El pasado domingo tuve la oportunidad de ver la película Incierta Gloria, de Agustí Villaronga, de 2017, que a mi juicio había pasado un poco inadvertida ante otros títulos del momento (fue nominada a un Goya como mejor guión adaptado), pese a las excelentes interpretaciones y a la particular revisión que el realizador mallorquín -aclamado con Pa Negre- hace de la novela de Joan Sales. Ambientada en el frente de Aragón durante la Guerra Civil, la cinta centra la historia sobre un triángulo de personajes, formado por Lluís (Marcel Borràs) y Trini (Bruna Cusí), pareja y padres de un niño (Ramonet), y Juli (Oriol Pla), amigo del primero y enamorado de la segunda. Los dos hombres se encuentran en el frente, mientras la mujer permanece durante parte de la trama en Barcelona. Pero más allá de los rasgos de juventud y la lucha por sus ideales que intenta retratar, parte del éxito de la película reposa en el contexto rural en el que se desenvuelve y en los personajes secundarios, que ahondan en caricaturizar el momento -una cierta paz en el frente, pues estamos al principio de la contienda y el rival, de momento, no atosiga- y el contexto, la España rural de la guerra y la volatilidad de los poderes locales.
Como dijo en su día la crónica de la película publicada por Eulàlia Iglesias en El Confidencial, para Villaronga, el conflicto bélico no funciona como tema del filme sino como el detonante que desvela la vertiente más instintiva y oscura de estos personajes (del triángulo) 'a priori' idealistas, aunque el personaje de Oriol Pla vuelva a mostrar esa virtud de escaquearse en los momentos peliagudos. Villaronga convierte en centro de su película a un personaje que en el libro juega un papel más secundario: la Carlana (Núria Prims), una viuda joven que ostenta cierto poder en el pueblo donde permanece el destacamento de Lluís después de que los anarquistas asesinaran a su marido.
El gran éxito de Villaronga es lograr que la Carlana se convierta en el centro de la trama en un momento dado de la película, cuando el hijo de Lluís y Trini enferma y necesita algo tan básico como el suero, pero que escasea en cuanto la contienda bélica comienza a vivir sus momentos de máxima tensión. Esa capacidad para atraer y, si es necesario, destruir de la Carlana -como explica Eulàlia Iglesias en su crítica- es la que pone en evidencia el trasfondo más miserable de los dos protagonistas masculinos, Lluís y Juli, pese a su inicial amistad.
Y lo que había comenzado como un pulso entre bandos, en un momento de cierto impasse en la guerra, acaba siendo una pugna personal entre los dos protagonistas masculinos, con la Carlana, y que muestra, con un buen retrato escénico, la exploración del lado oscuro de la naturaleza humana. Al tiempo que la guerra avanza, y el bando nacional va ganando posiciones, se ve como los protagonistas van girando y el personaje central, la Carlana, pese a las magulladuras vitales que exhibe, acaba consiguiendo lo que se propone para que sus intereses no salgan mal parados.
Todo ello podría tener una traslación al momento político que vivimos ahora, tras la arrolladora victoria de Díaz Ayuso en Madrid. No sé si habrá cambio de ciclo político, o no, pero lo que si parece evidente es que entramos en momentos (todavía largos) de incierta gloria. Llevado a la Comunitat Valenciana, podríamos decir que ese impasse de cierta paz institucional puede sufrir alteraciones o balbuceos como elemento de Gobierno de cierta estabilidad institucional que ha venido mostrando hasta ahora. No por las relaciones entre ellos, que dentro de la diversidad, parecen superables, sino porque el personaje de la cinta de Villaronga que estaba en Barcelona ha decidido presentarse en el frente, y amedrentar ese sorprendente flechazo que vivían su pareja y la Carlana.
No sé cuál será el desenlace en este caso, ni en la Comunitat, ni en Alicante, pero lo vivido y visto en los últimos, la Carlana ya ha exhibido que no tiene pudor en cambiar un protagonista por otro. Ha mostrado su cuerpo magullado -no le importa- y dice tener suero, pese a que todavía faltan, si no hay elementos inesperados, dos años para el final.