VALÈNCIA. Fue el sociólogo Zygmynt Bauman quien acuñó el concepto de la modernidad líquida para hacer referencia al momento actual donde los valores de nuestros padres y abuelos de “para toda la vida” desaparecen.
Ni los trabajos son ya para toda la vida, ni los bienes que poseemos, ni el matrimonio, ni el conocimiento, ni los edificios…En una sociedad en cambio permanente, pocas cosas ascienden al grado de solidificación, por ello conviene ejercitar la flexibilidad. Ser flexible implica ser una persona ágil, estar preparado para los cambios, huir de las rutinas y de los hábitos antes de que se consoliden, pero también conlleva cierto descreimiento y no comprometerse demasiado con nada. Tampoco con la empresa porque los vínculos laborales están cambiando.
Según Aitor Grandes, CEO de Metastartup https://www.metastartup.com/, el ensayo de Bauman es, en general, una crítica a la sociedad de consumo en la que vivimos, con todos sus problemas medioambientales, sociales, etc. pero el también cofundador de 24 symbols https://www.24symbols.com/ quiere aportar una visión positiva “y pensar cómo las nuevas “empresas líquidas” pueden dar respuesta a un nuevo tipo de sociedad cambiante, donde la velocidad es el driver principal”. Grandes equipara una empresa líquida con una startup, un modelo opuesto a las antiguas corporaciones. “Lo nuevo, ágil, adaptable y rápido frente a lo viejo, rígido y lento”, dice.
Pero la liquidez no afecta solo a la manera de desarrollar un producto y gestionar una empresa para que sea capaz de adaptarse a las necesidades cambiantes de sus clientes. El concepto atañe a todos los ámbitos de las compañías, desde las políticas de contratación hasta su organización y emplazamiento.
En lo que respecta a la fuerza de trabajo, a los empleados se les pide ahora algo más que talento. El informe de Accenture Technology Vision 2016, ya anticipaba que “las empresas están invirtiendo en las herramientas y tecnologías que necesitan para mantener el ritmo de cambio constante de la era digital. Sin embargo, hay un factor crítico que se está quedando atrás: la fuerza de trabajo. Las empresas necesitan algo más que una tecnología adecuada; necesitan aprovechar esa tecnología para permitir a las personas adecuadas hacer las cosas apropiadas en una fuerza de trabajo «líquida», adaptable, preparada para el cambio y con capacidad de respuesta”.
Ello implica, en lo que afecta a los trabajadores, aportar iniciativas, la exigencia de mantenerse en formación continua, de aprendizaje rápido, capacidad de adaptación a cualquier entorno y cultura y flexibilidad laboral, tanto en lo que se refiere a los horarios como al emplazamiento o los vínculos con la empresa. No olvidemos la tendencia creciente de trabajadores autónomos y freelance que, según algunos estudios, en 2020 representarán más del 40% de los empleados de las empresas estadounidenses.
“Un trabajador líquido es aquel que se adapta a la realidad cambiante propia de esta etapa digital, por lo que hoy puede estar trabajando por proyectos deslocalizados, mañana en la oficina de un cliente y, dentro de unos meses, mantener una relación de contratación fija con una empresa. Trabajo líquido es el uso de las habilidades laborales WWW (Whatever, Whenever, Wherever)” dice Francesc Font, CEO de Nubelo, adquirida por Freelancer
Sin embargo, esta mentalidad que parece haber calado ya en los entornos laborales, no parece haber trascendido al sistema educativo. Los métodos de transmisión de conocimiento y de evaluación se mantienen inalterables. En el libro Sobre la educación en un mundo líquido, Zygmunt Bauman conversa con el educador Ricardo Mazzeo sobre la pérdida de credibilidad de las bases de la educación tradicional, la cual se perfila como algo anticuado por no proveer a los jóvenes las herramientas necesarias para encontrar un trabajo, para tomar la iniciativa y reinventarse laboralmente cada poco tiempo. El aprendizaje propio de un mundo perdurable no es aplicable a un entorno cambiante. Este vacío es el que aprovechan algunas iniciativas empresariales que, al margen de la educación reglada, proponen enseñanzas acordes a los tiempos. Una es la de Product Lab, para la formación de product manager mediante la metodología de aprender haciendo, o Ironhack donde dicen preparar a “la próxima generación de creadores digitales” con cursos de programación web y diseño UX/UI.
También en este ámbito se imponen los criterios de flexibilidad y funcionalidad. La digitalización no exige el presencialismo ni requiere de unas instalaciones complejas que, más que aportar valor, merman la tesorería de las empresas con unos gastos fijos innecesarios. Al amparo de esta corriente surgió la industria de los coworkings, transformados ahora en espacios flexibles. Ya no se trata de acoger a autónomos que huyen de la soledad del hogar, sino de empresas con equipos de cientos de empleados que pagan un alquiler en función del tiempo de estancia y el número de trabajadores. A cambio reciben infraestructura ad hoc, servicios de formación y entrenamiento empresarial, salas de juntas y acceso a business clubs internacionales.
Con esta oferta acaban de desembarcar en España dos grandes internacionales: la estadounidense Wework y la holandesa Spaces. Colonial ha sido la primera en reaccionar a la amenaza adquiriendo la mayoría de la plataforma de coworking Utopic_Us. Su cofundador, Rafa de Ramón, vaticina una eclosión de estos espacios en el mercado nacional para el nuevo año.
En los consumidores se supone que radica la clave de todos los cambios citados. Ya ha advertido Aitor Grandes de que el ensayo de Bauman es, en general, una crítica a la sociedad de consumo en la que vivimos. Hablamos de un consumidor obsesionado, más que por la posesión de las cosas, por el disfrute de las mismas y de una insatisfacción permanente que impone la renovación vertiginosa de productos. La obligación de las empresas es atender esa necesidad. La lista de ejemplos de iniciativas que se acogen a esta filosofía es interminable, desde las que ofrecen servicios y productos compartidos, hasta las que renuevan la oferta permanentemente. ¿Quién se acuerda ya de la blackberry o del iPhone 3G dehace 10 años? En esta realidad líquida donde todo lleva fecha de caducidad lo importante no es conservar los objetos, sino renovarlos constantemente, una sucesión alegre de comienzos y finales.