El pasado domingo se cumplieron tres cuartos de siglo de la mañana en que Castelló descubrió las trágicas consecuencias de una tromba de agua que la víspera anegó los barrios del norte de la ciudad, en una jornada que dejó al menos 12 víctimas mortales, la gran mayoría de corta edad. La catástrofe marcó a toda una generación de castellonenses
CASTELLÓ. El 28 de septiembre de 1949 es miércoles. Un día normal, lectivo y laborable, que pasará a engrosar, sin embargo, la lista de las jornadas más trágicas en la historia de Castelló. Con el paso de las horas, el cielo se oscurecerá hasta teñirse de luto, como fatal augurio de unas horas inconcebibles. La fecha es la de una herida en el corazón de la ciudad, que no será consciente del alcance del desastre hasta la mañana siguiente.
El pasado domingo se cumplieron 75 años de aquel despertar de una pesadilla causada por una tromba de agua que acaba por desbordar el Riu Sec, en una jornada de fuertes lluvias en toda España que, sin ir más lejos, deja más de 40 muertos en la ciudad de València. El frío dato del observatorio meteorológico del instituto Francisco Ribalta dice que en pocas horas se recogen 139 l /m², como recoge Aemet, pero el dolor que causa la riada es inconmensurable.
El castigo del agua se concentra en el área más próxima al cauce del río, al norte del casco urbano. A las nueve menos veinte de esa noche, el alcalde Carlos Fabra Andrés decide suspender el pleno municipal "ante la magnitud que ya desde el primer momento ofrecía la inundación que se estaba produciendo en los barrios de Els Mestrets y Pueblo Seco, contiguos al cauce del río".
Sin embargo, el jueves por la mañana, el diario local Mediterráneo abre su página 3 con el titular "El desbordamiento del río Seco produjo ayer grandes inundaciones", si bien invita a la tranquilidad en uno de sus subtítulos: "Afortunadamente, la catástrofe no parece haber causado ninguna víctima, aunque sí enormes daños". La noticia celebra el heroísmo de quienes habían participado en la evacuación "a oscuras" de cientos de personas, de bomberos a Cruz Roja, pasando por Policía, Regimiento de Infantería Tetuán, Guardia de Franco, Comandancia de Marina, marineros, pescadores, chóferes y particulares. La edición del texto se cierra pasadas las cuatro de la madrugada con un final sombrío: "Los bomberos, avanzadillas en la labor de ir penetrando por la zona inundada, han suspendido momentáneamente su tarea a la espera de la luz del amanecer, pues resulta imposible cruzar el río y llegar al Poble Sec, donde parece que hay necesidad de auxilio".
Desde primera hora de la mañana del jueves 29, siguiendo la descripción de la prensa local, el panorama que queda a la vista es dantesco: "El aspecto que a esa hora ofrecía todo el sector comprendido entre la carretera de Alcora, la Ronda y el río Seco, era verdaderamente espantoso. En la estación del Norte, el paso de las aguas había producido un amontonamiento de restos (...) y gracias que no causó la muerte de un grupo de maquinistas que duermen en una zona baja; en las calles se amontonaba enorme cantidad de barro arrastrado por las aguas, y en el barrio dels Mestrets las zonas antes cubiertas por las aguas lo estaban entonces por las aguas y el barro que impedía adentrarse en la mayor parte de la zona. junto al Estadio, el destrozo y el desorden era mayor”.
El río se desborda por varios puntos, de acuerdo con un informe de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) citado por Francisca Segura, hoy catedrática de Geografía Física de la Universitat de València, en su artículo Evolución urbana e inundaciones en Castelló, publicado en 2001. Las aguas se salen del cauce a la altura de la carretera vieja de l’Alcora -cerca del grupo Los Cubos-, por el Crémor, la carretera de Morella, la antigua N-340, el puente de hierro del ferrocarril y a la altura del estadio Castalia, inaugurado solo cuatro años antes. El barrio dels Mestrets -zona comprendida entre la actual avenida Barcelona, la calle Sant Roc y avenida de Benicàssim, Joaquín Costa y el río Seco- ya había sufrido inundaciones en 1879.
