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La nave de los locos / OPINIÓN

A los que admiro

Mi capacidad de admiración sigue intacta a pesar de la crueldad de los años. Admirar me mejora como persona. Siempre he buscado referentes a los que imitar. Me ha gustado arrimarme a los buenos, a los que cumplen con la tarea que les ha sido encomendada, haciéndolo con discreción, sin levantar la voz

11/12/2017 - 

Deberíamos admirar más y envidiar menos. Lo primero es beneficioso para la salud. Quien admira reconoce tener a una persona de valía a su lado. Nos hace mejorar. No creo que haya amor ni amistad sin una pizca de admiración. Desde que nacemos buscamos a alguien en el que mirarnos: la madre, un profesor, el hermano mayor. Una de las taras de esta sociedad es la ausencia de líderes políticos y económicos a quienes imitar. Estamos solos, a la intemperie, y lo sabemos. Por el contrario, suelen ser personas de nuestro círculo más próximo las que se han hecho merecedoras de nuestra admiración.

En esta vida se me han agotado algunas cualidades —la esperanza, el entusiasmo y la sinceridad— pero mantengo intacta mi capacidad de admiración. Admiro, por encima de todo, a aquellas personas que cumplen con su deber allá donde están, a veces en situaciones adversas, circunstancia que no les detiene en su empeño por hacer bien las cosas. Es la devoción por la obra bien hecha, como hubiera dicho don Eugenio d´Ors. España funcionaría mejor si todos nos tomásemos en serio la tarea que nos ha sido encomendada: el estudiante, estudiando; el camarero, sirviendo el mejor café de la mañana; el ingeniero, diseñando puentes para las generaciones futuras.

En la primera fila de mis admirados están mis padres. No fueron los más listos ni los más guapos de su tiempo, pero hicieron todo lo posible por darme un porvenir en un país en cierta medida siniestro y, sin embargo, añorado por ellos. Mi madre, ama de casa como tantas mujeres de la época, creció en una España sin oportunidades para el sexo femenino. Se dedicó a su marido y a cuidar de sus hijos. Aguantó lo indecible. Merece un homenaje como tantas mujeres de setenta u ochenta años, encantadas hoy de ejercer su papel de abuelas con unos nietos que se han convertido en una de las últimas alegrías de la vida.

Admiro a tantos de esos abuelos que cuidan a los nietos porque los padres no les pueden prestar suficiente atención. Entregando parte de la pensión a sus hijos, esos abuelos han sacado adelante a muchas familias durante la crisis. ¿Cabe mayor razón para admirarlos?

Admiro a algunos médicos y profesores

Admiro a los buenos profesionales de la sanidad pública, a doctores como la traumatóloga Teresa Bas, al psiquiatra Javier Manzanares y al médico de cabecera Juan López Abril. A ellos les debo mi salud y la de los míos. Admiro también a los maestros y profesores que, aun teniéndolo todo en contra, entran cada día en las aulas con el propósito de enseñar algo provechoso a sus alumnos desganados. Muchos de esos docentes y todos los chavales son lo único salvable de un sistema educativo en la quiebra.

No creo que haya amor ni amistad sin una pizca de admiración. Desde que nacemos buscamos a alguien en quien mirarnos: la madre, un profesor, el hermano mayor

Admiro a los libreros, a los pocos quiosqueros que nos van quedando, a los que siguen entrando en la sala oscura de un cine para ver una película, a los que continúan hablando de usted, a los muertos con quienes dialogo cada noche, a los voluntarios de Cruz Roja y Cáritas, a periodistas de raza como Benigno Camañas, que me dio la oportunidad de vivir y aprender de este oficio en la década pasada. Admiro a Rafa Nadal y a los políticos que traicionan sus principios en interés de la mayoría; admiro en especial a los que se dedican a eso tan difícil de definir y que llamamos arte. Admiro a los músicos que nos alegran o entristecen el corazón como Antonio Vega, a quien ha sido una delicia volver a escuchar después de tanto tiempo; a actores como Eusebio Poncela y a pintores como Murillo, a los escritores que añaden páginas a nuestras vidas haciendo que las ficciones sean más reales que la realidad.

Mi poder de admiración, como veis, sigue intacto. Y espero que por mucho tiempo.

Se me olvidaba: te admiro a ti, discreto lector, por seguir leyéndome al cabo de casi dos años. Tus razones tendrás, y no te las discuto, lejos de mí el hacerlo. Te admiro porque eres comprensivo con mis extravagancias, con ese exhibicionismo tramposo al que soy tan dado con el propósito de confundir. Será que no sé escribir de otra manera. Por todo ello, y por razones que me reservo para sucesivos artículos porque no pretendo abrumarte, tienes mi sincera admiración, amor. 

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