ALICANTE. “Abril es el més más cruel”, ni siquiera un verso completo, pero aún así la cita más repetida que un poeta pueda desear. Si T. S. Eliot, o sus herederos, pudieran cobrar royalties cada vez que se han pronunciado estas palabras, otro gallo cantaría a las vocaciones literarias… aún tendríamos más poetas, si eso es posible. Pero no es así, y la sentencia lírica del británico-norteamericano se ha convertido en una muletilla que lo mismo utiliza Javier Ojeda para la introducción de un himno pop de los ochenta, que el último de los poetrastos digitales. Y a los juntaletras informativas, que podemos soltar: dulce contradicción, abril es el mes más cruel, pero el más literario de todos, ya que acaba con la “fiesta del libro”, el día 23, y aquí, por la perennemente soleada Alicante, también con la Feria del ídem. Una feria que este año ha querido marcar territorio femenino. Para darle vidilla a las ventas y curiosidades lectoras, una vez echen el cierre las paradas de la plaza Séneca, aquí va una buena tanda de recomendadas.
Dolores Payás, Solo sombras. Navona, 2019
Esta es una historia de chinos, ministros y ejecutivas acostumbradas al ordeno y mando.Y mira que no es fácil, en la literatura española, encontrar ejemplos de altos cargos del Estado dirigiendo su monólogo interior al cerebro del lector a través del narrador. Narradora en este caso, con un sentido del ritmo que agiliza la historia, y un sentido del humor que bebe de la sátira y del sainete, a veces un tanto bufo, pero que no desvirtúa las intenciones de la autora: personajes en tránsito, misterio y una civilización fascinante de fondo. Ni siquiera el exotismo oriental ahoga la trama y su objetivo políticamente interpuesto: “España se convertiría en el socio preferente del Imperio Celeste en la cuenca mediterránea”.
Saskia Vogel, Soy una pornógrafa. Alpha Decay, 2019 [Traducción de Núria Molines]
“En Los Ángeles es fácil perder la noción del tiempo, incluso cuando no te estás preguntando dónde está papá, si que se ha ido significa que se ha ido y qué significa qué se ha ido. El sol y el cielo son narcóticos. Veinticuatro grados y cielos despejados por la tarde junto a la playa, día tras día”. A pesar de su título de carga confesional y de la deriva de su protagonista, la joven Echo, abducida por un mundo de deseo, erotismo y sexo casual, la novela de Saskia Vogel, escritora, periodista y traductora estadounidense afincada en Berlín, no puede ser considerada una novela pornográfica, casi se diría que ni de erotismo soft. Es más bien una pequeña bildungsroman cuasiadolescente, que se desarrolla mediante una prosa translúcida que sembrada de diálogos automáticos dirigidos no tanto al lector, como a los propios personajes, un eco de sus propias palabras que los hace reconocerse como extraños. El sexo, como casi siempre, es una excusa para la terapia, la huida, el desconcierto y la siguiente pregunta: ¿de qué manera quiero que me quieran? La dependencia y la dominación, labios que son mordidos con fuerza, sangre aguada en los pliegues de un condón, pequeñas laceraciones necesarias.
Cristina Morales, Lectura fácil. Anagrama, 2018.
Nada hay de fácil en la libertad, personal, creativa, política, como demuestra la granadina Cristina Morales en esta novela que le valió el premio Herralde de novela en 2018. Una novela de eso que la retórica periodística más perezosa denominaría de rabiosa actualidad. Cuatro mujeres que comparten diferentes parentescos y lo que la burocracia médicoadministrativa llama “discapacidad intelectual”, habitantes del mundo oculto y sobreprotegido de las residencias urbanas y rurales para personas con su diagnóstico sociocultural, que largan sin pudor su ansia de liberación de las condiciones de dominación a las que se ven sometidas en el contexto de una Barcelona asfixiante y mestiza, en la que el universo okupa, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, los ateneos anarquistas y el arte políticamente correcto son lo normativo.
La autora, licenciada en Derecho y Ciencias Políticas, especialista en Relaciones Internacionales, no narra, escupe una prosa discursiva que apela a la conciencia del lector, a su comodidad moral y las pautas de conducta establecidas por la sociedad capitalista liberal que convierte cada acto en sumisión o desecho. “No sé si con el totalitarismo de Estado era menos desgraciada, pero joder con el totalitarismo del Mercado, me dice mi prima, que hoy ha sollozado en la asamblea de la PAH al conocer que para tener acceso a una vivienda de alquiler social tiene que ganar como mínimo 1.025 euros al mes”. La libertad que reclaman sus personajes también el estilo literario de la autora, totalmente desinhibida para incluir en las 417 páginas de la narración, prosa jurídica, diálogos virtuales, poesía narrativa y un fanzine de combate incrustado en el relato. “Soy una escritora rebelde y universal / que ha tomado la iniciativa / de regenerar, democratizar y volver productiva la Lectura Fácil / sin miedo a saltarse las normas, / cueste lo que cueste, / caiga quien caiga, / salga el sol por Antequera / y aunque me convierta en una escritora incomprendida, / maldita o de culto”.
