El mes de marzo es un mes que me gusta. Siempre me ha gustado aún cuando detestaba las Fallas. Un mes especial. Es lo que tiene ser valenciana, aunque no sea fallera
Marzo me resulta un mes agradable, apetecible, fácil… Es un mes que suele cerrar el duro invierno y que abre la puerta a la primavera. Es el mes de las Fallas por excelencia sobre todo para quienes somos valencianos. Un mes que no puedo disociar de las Fallas.
Mi relación con el mundo de las Fallas ha sufrido una transformación importante con el paso del tiempo. Nunca pensé que en algún momento echaría tanto de menos ese olor a pólvora, esa vida por las calles de Valencia, esos aperitivos antes de la mascletà y esas rutinas que se crean sólo cuando llegan las Fallas y que desaparecen con la cremà de las mismas. Esos códigos que sólo entendemos quienes somos valencianos por poco fallero que te consideres.
Siempre dije que las Fallas son dignas de vivir al menos una vez en la vida; sobre todo si no eres de Valencia pues se presupone que siendo valenciano las vivimos sí o sí.
Las Fallas son esas fiestas que invaden toda la ciudad, que empapan a cualquiera y que se cuelan dentro de las casas cuando menos te lo esperas.
Yo vengo de una familia que nunca ha sido fallera ni ha vivido las fallas con especial fervor, pero tampoco somos de esas familias que huyen de las Fallas. Ni una cosa, ni otra. He convivido con las Fallas como he podido y si bien es cierto que durante muchos años hubiera deseado poder largarme donde fuera y no vivir las Fallas, con el paso de los años me he dado cuenta que me he ido enamorando de estas fiestas josefinas sin saberlo, sin ser fallera. Poco a poco.
Desde que he podido huir de las Fallas porque ninguna obligación profesional me lo ha impedido, nunca lo he hecho; al contrario, más he disfrutado de las Fallas y más las he echado de menos cuando no he podido estar en Valencia en el mes de marzo. De hecho siempre he recibido visitas de fuera que me han hecho enseñarlas fallas, explicarlas y vivirlas de otra manera.
El mes de marzo, para los valencianos es el mes de las fallas. El mes de marzo y el inicio de las mascletàs suponen mucho más que el inicio de las fiestas falleras. Supone sacar las camisetas de manga corta y gafas de sol, supone dar por terminado el invierno aunque a veces pasemos más frío en marzo de lo que hubiéramos imaginado.
El mes de marzo supone el inicio de la primavera, la llegada de la luz, del color, de la vida social tal y como estamos acostumbrados a vivirla en Valencia. El mes de marzo y la llegada de las Fallas supone el fin del gris, del frío, del encerrarse en casa…
El mes de marzo puede llegar a producir alegría, bienestar, subidón de energía… sin saber muy bien el motivo. ¿Será el poder de las Fallas?
Este año vuelvo a vivir el mes de marzo lejos de Valencia. Y es un mes que me cuesta estar tan lejos de casa porque vivir el mes de marzo en Valencia, mola. Y mola mucho. Hoy día me gustaría vivir marzo desde Valencia y no a miles de kilómetros como estoy. Eso si, rodeada de otros eventos y acontecimientos lejanos a las Fallas pero que merecen mucho la pena también: el Festival de Yoga en Lamu. Todo un acontecimiento que transforma la isla de Lamu y su entorno por días.
Así que mientras lloro las penas de no poder vivir las Fallas, me consolaré participando en el Festival de Yoga. Y mientras no pueda sentir ese olor a pólvora, mientras no pueda sufrir una despertà o mientras no pueda acercarme a vibrar con el ritmo de la mascletà, me quedaré con sesiones de yoga de todo tipo, con la visita de más de 200 personas de todo el mundo que se concentran en la playa de Shella para disfrutar del yoga en comunidad, me quedaré con las meditaciones al amanecer y al atardecer del día y con la navegación en dhown al estilo yoguico que tampoco está nada mal. El festival de yoga en Lamu transforma durante cinco días la isla en un centro yogui.
No recuerdo la primera vez que probé el yoga, pero sí que recuerdo la primera vez que sentí que había descubierto una práctica que me hacía sentir mejor, que la necesitaba practicar, que la buscaba y que me había enganchado. Fue con el Bikram Yoga. Un tipo de yoga que se practica a 40 grados de temperatura y que consigue sacar la mayor resistencia que nunca hubieras imaginado conseguir con tu propio cuerpo.
Pero lo que más me gustó fue la profesora que tuve: Sabrina Damn. Todavía la recuerdo. Consiguió hacerme sentir qué es eso del yoga y consiguió que desde entonces siempre que pueda lo practique. Consiguió meterme el yoga por las venas. Por eso el embarazo y el parto y el post-parto que he tenido han estado envueltos en ejercicios y prácticas de yoga. Por eso, aunque me vine a Kenia no fue motivo de dejar de practicar yoga; al contrario, pude reforzarlo. Por eso,y desde hace tiempo ya me considero una “víctima” del yoga con todas sus variaciones y con todas sus interpretaciones. Y no me deja de fascinar. Me fascina la capacidad de movilización que tiene el yoga y me fascina descubrir proyectos como el African Yoga Project, uno de los proyectos sociales que mejor funcionan en todo Kenia.
Un proyecto de emprendimiento social que utiliza el yoga como herramienta de cambio, social y de integración. Un proyecto donde todos forman parte activa de él y un proyecto que se extiende sin control. Y es que el yoga traspasa cualquier frontera, traspasa cualquier límite, traspasa cualquier escenario y se adapta a cualquier situación, circunstancia y país.
El yoga es una disciplina que debería integrarse de manera trasversal entre niños y niñas y ancianos y ancianas. Debería ser una práctica totalmente integrada en cualquier día a día. Porque cuando practicas yoga y lo sientes, afrontas cada día con otra actitud, otra entereza, otra mirada. La mirada del yoga, la mirada de la paciencia, la mirada de la tranquilidad, la mirada del no desespero, la mirada de la empatía, la mirada de la paz.
Así que lo dicho; mientras no puedo disfrutar de mis queridas fiestas falleras, me conformaré con uno de los Festivales de Yoga más especiales tanto por sus clases de yoga, su gente como por su entorno: la playa de Shella en la isla de Lamu, mágica, energética y yoguica como ninguna.
La semana que viene … ¡más!