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Paca Aguirre, nunca es tarde si la dicha es buena

14/04/2019 - 

ALICANTE. En no pocas ocasiones, un texto que pretende ser un homenaje a aquella persona que ha pasado como un relámpago por tu vida, breve y luminoso, pasa de la biografía a la autobiografía, contaminándose de la subjetividad de la experiencia propia, más que del retrato ajeno. Sólo voy a permitirme una frase en este sentido: hace apenas unas semanas perdí la oportunidad de conocer, saludar y abrazar en persona a Paca Aguirre.

La víspera del aniversario de la proclamación de la República, el 13 de abril de 2019, se apagaba la llama de Francisca Aguirre Benito, nacida en Alicante en 1930, apenas un año antes de aquel acontecimiento. Pocas veces un acontecimiento histórico ha marcado tan profundamente el devenir biográfico de una persona. Alicante, su Alicante, es una ciudad tomada por los vencedores, tal vez por eso la tuvo que vivir en la distancia, con breves visitas marcadas por la paradisíaca memoria de la niñez. Nunca es tarde, si la dicha es buena, dice el adagio popular, 40 años tarde desde la publicación de Ítaca, su primer poemario, en 1972, para ser nombrada Hija predilecta de Alicante, 46 años tarde para la concesión del Premio Nacional de las Letras, 47 años tarde para el homenaje que la Feria del Libro de Alicante le brindó el 5 de marzo de este mismo año. Y aún así, solo la ilusión, el cariño y la ternura como fuerzas motrices de su espíritu, en el reencuentro con esa ciudad que abandonó con 4 años, arropada en el regazo de sus padres, Francisca Benito y Lorenzo Aguirre, el pintor navarro afincado en las faldas del Benacantil, que tan bien supo aunar la introspección de la tiniebla y la vitalidad luminosa del Mediterráneo.

Perdido el paraíso de la infancia, camino del exilio, la sórdida España de los años 40 y 50 sólo podía ofrecer para sustituirlo los exilios interiores, y qué mayor jardín de las delicias privado que la literatura. “Aunque me encontrara en una situación difícil, frente a una situación incómoda, si yo abría mis libros de poesía, la cosa desaparecía y entraba en un sitio donde se estaba divinamente”, confesaba Paca en aquella conversación telefónica mantenida a raíz de la concesión del Premio Nacional de las Letras en 2018. La venganza de los vencedores se había consumado, con la ejecución de su padre, en 1942, y la posterior “reeducación” de las hijas del rojo en un periplo por centros educativos de moral nacionalcatólica. Pero la poesía vino a su encuentro, en las figuras totémicas de Antonio Machado, ajusticiado sin necesidad del garrote vil en Colliure, por la pena y las calamidades del exilio, Antonio Buero Vallejo y Luís Rosales, con quien trabajaría en el Instituto de Cultura Hispánica.

No sabremos nunca el alcance de la obra de juventud de Francisca Aguirre, destruida por la propia autora tras la epifanía de la lectura de Konstantinos Kavafis, germen intelectual y vital de su primera obra publicada, aquel Ítaca que le supuso el merecimiento del premio de poesía Leopoldo Panero, pero en un momento en que los poetas reconocen a viva voz que solo se leen entre ellos, y las nuevas generaciones adolecen de un presentismo absoluto que las hace esclavas de la infoxicación de las redes, Francisca Aguirre es una autora para ser leída, más que para ser recordada por una placa anonimizante en una calle secundaria. Más que una calle, Francisca Aguirre debería dar nombre a una biblioteca pública que dedicara sus esfuerzos a difundir la poesía íntima, autorreferencial y al mismo tiempo universal, una metafísica de lo íntimo, “yo escribo de una manera un poco confesional. Hablo conmigo misma y me digo de mi lo que me gusta y lo que no me gusta”, y en este lo que no me gusta se encuentra el tesoro oculto para cada nueva persona que se acerca a sus versos, en contraposición con la tendencia actual a la autorreferencia epidérmica. No basta con vivir, o sobrevivir, hay que saber vivir, hay que saber sobrevivir.

Si miras hacia atrás / ten la seguridad de que no te convertirás en estatua de sal / Seguirás siendo la de siempre / esa que mira y mira / esa que no sabe hacer otra cosa que mirar hacia atrás / No quedará de ti ningún vestigio / tan sólo tu mirada como una sollozante vía láctea / que hubieran desterrado con misteriosa indiferencia.

Si Alicante quiere rendir un verdadero homenaje a Francisca Aguirre, un homenaje póstumo sí, una vez más sí, una vez más tarde, debe ser la posteridad inmortal de leerla. Las poetas se leen, no solo se citan, como un trofeo.


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