ALICANTE. Harry Kane es un personaje de Rudyard Kipling, uno de aquellos soldados que pudieron reinar, empujados al abismo de la existencia con la divisa de los versos del autor nacido en Bombay: “Si piensas que estás vencido, lo estarás. / Si piensas que no te atreves, no lo harás. / Si piensas que te gustaría ganar, pero no / puedes, no lo lograrás. / Si piensas que perderás, ya has perdido, / porque en el mundo encontrarás, / que el éxito comienza con la voluntad del / hombre”. La Inglaterra más diversa y multiétnica representa a la Inglaterra del Brexit y el cierre de fronteras, liderada por un tipo de origen irlandés que daría el pego como lancero bengalí. Toda la injusticia que el fútbol es capaz de mostrar en el transcurso de 90 minutos (120 si el partido es bendecido con el apéndice de la prórroga, por tiempo indefinido si la suerte de los penaltis se presenta como postre amargo) es inversamente proporcional a la justicia poética que suele mostrar respecto de los estamentos políticos y económicos más diversos.
Inglaterra, en uno de los eventos en que puede mostrarse bajo la cruz de San Jorge y no con el pabellón de la Union Jack, se muestra al mundo mestiza de inmigración y descolonización. Los lanceros bengalíes bailan a ritmo de Kingston. Sin embargo, no hay nada más british que el humor dislocado y un buen puñado de palabrotas bien puestas en la frase… incluso si no hay frase donde colocarlas.
David Peace (Ossett, 1967), emigrante económico en Estambul y Tokio como profesor de inglés, a pesar de haberse formado en la Politécnica de Mánchester, escribió en 2006 la que posiblemente sea la mejor novela de, sobre, con y contra el fútbol jamás escrita, tal vez incluso sobre el deporte en general, como hiperbolizaba el diario The Times en las reseñas de salida del libro. Con un flujo de monólogo interior que haría las delicias del irlandés Joyce, una buena regada de mala leche y sintaxis diabólica, como si Thomas Bernhard hubiera nacido en un suburbio de Newcastle, y una pasión de notario de la realidad oculta que ya quisieran muchos periodistas de escuela (deportivos o no), Peace coge entre sus neuronas al mito Brian Clough, el entrenador que hizo dos veces campeón de Europa al Nottingham Forest, en las temporadas 1979 y 80, provocando que en las vitrinas del club de las Midlands se luzcan más trofeos internacionales que de la competición propia, al Señor de las huestes, que dirige y comanda todas las cosas, se calza su piel, hace uso de su verbo enguantado, y convierte su paso efímero por el Leeds United en una oda al fútbol antes de los traspasos de tres cifras, en libras y en euros.
No sabemos si nos encontramos frente a un diario dictado a una grabadora oculta en una muela de Clough, implantada por el MI5 en un experimento de espionaje deportivo, si ante un calendario enguarrado por las anotaciones de un psicótico de la pelota, o ante la mejor descripción jamás escrita de la pasión y la obsesión por el trabajo. Publicada en origen con el título de Damned United, la editorial Contra, especializada en textos relacionados con la música, el deporte y la cultura pop, la publicó en 2015, en una excelente traducción de Héctor Castells Albareda, con subsiguientes reimpresiones, hasta la presente 4ª edición de 2018.
“Me despierto en mi moderna y lujosa cama en mi moderna y lujosa habitación de hotel con una monumental resaca y nadie a quien culpar excepto a mí mismo.
Nadie excepto yo, Harvey, Stewart, Lorimer, los Gray, Bates, Clarke, Hunter, McQueen, Reaney, Yorath, Cherry, Jordan, Giles, Madeley, Bremmer, Cooper, el puto Maurice Lindley y el puto Sydney Owen”. En la victoria, en la derrota y en las resacas no hay titulares y suplentes. “Dos victorias, un empate y una derrota -en los penaltis- y yo debería estar feliz; si esto fuera real, el Leeds tendría ahora cinco puntos en cuatro partidos, cuatro partidos fuera de casa, y yo estaría feliz; no extasiado, no tirando cohetes, pero tampoco destruido; ni fatalmente descompuesto, simplemente feliz. Pero esto no es real”. Ni siquiera los lectores que abominan de los campos verdes, los tíos en pantalón corto corriendo tras la tripa de un cerdo (sintético) y los hinchas barrigudos sin camiseta regados en Guinnes se pueden resistir a un flujo de conciencia de tamaña calaña literaria.
En otro orden literario y deportivo, Terry Pratchett (Beaconsfield, 1948 – Broad Chalke, 2015), dedicaba la novela 37 de 41 de su Mundodisco, en 2009, a su particular homenaje futbolísco. Unseen Academicals, editada por Plaza & Janés como Atlético Invisible, en traducción de Gabriel Dols Gallardo, es como aquellas fotografías de Cualladó de seminaristas ensotanados volando estéticas palomitas para atajar los lanzamientos a la escuadra en un campo de tierra. La cancha está, la pelota está, la posición sobre el campo, la técnica y las reglas, pero la extrañeza de los personajes que ejecutan el juego produce un extra de fascinación. En el caso de Pratchett, los magos de la Universidad Invisible de Ank-Morpork aceptan el reto irrenunciable de ganar un partido de fútbol a la antigua usanza, sin hacer uso de la magia, con tal de mantener una herencia. Y como siempre en Pratchett, la crítica social y política se tiñe de irónica fantasía, cediendo el protagonismo a jóvenes lumpen que patean latas por las calles con precisión de freestyler, cocineras del turno de noche, hermosas modelos de pequeña estatura y entrenadores misteriosos pertenecientes a razas estereotipadas como violentas.
La mágica Inglaterra mestiza de Pratchett, insuflada por el fútbol del cinturón industrial, se reflejan en los lanceros bengalíes de Gareth Southgate, un tipo al que el terno sin chaqueta le sienta casi tan bien como a Daniel Craig. Se ha unido un nuevo competidor a la carrera por ser el próximo 007.
Liverpool es mucho más que los Beatles, es un destino realmente moderno con una oferta cultural y de ocio abrumadora