Maryse Condé, Corazón que ríe, corazón que llora. Impedimenta, 2019 [Traducción de Martha Asunción Alonso]
2018 pasará a la historia de los suplementos culturales como un año sin Premio Nobel de Literatura. La corrupción, la violencia de género y las dudas permanentes sobre el criterio político-literario de los miembros de la Academia sueca han pesado más que la malsana dependencia del mundillo cultural de un evento al que criticar y adorar a partes iguales. Por suerte, una de los elementos positivos de este galardón ha mantenido su cita anual, a través del Premio Nobel Alternativo de Literatura (que no sabemos si seguirá su andadura, una vez que vuelva la versión original): la difusión internacional de autores que permanecen ocultos a otras literaturas, por efecto de la dictadura del mercado. Solo por la posibilidad que ofrece la traducción a otras lenguas de las obras, y el efecto contaminador sobre el mundo literario, merece la pena la existencia del Nobel.
Maryse Condé no sólo pertenece a una minoría cultural, sino a una minoría sin Estado, ni infraestructura político-administrativa que pueda hacerse eco de su voz literaria. Una autora de lengua francesa en las colonias antillanas, nacida en Pointe-à-Pitre, capital de la región de ultramar de Guadalupe, en 1937. Sus colegas antillanos Derek Walcott y V. S. Naipaul al menos tenían detrás dos Estados que podían explotar sus figuras, para bien o para mal. Condé, además de la discriminación racial, también sufre de la distancia con la metrópoli francesa y su jacobinismo radical.
“Si alguien les hubiera preguntado a mis padres qué opinión les merecía la Segunda Guerra Mundial, habrían respondido, sin dudarlo, que se trataba del periodo más sombrío que jamás hubieran conocido. No porque Francia se dividiera en dos, por los campos de Drancy o de Auschwitz, por el exterminio de seis millones de judíos, ni por todos esos crímenes contra la humanidad que aún siguen impunes, sino porque, durante siete interminables años, se les había privado de aquello que más les importaba: sus viajes a Francia”, comienza el primer relato de los diecisiete que forman este volumen, ‘Retrato de familia’, en el que ya encontramos la clave del desarraigo identitario y el golpe inesperado de la discriminación. Los padres de la niña Marysé, al igual que ella, son franceses, pero viajan a Francia, como si el mundo caribeño bajo la administración gala fuera un lugar de segunda, el lejano mundo de los salvajes, a pesar de que ellos hayan optado por abandonar totalmente la cultura criolla.
A pesar de la rabia, a pesar de su carácter reivindicativo, la literatura de la autora caribeña es eminentemente testimonial, con una capacidad para captar las sutilezas de oralidad sobresaliente, y encapsularlas en una prosa elegante y urbana. “A mediados de los años cincuenta, un 4 de septiembre, me reencontré con un París ya abrigado por los colores del otoño. Sin entusiasmo. Sin desagrado tampoco. Con indiferencia. Viejos conocidos”.
Anne Fadiman, Ex Libris. Confesiones de una lectora. Alfabeto, 2019. [Traducción de Isabel Ferrer Marrades]
Si alguien te dice: “Tras cinco años de matrimonio y un hijo, George y yo por fin decidimos que estábamos listos para la intimidad más profunda que suponía la fusión de nuestras bibliotecas [...[, pues entonces estaba claro que íbamos a tener que seguir juntos para siempre. Estábamos a punto de quemar nuestras naves”, te acaba de explicar, con una sola acción, toda su visión del mundo. Este proceso es el que explica la periodista, editora, profesora y ensayista Anne Fadiman, neoyorquina de 1953, en el primer capítulo de sus Confesiones de una lectora. A continuación, en 17 entregas de periodismo autobiográfico, muestra su vida, La Vida, concentrada alrededor de la tipografía, las cajas de escritura, las marcas de corrección, las anotaciones al margen en libros regalados por los primeros amantes, las relecturas en común, las filias y las fobias que todo lector que se precie atesora como la parte más definitoria de su carácter, en ningún momento más clara, más evidente, que en una visita familiar a un restaurante, en la cual la primera lectura de la carta no es un ejercicio gastronómico, sino un trabajo de corrección ortotipográfica: “Cualquiera pensaría que, después de tantas décadas, los Fadiman habríamos sondeado cada esquina de nuestra identidad tribal desviada, pero al parecer había un gen parafamiliar que nunca habíamos diagnosticado antes: éramos todos unos lectores de galeradas compulsivos”. Ejercicios diletantes que dan forma a un volumen, magníficamente editado por la jovencísima editorial Alfabeto, que provocará en todo lector compulsivo una permanente media sonrisa y alguna que otra carcajada de reconocimiento.