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València a tota virolla

Tras la teoría de Ostrom: Y si hubiera un Tribunal de las Culturas a la valenciana… 

O la ensoñación sobre cómo la Nobel de Economía más valenciana dio algunas pistas para innovar a lo loco en el sistema cultural propio

25/05/2019 - 

VALÈNCIA. Todos queremos mucho al Tribunal de las Aguas, ese paradigma de justicia cooperativa a la valenciana, esa demostración de que un sistema justo puede basarse en los principios del yo me lo guiso, yo me lo como. Solo que de tanto darle al folclore, de tanto sustraer su sentido final y subyugarlos a la liturgia, cualquier día nos los llevamos de excursión

Pero… ¿y si esa muestra de esfuerzo colectivo por el bien común no solo fuera pompa e irrigara hasta otras áreas de la práctica valenciana?, ¿y si, de nuestros iconos más representativos, tomáramos la fuerza de su ejemplaridad?

Justo hace una década nuestros periódicos de cabecera titulaban con estas aproximaciones: El Nobel de Economía más valenciano. Lo ganaba la profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana, Elinor Ostrom, conjuntamente con Oliver E. Williamson, de la universidad de Berkeley. La ‘valenciana’ Ostrom había reflejado en sus trabajos de fondo la peculiaridad decisiva de la administración local de los bienes comunales. Además de otros engranajes de riego en Filipinas o Nepal, su obra se había sustentado en el conocimiento del Tribunal de las Aguas de València. El Tribunal refrendaba una consideración: en ocasiones no son ni el mercado ni el Estado los mejores garantes para la sostenibilidad de los recursos.

Ostrom, con su fijación por cómo aquellos hombres de huerta tejieron un sistema para la regulación propia, proponía la superación de la dicotomía entre “la furia privada y la desidia gubernamental” (en palabras del doctor Fernando Arribas). La propiedad comunal como respuesta. Iba más allá de la teoría de la “tragedia de los bienes comunales”, expresada por el ecologista radical Garret Hardim y por la cual se deduce que cada productor, si tiene acceso a un espacio libre de recursos, acabará por buscar el crecimiento de su actividad hasta colapsar el medio. Entre medias, soluciones armoniosas que son capaces de generar regulaciones creativas.

En pleno 2009, cuando el Nobel a la pensadora americana, València podría haber hecho callo a partir de esas lecciones. Demonios, nos ponían en bandeja un relato firme, virtuoso. En lugar de ello, evidentemente, se despreció cualquier loa a los bienes comunales más allá de la representación teatral.

Pero… ¿y si la teoría de Ostrom fuera un buen asidero también para la cultura? Una pura ensoñación, una pequeña fantasía, pero… ¿y si la gestión del talento cultural propio buscara su autorregulación? Una coordinación efectiva que fuera más allá de no coincidir el mismo fin de semana. Festivales, saraos, certámenes… ¿Y si, además de pedir al próximo alcalde, a la próxima alcaldesa, se generara una gestión común? ¿Y si la inteligencia creativa se sentara a aprender de los venerables hombres de huerta?

“Básicamente -sitúa Raúl Abeledo, coordinador de proyectos europeos de Econcult- es un sistema de gobernanza que evita el sesgo del corto plazo, sin tener en cuenta ciclos electorales o simplemente el puro beneficio económico. “Es difícil, claro, porque se trata de convivencia, de convivencia entre tres sistemas que están condenados a entenderse. En el corto plazo la cultura es el recurso común en mitad de un sandwich, entre la instrumentalización institucional y la mercantilización y el riesgo de tomar la cultura simplemente como un recurso para hacer dinero. La tercera vía, defender la cultura como bien común, será el gran reto de los próximos años, el debate que irá ganando mucho peso porque este conflicto se irá agrandando”

El trazo de paralelismos entre la ecología y la cultura ha ido en aumento. “Porque al final -sigue Abeledo-  la cultura es recurso, la cultura es una producción social que de cierta manera se hace de manera común y con usos comunes. Tiene similitudes con la gestión de recursos naturales, también con la dinámica de apropiación. Hay bosques comunales que pertenecen en uso a aquellos quienes los viven, la convivencia te da acceso a esos recursos, pero evidentemente como individuo no puedes hacer lo que quieras porque depende de decisiones comunes. Lo que se plantea es que el conocimiento que se genera de forma común pueden evitar simplemente mercantilizarse, privatizarse”.


Señalaba Ostrom -murió apenas un par de años después de su Nobel- algunas condiciones para que la ordenación del bien comunal se dé con éxito. ¿Quizá también en la cultura? 

  1. “La centralización y la creación de grandes mercados no genera necesariamente más eficiencia”.
  2. “Los usuarios del recurso (o la mayor parte) deben participar en las decisiones que se toman con respecto a su gestión. La comunidad no sólo usa, también es dueña”. 
  3. “La supervisión y las sanciones no son realizadas por autoridades externas, sino por los mismos partícipes”.
  4. “La resolución de conflictos debe ser clara, inapelable, aceptada por todos”. 
  5. “Las autoridades superiores deben respetar dichas normas de gestión”.
  6. “La organización de bienes comunales tiene lugar por diversos niveles de organización integrados entre sí”. 

El Tribunal de las Aguas dio forma y empaque a gran parte de sus convencimientos. Es solo una ensoñación, pero... ¿por qué no seguir la pista que dejó Ostrom en València?

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