ALICANTE. Los taxis de Barcelona son negros con una gran franja amarilla ocupando los dos costados del vehículo, a babor y a estribor. Si rebuscas en la red para saber el origen de estos colores identificativos (dando por hecho que quien lo ha volcado en internet, ya ha rebuscado previamente entre archivos y libros), no acabas de hacerte una idea clara, más allá del origen administrativo de la franja amarilla, que identifica una tasa única de servicio, en el Código de Circulación de la ciudad de 1924, y que estos colores se estabilizan allá por 1934, después del auge de los “automóviles de plaza” durante la Exposición Universal de 1929. Nada sobre la acalorada asamblea en que se fija el “uniforme”, quién sabe con qué mayoría. Nada sobre la soledad del funcionario o directivo, en su despacho con vistas al Passeig de Gràcia que decide en la soledad de su superioridad jerárquica. Pero los taxis de Barcelona son negros y amarillos, como los de Buenos Aires, los de Rosario o Santiago de Chile.
Carlos Zanón (Barcelona, 1966), poeta, guionista, articulista, crítico literario y melómano, aunque por aquellas cosas de la semántica, este término alude en primera instancia a quien ocupa sus horas de escuchador a la llamada música clásica, mientras que nadie lo hace pensando en quien pasa horas con Dolores Pradera, la Niña de los Peines, Juanito Valderrama, Rocío Dúrcal o Vicente Fernández sonando en el radiocassete. Zanón es melómano de The Velvet Underground, Mazzy Star, Bruce Springsteen, Drive-By Truckers, Ramones, The Beatles y The Clash, sobre todo The Clash, melómano de Sandinista!, el triple álbum de los de Joe Strummer, o tal vez no, tal vez sea solo la banda sonora que a todas horas suena en el taxi de Sandino, el personaje de la novela de Zanón, en su trayecto de vuelta a casa de Ulises con tarifa regulada que se transforma en huida de Penélope/Lola/Nat/Marta/Hope… por la escala milimétrica del mapa de una Barcelona maniatada.
Tras Tarde, mal y nunca (2009, Premio Brigada 21 a la Mejor Primera Novela Negra del Año), No llames a casa (2012, Premio Valencia Negra a la Mejor Novela Negra del Año) y Yo fui Johnny Thunders (2013, Premio Salamanca Negra 2014, Novelpol 2015 y Dashiell Hammett 2015), Taxi se está convirtiendo en la consagración de uno de los narradores más interesantes del panorama actual.
El pasado 25 de mayo estuvo participando en la edición de 2018 de las jornadas Mayo Negro auspiciadas por la Universitat d’Alacant, bajo la dirección de Mariano Sánchez Soler y Fran J. Ortiz.
¿Para quién escribe Carlos Zanón?
Pues no lo sé, para mí la literatura es, por un lado, una necesidad de ordenarse, una búsqueda personal de tus propios fantasmas. En este sentido, escribiría para mí. Pero a la vez, en el momento en que utilizas la ficción y, en cierta manera, estás metido en territorios inexplorados, también escribes para un lector desconocido. Metes un mensaje en la botella y la tiras al mar. Supongo que buscas lo mismo que como lector, una conexión especial con alguien a quien no necesitas ni tan siquiere conocer.
Para ello utilizas una prosa que podríamos considerar epigramática, como una sucesión de aforismos y sentencias que construyen la narración. ¿Tu prosa está contaminada de tu poesía o es su forma de ser autónoma?
Creo que, por un lado, lo que intento hacer es como si estuvieras esculpiendo. Tienes ahí una materia y has de encontrar la forma, por eso me gusta trabajar con cosas con las que he trabajado en la poesía, como los espasmos, la intensidad, incluso a nivel musical, los estribillos, los leit motiv, y creo que todo eso tiene que ver con lo que yo quiero aportar a la manera que tengo de expresarme. Pero no creo que sea algo consciente, no buscas amanerarte de determinada manera, sino que entiendes que es la mejor para explicar lo que quieres explicar.
En la búsqueda del estilo propio parece que tienes un lugar de llegada…
Siempre he pensado que escribir no es redactar. Puedes redactar bien, pero eso no es literatura. La literatura está llena de huecos, de agujeros, de vocaciones y de juegos que lanzas al lector, y eso está en la prosa y está en la poesía.
En el camino narrativo emprendido en obras anteriores, con el punto conseguido por Yo fui Johnny Thunders, ¿Taxi es un puerto de llegada, el puerto de una Barcelona reconocible, pero no exactamente deseada?
