¿Has probado a desconectar del mundo durante al menos 10 días seguidos? ¿Has probado a vivir sin móvil durante10 días? Yo lo hice. Conseguí vivir 10 días maravillosos, únicos e irrepetibles
Fueron 10 días. Sólo 10 días. 10 días que volvería a vivir una y mil veces. 10 días en los que la desconexión fue total, absoluta y maravillosa. 10 días que deseaba que no acabaran. 10 días en que me dejé el móvil en casa. 10 días en que decidí viajar sin teléfono. 10 días en que necesitaba desconectar. 10 días en que lo conseguí. Era la primera vez que viajaba a Lamu, Kenia.
Lamu es ya una isla que por su ubicación y su idiosincrasia ayuda a desconectar del mundo de manera natural, sin mucho esfuerzo, sobre todo si vienes de vacaciones, si buscas tranquilidad y si quieres experimentar lo que significa desconectar de verdad. Sólo hacía falta ponerle un poco de voluntad y dejar el móvil en casa. Y así lo hice. Lo necesitaba.
Han pasado cuatro años y todavía recuerdo esa sensación como única e irrepetible. Una sensación que difícilmente volveré a disfrutar con ese desahogo. Una sensación que me enganchó a esta isla de por vida. Una sensación que engancha a cualquiera.
Pero para ello hay que venir preparada, hay que venir queriendo y hay que venir concienciada de querer desconectar de verdad. Una sensación que recomiendo encarecidamente a quien se lo pueda permitir.
Porque hoy día parece que poder desconectar de nuestras realidades es un privilegio que no está al alcance de todos, que pocas personas se lo pueden permitir.
En cualquier caso poder elegir siempre es un privilegio y poder elegir desconectar del mundo que nos rodea también lo es. Tener acceso a una determinada tecnología para poder comunicarnos cuándo y desde dónde queramos con quién decidamos es un privilegio sin lugar a dudas. Otra cosa es el uso que se haga de ese privilegio.
Que ese acceso a comunicarse cuándo y dónde queramos se convierta en un enganche que nos impida poder disfrutar de las situaciones nuevas que estamos viviendo y de la gente que estamos conociendo, por no querer o no poder desconectar del entorno de donde venimos, puede resultar un problema que casi nunca nos detenemos a analizar.
Como todo en esta vida el uso racional de los medios que tenemos a nuestro alcance nos puede hacer ser unos privilegiados, y el uso irracional de los mismos nos puede convertir en unos esclavos o en unas víctimas ante determinadas situaciones.
Soy consciente de mi necesidad de estar conectada y en contacto con mi mundo occidental cuando estoy en mi mundo menos occidental. Soy consciente de la tranquilidad que eso me produce, soy consciente que no siempre utilizo los medios que tengo a mi alcance para comunicarme por necesidad, sino que muchas veces para no sentirme sola, me conecto. Para no aburrirme, me conecto. Para no sentirme lejos, me conecto. Para evitar el miedo a sentirme excluida cuando vuelva, me conecto. Y dejo de vivir y de afianzar más aun mis raíces aquí en Kenia, con los que me rodena y con los que convivo ahora.
Mis rutinas tecnológicas suelen ser las mismas. Nada más levantarme, conecto el wifi y me conecto con mi mundo a través del móvil. Nos damos los buenos días, me entero de las últimas noticias, de la nueva directora de RTVV, de los casos de asesinatos a mujeres, de Urdangarín y de su mujer, etc. Compruebo que la vida de mi gente sigue en orden y empiezo mi día africano. Normalmente no me vuelvo a conectar hasta la noche, cuando disfruto de ese rato en que vuelvo a saber de mi gente, de mi familia, de mi mundo de allí. Y así me duermo. Sintiendo esa conexión con mi entorno y mi gente. Esa tranquilidad. Y cuando eso no pasa, algo me falta.
Y así vivo. Vivo entre aquí y allí. A veces con la sensación de querer desconectar de todo pero constantemente conectada. Una contradicción más.
Y es que este tipo de adicción o, mejor dicho, de necesidad a veces inconsciente, sin reflexión e impulsiva de no desconectar del entorno de donde venimos, me lleva a recordar tantas y tantas estampas donde he dejado de exprimir el lugar y la gente que visitaba por estar conectada con los míos que hoy día creo que no lo volvería a hacer. Aunque bien es cierto que no es lo mismo viajar de vacaciones o por un tiempo corto, que vivir largas temporadas alejada de tu entorno.
En definitiva, durante esos diez días de los que hablo, yo estaba de vacaciones, no supe qué estaba pasando en España, en mi entorno, en mi casa. Durante esos diez días sólo tuve que concentrarme en desarrollar la capacidad de vivir lo que estaba presenciando, descubriendo y palpando. Lo demás no interesaba. Durante diez días nunca tuve la ansiedad de tener que conectarme a una red wifi para comunicarme con los de allí, los de casa… porque esa ansiedad existe y es real.
La ansiedad tecnológica existe, sin lugar a dudas. Y de alguna manera la hemos padecido. En todos estos años que llevo fuera de casa sobre todo cuando viajo observo y soy partícipe de momentos en que después de un día desconectado del mundo tecnológico, buscas un lugar donde haya conexión wifi para contarle a los de allí lo que vives aquí .
Lo lamentable de esto es que perdemos la oportunidad de contar y de hablar con quien tenemos al lado, la posibilidad de conocer a otro viajero, la posibilidad de conocer a un local, de seguir exprimiendo experiencias, de seguir intercambiando sensaciones, conversaciones y habilidades sociales, en definitiva. Es una estampa bastante usual últimamente. Los hoteles, cafeterías o guest-houses lo conocen y ofrecen wifi a los viajeros para atraerlos a sus locales.
