VALÈNCIA. Mi primer reproductor sonoro fue un radiocasete de la marca Aiwa rojo. Junto a él pasé días casi enteros. Era mi mejor amigo. Me encantaba oír la radio, escuchar las canciones. Era una ventana a otro mundo. El casete fue el primer soporte donde pude escuchar audio grabado, a veces discos, otras grabaciones caseras con las voces de mis abuelos y las que más, grabaciones de canciones de la radio, con el locutor dándoles paso. Luego pasé al cedé y todo cambió. Estoy seguro que casi todo el mundo que me lee recordará con mucho cariño ese primer reproductor y su soporte, tal vez un vinilo, un casete o un Ipod. El anhelo atávico humano por capturar lo intangible nos ha acompañado desde nuestros inicios. Tener algo real grabado para siempre en una cinta, surco o pista.
Pinturas rupestres, relatos orales, esculturas, pinturas sobre eventos o figuras destacadas. Siempre hemos querido inmortalizar el presente para legarlo al futuro. Y el sonido es uno de los elementos que más rápido y directo conecta con nuestros sentimientos, recuerdos y emociones. La voz de un ser querido, la canción que te ilumina el pasado o la historia que te atrapa como una pintón. Retener el instante a través del sonido. En la inauguración de la exposición, Sono-Art, que está abierta desde el 15 de junio y hasta el 25 de agosto en Las Naves, Miguel Molina, una de las personas que ha contribuido a ella aportando piezas, me explicaba cómo algunas postales de flexidiscos contenían grabaciones de la voz de militares para enviárselas a sus familias. Mensajes que quedarán para siempre en el tiempo. Lo que ahora sería una nota de voz, pero hace más de medio siglo. Imaginen la magia que debió ser poder escuchar esa voz en casa. La sorpresa y estupefacción de todos al sentir la voz de un familiar tan cercana.
Sono- Art recorre la historia de los soportes sonoros desde su nacimiento hasta la actualidad, y también con una mirada al previsible futuro. Gilles Martín, comisario de la exposición, me abre las puertas unos días antes para ser testigo privilegiado de las piezas y su historia. Esta exposición, que seguramente emocionará a más de uno, no sería posible sin el encuentro casual de Gilles con uno de los coleccionistas más relevantes de España, Domingo Fragiel Tremps en la puerta de Las Naves.
“Parte de un encuentro fortuito, de estas casualidades que pasan a veces en la vida”, me explica el comisario de la exposición. Fragiel se interesó por el lugar, en Las Naves está el laboratorio sonoro, Sonor-lab, coordinado por Gilles. Un espacio único en la ciudad de experimentación sonora.
“Conocí a una persona – continua- en la puerta de Las Naves y le expliqué qué hacíamos. Lo invité a entrar y ese mismo día hablando, ahí surgió, lo vi enseguida, la vertiente del arte sonoro con la colección. Vi un potencial de poder acceder a piezas antiguas, que es muy difícil de conseguir, poder conseguir piezas de finales del siglo XVIII, incluso cajas de música, piezas como los primeros Edison, los primeros cilindros de cera, disco de pizarra, ahí nació la idea”.
La exposición hace un repaso de la historia de los soportes y reproductores sonoros con especial hincapié en los soportes más antiguo. Ellos son los que se llevan casi todas las miradas, al menos las más curiosas; las más nostálgicas son para el Walkman, el vinilo o el casete. Tener piezas tan antiguas, y que han acompañado al ser humano desde que lograra grabar el sonido, es una experiencia emocionante. Un lujo.
En la muestra avanzamos por cuatro etapas en los soportes sonoros: la era mecánica, la eléctrica, la magnética y por último la digital en la que nos encontramos. La primera es quizás la más sorprendente para el no iniciado. “La base más complicada de obtener eran los instrumentos antiguos, porque son muy valiosos y muy frágiles, eso estaba cubierto, desde 1790 hasta 1920 de cajas de música, fonógrafos, gramófonos, también pianolas y organillos”, señala, Gilles. “Gracias a Miguel Molina, del Departamento de Bellas Artes, que en su momento hizo una muestra de soportes, tenía mucho material, material más popular, él me hizo mucho hincapié en la parte humana, que no solo eran aparatos, sino que había vidas detrás. Miguel ha sido una gran ayuda porque la parte de tener piezas que yo no tenía, sobre todo años 50 y 60, aparte Miguel tiene mucha sabiduría y ha sido una gran ayuda tener conversaciones”, remata.
Atravesamos la historia con la mirada inquieta descubriendo el organillo, inventado por Paul Ehrlich. En España el piano codificado ambulante, más conocido como organillo, fue muy popular en el siglo XIX, e incluso en algunas celebraciones populares se puede seguir escuchando. Carlos Javier Ramos es la otra pata de esta magnífica exposición, un coleccionista incansable, una persona que preserva el pasado para mostrarlo al futuro. Hablamos por teléfono de la importancia de estos aparatos en nuestro país.
