Aris relata el día a día, las historias cotidianas y sencillas, pero llenas de verdad. “De ahí cuentas las historias, le pones los acordes y con eso haces canciones. El 90% de las canciones de Transfer y Sin Propina o más, son historias reales. Ahora tú me cuentas, el otro día el jefe se encabronó contigo, pues con esa historia ya te pones a escribir”.
Antes de mi último trago, y a punto de abrir el pub, Aris me cuenta una anécdota de Extremoduro, abro los ojos de par en par, Transfer actuaron con los extremeños. “En el Gasolinera Live en el primer concierto de Extremoduro en València - matiza-, en un garito de Beniparrell, creo que era el primer concierto de Extremo en València, y sería el 91 o por ahí. Yo ya conocía a Extremoduro, y veías que iban a pegar el pelotazo seguro, porque era un grupazo. Llovió, se montó un pollo allí, gente con entrada que no pudo entrar, gente que se coló, aquello fue un poco desastre”, recuerda minutos antes de abrir la verja de Al Traste, un local lleno de historias de rock. Si pasas por València, no te lo pierdas