Cuando dependes de una red wifi y esa red se cae, se cae el mundo, se cae tu mundo. Cuando viajamos parece que está más justificada esta ansiedad pero la podemos padecer en cualquier escenario.
De hecho es una ansiedad que más de una persona habrá sentido alguna vez sin tener que viajar lejos. Una ansiedad que sólo descubres cuando olvidas el móvil en casa durante unas horas y lo primero que haces cuando vuelves y lo recuperas es conectarte y chequearlo como si nos fuera la vida en ello. Una ansiedad que aparece cuando olvidamos el cargador del móvil y nos vamos todo el fin de semana fuera, entonces hacemos lo imposible por comprar otro o pedirlo prestado allá donde vamos.
Es una ansiedad que aparece de repente. Y en la mayoría de los casos casi nunca es tan urgente, casi nunca nuestra vida depende de esa conexión. Una conexión que buscamos para tener la sensación de tranquilidad, para tener la sensación que estamos localizados, para tener la sensación equivocada de que está todo bajo control… aunque en alguna ocasión hayamos lamentado a posteriori haber sido localizados.
Esta ansiedad tecnológica existe y es la cara oscura de la comunicación on-line. Pero esta comunicación tiene otro rostro, otra cara, que bien llevada resulta beneficiosa.
Sin intentar cuestionar la adicción tecnológica, ni justificar este tipo de actuaciones de dependencia y sin obviar el problema de la sociedad actual con el enganche a los dispositivos móviles que configuran un panorama decepcionante, falto de diálogo y peligroso, me atrevo a afirmar que existen aspectos muy beneficiosos de la comunicación digital si se hace un uso racional de sus medios.
Conversaciones con los nuestros vía Skype, Facetime, WhatsApp y demás programas nos hacen sentir cerca de casa. Hace sentir que el tiempo no juega en nuestra contra a costa de enfriar las relaciones humanas, personales y familiares y por mucho tiempo que pases alejado de los tuyos, cuando vuelves la lejanía y la distancia no pasan factura. La capacidad de poder seguir las conversaciones con los amigos, las amigas, la familia, compañeros del trabajo, poder estar al tanto de lo que ha ocurrido en tu ciudad, en tu entorno durante todo el tiempo en que has estado fuera es una gran ventaja si lo que buscamos es no llegar a desconectar.
La necesidad de sentirte cerca de los tuyos cuando estas a miles de kilómetros de distancia a veces es algo natural y gracias a la tecnología y a las redes sociales, la distancia ya no es tanta distancia y las rupturas se llevan de otra manera.
Sólo quienes pasan tiempo alejados de sus entornos, de sus casas, de su gente y de su familia sabe a qué me refiero. Cuando pasas temporadas largas fuera de casa , a veces te invade una sensación de vértigo cuando pasan días y días sin saber nada del otro lado,sobre todo cuando es un silencio no elegido. Por ello tener la posibilidad de comunicarse es un privilegio y la comunicación on-line puede ser muy positiva.
No sería justo obviar el poder de la comunicación on-line y sus ventajas. Y es que en el caso que me rodea y el entorno en que vivo el uso controlado de la comunicación por internet nos ha ayudado mucho.
Para empezar ha permitido dar a conocer el trabajo que desde aquí en Lamu hacemos, el proyecto que llevamos a cabo. Sin este acceso a la comunicación no habría sido posible. Una escuela que, aunque llevaba siete años funcionando, no había tenido nunca visibilidad mediática. Una escuela que nunca hubiera conocido si no me hubiera venido a esta isla esos diez maravillosos días donde tuve la oportunidad y el privilegio de desconectar de mi mundo para conectar con este otro mundo. En aquel entonces la escuela no tenía ningún tipo de comunicación, era una escuela que no existía mediáticamente hablando.
En solo dos años el proyecto ha dado un vuelco total y ha empezado a tener vida en el mundo de la comunicación digital. Gracias a las redes sociales, a su pagina en Facebook (One Day Yes/ Twasukuru School. Escuela Lamu), a su cuenta en Instagram (@onedayes), a su propia pagina web (www.onedayyes.org), etc.
La comunicación digital ha permitido que el proyecto 'One Day Yes' tenga una visibilidad que le permite acceder a determinados despachos que de otra manera seria imposible.
Un proyecto que ahora cuenta con una comunicación profesional que permite hacerlo todo más profesional y contar con determinados apoyos que sin este tipo de comunicación no habría sido posible.
Aún con todo, no puedo estar más de acuerdo con las declaraciones póstumas del filósofo Bauman al periodista Jordi Évole cuando afirma que sin querer quitar los beneficios que tiene la comunicación por internet, con este tipo de comunicación ganas algo pero también hay algo que pierdes. No puedo estar más de acuerdo porque lo he vivido en primera persona. Lo he experimentado. Y me atrevo a afirmar que no siempre compensa, no siempre ha merecido la pena, no siempre ha sido necesaria esa conexión a internet para comunicarme. Y no siempre es bueno estar conectado y disponible al mundo.
Por eso siempre llevo mi móvil en silencio, por eso respondo cuando quiero y no siempre que me llaman; por eso intento controlar las horas en que tengo que conectarme a internet; por eso no contesto siempre que me llaman… Al menos así me engaño con la sensación de tener al menos algo de privacidad y algo de control sobre mi vida.
Una vida, unas experiencias y unas reflexiones que puedo compartir gracias a esta comunicacion tecnológica de la que hablo y cuya dependencia critico, pero que con todo me permite estar aquí y allí.
La semana que viene… ¡más!