“Había aparatos que eran exclusivos españoles, el organillo de Faventia, que lo llamamos el organillo madrileño, fabricado en Barcelona, fue muy popular aquí en España, se sigue usando en algunas fiestas de pueblo”, apunta. “En el Rastro de Madrid hay una señora que está situada en una de las calles que está tocando el organillo. Todos los rodillos son músicas españolas”. Y es que en España hubo una industria potente en los soportes sonoros, que también fue víctima de la Guerra Civil. “España fue una nación muy fuerte de reproducciones sonoras, incluso cilindros”, apunta.
En 1977 Thomas Alva Edison logró lo que parecía un sueño, magia en estado puro. El inventor estadounidense hizo posible el registro y reproducción de la voz humana. Había nacido el fonógrafo. Cuando estuvo terminado, Edison puso una hoja de papel de estaño sobre un cilindro de metal estriado, los hizo girar con una manivela y gritó una canción, Mary had a little lamb. La voz quedó grabada en la lámina y la máquina la reprodujo. El propio Edison se quedó sin palabras. El mundo estaba a punto de sufrir un enorme cambio. Ahora se podía registrar el sonido, y entre ellos la voz humana. La comunicación iba a cambiar. Edison debió sentir un vértigo sin precedentes al contemplar que lo que había imaginado, efectivamente, se hacía realidad.
“El audio tuvo mucha importancia, fue un descubrimiento muy llamativo en esa época, no hubo otra cosa parecida, estoy hablando del audio ya grabado, de la voz humana, el audio se pudo expandir a través del organillo, la caja de música, y ya cuando fueron los soportes intercambiables, ya fue la bomba. Los discos planos codificados son una maravilla, como llegaron a codificar la música y reproducirla”, señala Carlos Javier.
Coincidimos en la necesidad de rescatar la historia del sonido, de los soportes como parte de la historia y evolución humana en su afán de perpetuarse. Una exposición así es muy útil para recordarle a la gente que todo lo que tenemos a nivel tecnológico proviene de un lugar, que antes que nosotros hubo gente con la necesidad de grabar canciones, de reproducirlas en sus casa y de llevárselas consigo. “El audio es desconocido, hemos perdido el hilo del conocimiento y del ingenio en esa área, y a lo mejor a través de esta exposición la estamos otra vez exponiendo y que la gente lo vuelva a descubrir y se interese”, apunta el coleccionista. “Al igual que hay bibliotecas con libros antiguos, hay muchas grabaciones sonoras que marcan esta historia, tanto la historia mundial como la historia de España”.
La necesidad agudiza el ingenio, estimula más que nada la creatividad. Es el verdadero revulsivo. “El dictáfono era una especie de grabadora pero en cilindro de cera, en ese momento ya se grababa, se usaba mucho las empresas pero también usaban familiares para mandarse mensajes a través de los cilindros”, apunta sobre la necesidad de comunicarse. “En esa época que no existía otra cosa que la carta para poder comunicarse con sus seres lejanos, pues era el gran avance, por lo menos para la gente pudiente que podía permitírselo. También es verdad que hasta que no pasó un tiempo y las compañías que lo fabricaban se metieron en el mercado bajando los precios, era un poquito máquinas científicas para ciertas clases sociales”.
Conseguir según qué tipo de máquinas ha de ser una gran labor casi de arqueología. “Son piezas difíciles de conseguir, hay que moverse mucho, hay que investigar, hay que llegar a grandes coleccionistas, subastas en otros países y una vez que se recopila todo hay que conservarla y el objetivo ahora es difundir un poco ese conocimiento”, explica. El coleccionismo conlleva una pasión extraordinaria, un amor por las piezas y un mimo en su búsqueda y conservación inaudita para otras personas. “Uno comienza con lo que estudia, los hobbies, te gusta la historia, empiezas a indagar un poco; primero intentas conseguir una radio antigua de válvulas, que lo que había estudiado y me atraía, y una vez que te pones a investigar ves que hay otros aparatos anteriores y adquieres uno”, comenta.
“Una vez que adquieres uno sigues investigando y quieres otro, te enteras de alguien que ha heredado, que no lo quiere o que lo está vendiendo, pues te pones de acuerdo y se lo compras, porque aquí nadie regala nada”, señala. Lo más maravilloso de esta historia es que tanto Carlos Javier como Domingo son amigos y comparten la misma afición, algo que les ha llevado a disponer de una de las mayores colecciones que existen. “La coincidencia con mi compañeros es que nos gustaba la historia, el origen de los aparatos, pero ya no sonoros, sino todos, aunque una vez que empiezas te direccionas a algo concreto, y en este caso los reproductores sonoros”.
