Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. Cantaba Sole Giménez aquello de Cómo hemos cambiado, pero, ¿tanto lo hemos hecho? Si uno comparara el mundo de 2022 con el 2012 encontraría, por seguro, más de siete diferencias, con una sociedad que se enfrenta ahora a retos inauditos. Sin embargo, pronto uno descubre las conexiones y lazos que conectan pasado, presente y futuro, una sociedad que no va a golpe de punto y aparte sino que es un texto corrido. Parte de esa historia reciente se muestra en la World Press Photo. El certamen cumple diez años desde que aterrizó en València, mostrando los mejores proyectos de fotoperiodismo del ámbito internacional, una iniciativa que recala de nuevo en la Fundación Chirivella Soriano para poner negro sobre blanco nuevas sensibilidades y maneras de mirar a nuestro entorno pero, al mismo tiempo, cuentas pendientes históricas en una sociedad que necesita mirarse al espejo.
“Han cambiado muchas cosas, no sé si todas buenas”, reflexionó el presidente de la Fundación, Manuel Chirivella, durante la presentación de la muestra. En ella estuvo acompañado por Martha Echevarría, en representación de la World Press Photo Foundation, y Pablo Brezo, director de WPP València, quien destacó la labor del certamen para resultar en un “almanaque visual de nuestra historia contemporánea”. Esta edición es especial por varios motivos, el primero por su décimo aniversario en València, pero no solo. La WPP ha vivido un profundo cambio de sistema en el último curso, pues han pasado de un concurso único a un marco dividido en seis regiones, cada una encargada de entregar sus premios. “La idea de este cambio de estrategia era asegurarnos de mejorar la representación de las fotografías ganadoras y de los fotógrafos”, recalcó Echevarría, quien lamentó que la historia del WPP haya estado marcada por una única visión occidental. Hasta ahora.
Como se quiere redistribuir la riqueza, añadió Brezo, este nuevo sistema quiere “redistribuir la voz” en el escenario mundial, un reparto que se ve de manera muy explícita en la nueva ronda de proyectos seleccionados. También en la fotografía del año. Así, el recorrido de este curso hace especial hincapié en los márgenes de la sociedad, un foco para las comunidades indígenas a las que se mira de igual a igual y, también, como sujeto de violencias que aún todavía tienen lugar por todo el mundo. Es la hora de la “justicia histórica”.
La primera parada, la obligada, es la que nos lleva a la fotografía del año, una imagen que, por primera vez en la historia del certamen, no muestra a ninguna persona. Se trata de Escuela residencial de Kamloops, tomada por Amber Bracken para The New York Times. La imagen nos traslada a Canadá, una instantánea que muestra una hilera de vestidos rojos colgados de unas cruces de madera, con un arcoíris que se abre paso en segundo plano. Se trata de un homenaje a los niños que murieron en la escuela residencial indígena de Kamloops, un tipo de escuela financiada por el Estado y gestionada por la Iglesia creada en el siglo pasado para “forzar la asimilación cultural de los niños indígenas”. Fue en 2021 cuando una investigación sacó a la luz los restos mortales de 215 menores de edad de una fosa común, un descubrimiento que removió los cimientos del país y sacó las vergüenzas de su pasado colonial, un hecho que llevó al mismo Papa a pedir perdón por la "deplorable conducta" de la institución religiosa.
La segunda parada de las exposición nos lleva aún más lejos si cabe: Australia. Es allí donde se ha premiado el mejor reportaje del año, un proyecto de Matthew Abbott para National Geographic que lleva por título Salvar los bosques con el fuego. En él, el fotógrafo muestra la quema estratégica de tierra de los indígenas australianos, en una práctica conocida como “quema fría” que lleva practicando durante miles de años. Así, los guardabosques combinan los conocimientos tradicionales con las tecnologías contemporáneas para prevenir los incendios forestales y reducir los niveles de CO2 que contribuyen al calentamiento climático. Otro de los proyectos con premio es Distopía amazónica, del brasileño Lalo de Almeida para Folha de São Paulo, galardonado en la categoría de proyecto a largo plazo. El creador muestra la devastación de la Amazonía, un proceso que no es nuevo pero que ha alcanzado su ritmo más rápido en una década, “todo acelerado por las políticas medioambientales regresivas del presidente Jair Bolsonaro”. Esto tiene un impacto evidente en el medio ambiente, pero también en las comunidades indígenas que todavía lo habitan, un saqueo que pone negro sobre blanco como sus vidas son asimiladas por el poder.
No es común que las imágenes que se muestran en la exposición no estén firmadas, pero siempre hay excepciones. Uno de los casos lo podemos ver en la selección de este año, una imagen publicada originalmente por el New York Times que muestra a una serie de manifestantes utilizar tirachinas y otras herramientas de fabricación casera durante un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad tras el golpe de Estado en Myanmar. En esta suerte de vuelta al mundo a través de las 120 fotografías -y dos vídeos- que componen la muestra, también hay una parada obligada. Puede que a muchos de los habituales de la World Press Photo les sorprenda ver imágenes de la guerra en Ucrania, pues el material mostrado suele corresponder al año anterior en el que se muestra. Y ahí hay una clave bien interesante. La exposición recoge el proyecto de Guillaume Herbaut que llevó a cabo entre 2013 y 2021, un trabajo que viene a reflejar cómo se ha ido gestando un conflicto que va más allá de una ‘última hora’ y que vivió un punto de inflexión en 2014, cuando las fuerzas respaldadas por el Kremlin ocuparon la península de Crimea. En este sentido, los responsables de la muestra pusieron el acento en la importancia de aportar contextos y, vinculado a esto, de apoyar proyectos a largo plazo que quizá comercialmente sea más complejo de distribuir.