Creo que, en cierta manera, Taxi me ha supuesto la manera de escaparme de Yo fui Johnny Thunders. Ha venido a demostrarme que no podía repetir las mismas cosas o acabar siendo una caricatura. Me quise apartar del género, yo creo que Taxi no es una novela negra (de hecho las novelas anteriores de Zanón son a la novela negra lo que el Quijote a las novelas de caballerías, hipérboles a parte) y de determinados personajes. Taxi es un inicio, pero también tengo la sensación de que es el final de una manera de narrar. Tengo la sensación de que me tengo que escapar un poco de la ciudad. Me gustan mucho los creadores que se mueven, que cuando los vas a pillar… rollo Dylan, cuando vas a pillarlo, va y te hace un disco de Frank Sinatra, y dices “joder, qué hace este tío”. Me gusta esa idea de no estar donde creen que vas a estar. Esta novela es un inicio que me demuestra a mí mismo que puedo escribir de otros sitios, pero también es un fin de trayecto, con respecto a la ciudad.
Una ciudad, Barcelona, que en toda tu obra, y especialmente en Taxi, transmite la sensación de ser un corsé, como de una Barcelona resignada. Da la sensación de que para hacer atractiva Barcelona hay que inventarla, como hace por ejemplo Ruíz Zafón, que con describirla no vale.
Sí, es que yo en realidad no he tenido la voluntad de explicar mi ciudad en ningún libro. La ciudad es lo que te da identidad, como el barrio, como la familia, pero que al mismo tiempo te impiden ser otra cosa. La ciudad para mí es un lugar del que conozco los códigos, pero que también es una jaula. Incluso el personaje del taxista cree que puede ir a cualquier sitio, pero en el fondo no puede salir, no puede trabajar fuera de sus límites, por ejemplo, como una pecera, en la que los peces, al ser transparente, piensan que pueden nadar hacia cualquier sitio, pero nosotros sabemos que no. La ciudad la veo como una trampa de soledad, pero también de libertad, gracias al anonimato… pero no concibo que nadie venga a Barcelona porque lo ha leído en un libro mío, cosa que sí sucede si lees a Ruíz Zafón, a Falcones o incluso a Mendoza. No tengo la sensación de que a nadie le apetezca venir a mi Barcelona.
Tal vez porque Taxi tiene mucho de huida. En algún momento se detecta como un paralelismo entre Sandino y Jean-Claude Romand, el personaje real que protagoniza El adversario, de Emmanuele Carrère.
Sí, sí, sí… que también es un mentiroso que tiene que huir… bueno, matar en su caso…
Sandino no llega a ese extremo, pero en algún momento se le pasa por la cabeza.
Aunque él, en el fondo… yo tuve en todo momento muy presente el personaje de Mastroianni en La Dolce Vita. Un personaje que cuando está en un sitio, sabe que en ese sitio no quiere estar y va buscando otro, pero que tampoco sabe lo que quiere. Existencialista en el sentido de que todo le da medio bien y medio mal. Está medio bien y medio mal con cualquier chica, medio bien y medio mal en cualquier lado. Más que escapando, está buscando algo que por su propia definición se le escapa, nunca se define, nunca se decide, nunca elige, por lo que nunca pierde nada, pero nunca gana nada, tampoco. Más que una huida, que delimitaría su horizonte, él es su propia trampa y lo que busca es una pista que le obligue a detenerse, a quedarse en algún sitio, pero no lo encuentra.
Citas a Mastroianni y La Dolce Vita, pero hay otras dos películas que sobrevuelan sobre la novela: After Hours de Scorsesse (traducida de manera infame aquí como Jo, qué noche!) y La noche en la tierra de Jim Jarmusch.
¡Y Taxi Driver! Si, bueno, por ejemplo La noche en la tierra la volví a ver y se me cayó al suelo completamente, ha envejecido fatal. Y Jo, qué noche, en tono de comedia, sí la tienes un poco en la recámara. Hay otra película, de Paul Schrader, De entre los muertos, con Nicholas Cage, que hace de conductor de una ambulancia, que también está muy emparentada con Taxi Driver. Jo, qué noche! es, sobre todo, la concatenación de la ciudad, la deriva de los personajes. A un taxista le da igual ir hacia un lado u otro, en el fondo le da igual ir al norte que al sur, a un barrio o a otro, su trabajo consiste en que como una bola de billar, le vayan enviando de un lado a otro. Jo, qué noche! es una serie de calamidades que le impiden volver a casa, pero en el caso de La dolce vita, su vagabundeo es más consciente, tiene más reflejo en el mito de Ulises, alguien que quiere volver a casa, pero se toma veinte años para ello, porque sabe que si uno no se prueba, en otras personas, otros ojos, otros sitios, si no se mete en peligros, no sabrá quién es en realidad. Creo que las personas nos movemos en esa dualidad, la querencia de volver al sitio al que pertenecemos y la necesidad de probarse. El problema de Sandino es que quiere volver a su casa, pero no sabe dónde está su casa.
¿Le pusiste Taxi a la novela, que es un título muy explícito, porque tenías miedo de ponerle Tenemos que hablar?
(¡Ja, ja, ja…!) Le puse Taxi al principio, de manera provisional, y Tenemos que hablar ya de por sí define todo (esta es la frase fatídica que le lanza Lola, la mujer de Sandino, y que se convierte en el mcguffin de su huida). Todos sabemos que cuando nos dicen eso, nunca presagia nada bueno.