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el tintero / OPINIÓN

Vox y los 40 años de la Constitución

Este jueves se celebra el Día de la Constitución, pero en esta ocasión no es una celebración más. Es realmente especial y llega cargada de un simbolismo y significado especial. Se cumplen 40 años, cuatro décadas de Carta Magna y los actos serán presididos por el Rey Felipe VI y todos los presidentes del gobierno

5/12/2018 - 

Hay semanas que parece que falten los asuntos sobre los que escribir una columna de actualidad, y otras llegan cargadas de temas que además merecerían disertaciones más pausadas y prolongadas. Ésta, sin duda, es una de ellas. Se cumplen cuatro décadas de vigencia del texto constitucional, la ley de leyes que ha permitido el marco de convivencia más exitoso de nuestra historia reciente. Y seguimos con la resaca de unas elecciones autonómicas históricas en Andalucía, donde todo indica [salvo un suicido político de Ciudadanos]; que, por primera vez en estos cuarenta años de democracia, se dará la razonable y saludable alternancia en el poder que jamás llegó a Andalucía.

En estos días en que lo habitual es empezar a planificar las próximas fechas navideñas, organizar los compromisos con familia, amigos, compañeros de trabajo y por supuesto los grupos de WhatsApp, andamos en la piel de toro con el patio más revuelto de lo habitual. La providencia ha querido que en la conmemoración de las cuatro décadas desde que se promulgó y entró en vigor la norma suprema que rige la vida de los españoles, unas elecciones autonómicas centren el debate político y social, por la irrupción de un nuevo partido en escena, que se suma a los dos nuevos partidos que llegaron hace unos pocos años y deja un panorama de cinco fuerzas políticas nacionales con representación en el parlamento andaluz.

Y si esto era poco, la cosa se pone más emocionante, y los socialistas que decidieron pactar con partidos abiertamente comunistas e independentistas, comienzan a decir que “Vox es anticonstitucional”, y defiende que los partidos pro-etarras y nazionalistas sí que respetan la Carta Magna; definitivamente, los ministros actuales nos toman por tontos a diario y se quedan tan tranquilos. Pero es algo normal, si a la cabeza tenemos a una persona tan irresponsable como para decir que habría que eliminar la inviolabilidad del Rey, reconocida en la Constitución, a sabiendas (o quizá ni lo sabe) de que esa reforma requiere un procedimiento agravado de complejísima ejecución.  

Llegamos con una innecesaria tensión política, mediática y social a este aniversario, cuando debería reinar la concordia y también el orgullo y la felicidad por darnos unas leyes que nos hacen vivir en paz, progresar y ser vanguardia a nivel europeo y mundial en muchos ámbitos: trasplantes, calidad de vida, turismo, deportes, reservas marinas, patrimonio Unesco, gastronomía y tantos otros ámbitos. Y frente a tantas cosas positivas y avances que en estos cuarenta años han sucedido en España, tenemos en el gobierno a personas que derrochan maldad, odio, rencor, envidia e ira con la mayoría de sus decisiones políticas, generando donde no había debates estériles para dividir a la sociedad. La reacción de cada vez más ciudadanos españoles les parece intolerable frente a su rodillo totalitario con leyes que sólo pretenden subvencionar y saciar las ansias de minorías radicales y activistas que jamás se sienten satisfechas.

Y volviendo a nuestra protagonista, la Constitución, puede gustar más o menos, puede debatirse sobre el acierto de su articulado, no sin caer en el eterno error de juzgar con ojos de 2018 lo que se hizo en 1978, pero me parece arrogante considerarla trasnochada, caduca e inútil. Si como cantaba Gardel, “veinte años no es nada”, me atrevo a decir, en esta época en que se habla de cuarentañeros, que los cuarenta de una norma de tal calado no son nada, y por supuesto que las leyes se adaptan a los tiempos, y así hacemos en España, o ¿acaso nuestra legislación mercantil, laboral, civil o penal no se ha ido modificando? Y las directivas europeas se han integrado. En conclusión, para avanzar y mejorar no hace falta remover la base y destruir los cimientos de la arquitectura legal que nos ha otorgado estabilidad institucional, paz social y bienestar y progreso.

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