Está claro que no es lo mismo el trabajo de búsqueda, información y adquisición de aparatos en soledad que con la compañía y ayuda de alguien, en este caso de un amigo. “Y ya cuando es un hobby compartido tienes más capacidad de llegar más lejos, te metes en una red de gente que colecciona, de Estados Unidos, de Alemania, de muchos sitios; digo coleccionistas y restauradores porque se puede decir que quién colecciona estos aparatos tiene que ser restaurador, porque si no es imposible, porque muchas piezas necesitas mantenimiento o reparar alguna cosa”, apunta.
Con un simple vistazo por la exposición, uno aprecia el detalle de los aparatos, las maderas, los dibujos, las filigranas, el forjado. Un mimo excelso para máquinas que estaban hechas también como objetos de calidad para perdurar. “Esos objetos estaban hechos con detalle, cada parte, hasta la parte trasera del objeto estaba hecha con detalle y con toda la máxima calidad para tenerla en tu casa y disfrutarla, ahora tenemos un teléfono que sabes si es de una marca o de otra, la música digital está tratada muchas veces, comprimida”.
Ahora la música tiene muchas capas, tomas y recursos. Menos espontaneidad para lo bueno y lo malo. “La música de antes, la que tú oyes en un fonógrafo o en un disco de pizarra era grabada tal cual, con errores y sin errores, fuera de tono, era grabada y reproducida y de ahí se sacaban copias. Ahí podías disfrutar de la calidad”, comenta.
Los gramófonos, fonógrafos, organillos era parte de la familia, tesoros que pasaban de padres a hijos porque lo importante no solo era la reproducción de la música, sino también el propio objeto. “Los aparatos que hemos visto posiblemente han pasado de generación en generación por la misma familia hasta que ha llegado alguien y se lo ha quitado, y ese aparato ha sido conservado como un tesoro, hay alguno al que le hemos seguido la pista; por ejemplo, hay una caja de música, la más grande de todas de rodillo, estuvo navegando, me parece que en un carguero ruso durante cincuenta años, que era del capitán del barco, y él lo tenía en su camarote durante cincuenta años hasta el día que se jubiló y pasó a manos de su hija, y su hija lo vendió, y si no lo recuerdo mal nos dijo que era de su abuelo, eran tesoros de la familia”, recuerda.
En 1888 Emilio Berliner registraba una nueva máquina, el gramófono, también para grabar y reproducir sonido pero que huía del cilindro del fonógrafo a favor de un disco plano. El abuelo del popular vinilo. En la inauguración pudimos ver en marcha algunas piezas, entre ellas un gramófono que hoy nos podría recordar a un jukebox. Domingo introdujo una moneda en la ranura, cogió un disco, lo puso y colocó la aguja. En unos segundos sonó una canción. Fue como viajar en el tiempo, las caras de felicidad inundaron la sala y hasta alguno se atrevió a bailar. Algo especial había pasado, estábamos escuchando exactamente la misma canción que algunas personas que vivieron hace más de cien años. Gilles Martín hará una visita guiada los miércoles a las 19 horas hasta finales de julio. La experiencia expositiva crece cuando escuchar los aparatos cantar.
“Esos objetos estaban hechos para durar toda la vida, el Concert, que es el fonógrafo grande de la trompeta, el de monedas, eso se usaba para los cafés, para animar las salas, pero fíjate el tipo de sociedad que dejaba que el propio usuario cogiera los discos, que eran muy delicados, pusiera la moneda, le diera cuerda, era otro tipo de sociedad que cuidaba lo ajeno”, señala Carlos Javier. “Ese reproductor está hecho con zafiro, la punta del reproductor es un zafiro, era un avance, había dos tipos de patentes para reproducir discos, estaban los discos de aguja, los de metal y después existían los de zafiro, que conservaba mucho mejor el disco, funcionaba a 80 revoluciones; es más, el disco empieza del interior al exterior, cuando estamos acostumbrados que sea del exterior al interior. Ahí te das cuenta que el zafiro cerca de 160 años se hizo para que durara siempre”.
Como todos los soportes sonoros, a medida que transcurría el tiempo el producto iba reduciendo su tamaño para poder acompañar al cliente. Siempre hemos querido llevarnos la música con nosotros. “Los gramófonos fueron reduciendo las típicas campanas para luego pasar a soportes de bolsillo, en la exposición mismas hay uno que es el más pequeño de todos que se llama mikiphone, que era como un reloj de la época, que se metía en el bolsillo que se expandía, tenía una especie de rompecabezas y ahí podías echar a funcionar el disco”, comenta.
Para completar la exposición, el comisario de la misma ha creado una instalación interactiva con lo que podría ser el futuro, un futuro que prácticamente está aquí. “En la parte interactiva de la exposición veremos un posible futuro de lo que nos espera, una ventana hacia un posible futuro. Y también para darle un punto lúdico a la visita. Con el cuerpo vamos a alterar la reproducción de un sonido, hay un botón de play y de stop y le damos con la mano. Durante toda la exposición iré ampliando la instalación, mi objetivo es que pueda exhibirse en otros eventos”, señala Gilles Martín.