Ese día de finales de septiembre de 1949, la precariedad de muchas viviendas e infraviviendas de la zona hará que en pocas horas, los peores presagios tomen cuerpo, si bien no se llegue a tener seguridad sobre el número de afectados y fallecidos. En el periódico del viernes 30, la descarnada realidad se visualiza en forma de lista de las diez primeras víctimas mortales de la catástrofe: Julieta Fortunato Ibáñez (11 años), Consuelito Benet Torrent (7), Julia Ibáñez Barrachina (40), Natividad Fortunato Ibáñez (8), Teresa Bellés Traver (62), Tomasa Benet Torrent (69), María Ibáñez Montoliu (66), Fina Delfín Carrión (5), Avelino González Cortés (40) y Rosario Llansola Moliner (38). Esta última había sido la primera víctima en ser localizada, de madrugada, en el maset del Dr. Bellido, junto a la carretera de l’Alcora. El resto de los cuerpos son hallados en la partida de Zafra, o “detrás de la residencia de oficiales”, “detrás de la fábrica de cal” o “en Granja carretera Cementerio”, así como en sus propios domicilios en masets e incluso en el barrio del Tronío, lejos del cauce del río.
El mismo jueves 29, una gran comitiva fúnebre recorre el centro de la ciudad. Los féretros son llevados a hombros desde el depósito del Hospital Provincial por la calle Navarra, plaza del General Sanjurjo (hoy del Real), plaza del Caudillo (hoy Puerta del Sol), Enmedio, Colón, Mayor, plaza de María Agustina, Conde Pestagua y plaza de Clavé, donde se despide el duelo. A medio camino, una parada para un responso ante la capilla de los Santos Patronos.
El sábado 1 de octubre crecerá la lista de fallecidos. Entre la desembocadura del río Seco y la acequia de Brunella se encuentra el cadáver de una niña de entre 5 y 6 años, a quien no se identifica, si bien se supone pudiera ser hermana de Consuelito Benet. Al día siguiente, domingo 2, la cifra de muertos alcanza los 12. Se trata de Juan Guaita Alcón, de 3 meses de edad, y es hallado en una finca de la partida de Coscollosa. Su familia había denunciado su desaparición tras ser arrastrado por las aguas de brazos de su madre.
Con posterioridad a la crisis, conforme los días pasan se evidencia el alcance de los daños causados por la riada. El Estadio Castalia, estrenado en 1945, es una de las instalaciones públicas más afectadas y deberá ser sometido a obras de “reconstrucción” en los años siguientes. Es solo un ejemplo de los cuantiosísimos daños materiales que, no obstante, quedan en un plano muy secundario y palidecen ante las consecuencias de una jornada luctuosa que deja una gran cicatriz en la memoria colectiva, haciendo que la tragedia humana de las familias afectadas más directamente por las inundaciones se sienta como propia en toda la ciudad y deje marcada a toda una generación.
Tal día como hoy de 1994 fallece el cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Cuatro años antes, en diciembre de 1990, concede una entrevista a TV Castellón en la que repasa su trayectoria vital desde una espléndida lucidez de 83 años. En aquel tiempo, una humilde televisión local se veía abocada a reciclar el material y regrabar cada cinta, por lo que la entrevista se emite y después, pasa a la oscuridad de la desmemoria. Salvo por un detalle: el padre de la entrevistadora -María Padilla- graba el programa, casi íntegro, en una cinta de VHS que, 34 años después, maltrecha por el paso del tiempo, ha sido rescatada para este reportaje, gracias a la colaboración del Servicio de Comunicación y Publicaciones y del LabCom de la Universitat Jaume I