Hoy debería escribir sobre la insólita decisión del Gobierno de no presentar un proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2024, que no es una opción sino una obligación establecida en el artículo 134.3 de la Constitución española –"El Gobierno deberá presentar ante el Congreso..."–, que tanto invocan cuando les conviene. ¿Qué diría la vicepresidenta Montero si el Senado decidiera no tramitar la ley de amnistía? Pero como estamos en Fallas y a nadie le apetecerá leer un análisis sobre las consecuencias negativas de la dejación de funciones de Pedro Sánchez, dedico esta columna a nuestra ruidosa fiesta.
Cada año, cuando suena la primera mascletà, me pregunto por qué las Fallas apenas han servido de argumento para películas o de series de televisión. Y no ya como argumento, sino simplemente como escenario. La presencia de la fiesta en la cinematografía española es anecdótica, con un puñado de películas olvidadas como la policiaca Juzgado permanente (1953), con un final apoteósico en plena cremà de una falla, y películas para olvidar como Agáchate que disparan (1969), con Pili y Mili dejadas caer en la semana fallera como podían haber bailado en los Sanfermines. Lo más anecdótico, sin duda, la paella mental de los productores de Misión imposible 2 (2000), que pusieron a unas falleras acompañando a costaleros con antorchas en la Semana Santa de Sevilla; un fastidio, según el personaje representado por Anthony Hopkins, eso de "honrar a los santos quemando cosas".
Las Fallas merecen una serie. Se lo dije en su día a los responsables de Canal 9 y ahora a los de À Punt. Parece mentira que ningún guionista se haya animado a escribir una buena historia, y no será porque no hay tramas donde enredar y desenredar. El casal, podría titularse la serie –a la manera de L'Alqueria Blanca–, porque solo con lo que pasa, o podría pasar, en un casal a lo largo del año daría para varias temporadas: intrigas, secretos, envidias entre los falleros; rivalidad con la falla vecina; clasismo transmitido de madres a hijas bullyingueras; ambiciones familiares; tesoreros distraídos protegidos por presidentes sin escrúpulos; el vecino antifallero; amoríos, cuernos, desengaños… cabría hasta un asesinato.
¡Oiga, menuda imagen, que las fallas no son eso! La vida es eso, la falla serían el escenario. Hablamos de una serie en la que pasan cosas, no de un documental sobre una fiesta en la que la ilusión de un pueblo se alza en monumentos de luz y color y el amor se funde con el aroma de la pólvora para inflamar de pasión y tradición el corazón de los valencianos. Eso sería un llibret, no un guion.
El contraste con las tramas truculentas sería el ambiente de colaboración y lealtad de los falleros hacia la comisión en pos del objetivo común, que es pasárselo bien: paellas, pasacalles, cenas, verbenas, disfraces, concursos, chocolataes… Para abaratar la producción, el monumento y la cremà serían lo de menos; la ofrenda y la mascletà servirían de telón de fondo, mientras el casal y la carpa serían el escenario por el que desfilarían un sinfín de personajes, desde los músicos de la banda hasta los bomberos, pasando por turistas, bunyolers, autoridades y delincuentes.
Un drama fallero con toques de comedia socarrona, ácida con el mundo de las Fallas como lo fueron en su día las fallas con el mundo entero antes de que empezaran a salvar ninots del fuego para no ofender a nadie.
Para escribir eso hace falta tiempo, maña e imaginación, y como no tengo nada de eso, dejo ahí la idea por si alguien quiere recogerla. Solo pido un cameo como bunyoler si finalmente se rueda.
PD: cuando acaban las Fallas se abre un período de reflexión sobre la fiesta para proponer posibles mejoras. Me anticipo con tres ideas para el debate: 1) Debería repensarse el sistema de elección del ninot indultat, con la intervención de un jurado profesional. La concentración de escenas costumbristas de abuelos, niños y perros/gatos con la estética de hace 40 años acabará convirtiendo el Museo Fallero, si no lo es ya, en una exposición aburrida por reiterativa. 2) No nos obsesionemos con batir más récords de turistas en Fallas. La ciudad y la fiesta tienen un límite. 3) María José Catalá debería decirle a Carlos Mazón que ya es el momento de una tasa turística en València ciudad. Nadie va a dejar de venir por eso, como no dejamos de viajar los valencianos a ciudades con una tasa que permite sufragar los gastos que ocasionan los turistas. Una tasa para todo el año, no solo en Fallas.