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BULLYING EN PANDEMIA. EL RAPERO 'ARKANO' PONE VOZ A LA ÚLTIMA CAMPAÑA CONTRA EL ACOSO ESCOLAR   

A ver quién se ríe ahora del 'gordito'

27/09/2020 - 

VALÈNCIA. Eres el “tontito” de clase, el “gordito” del que todos se ríen y al que los matones del instituto dan collejas y roban las zapatillas. Te insultan, te pegan y te humillan. Cierras los ojos. Los abres. Hay diez mil personas coreando tu nombre. Estás encima de un escenario con todas las luces y las cámaras enfocándote. Empuñas el micrófono. Rapeas. Disparas tus mejores rimas y te conviertes con solo 22 años en el campeón del mundo de la Batalla de Gallos de Red Bull, la competición más importante de música hip hop del planeta.

Suena a película americana, a guión de Netflix, a ese mantra barato y manoseado de “pelea por tus sueños, si quieres puedes lograrlo”, pero es la historia real, en versión reducida, del alicantino Guillermo Rodríguez, conocido mundialmente como Arkano. “El rap me ayudó a hacerme valer, a defenderme, yo no sabía chulear, ni pelear, ni ser el más guay, así que cuando me insultaban o me querían atracar, respondía rapeando”. Empezó a engarzar versos y rimas en las calles de Alicante cuando era un adolescente hasta que un buen día estaba en Chile compitiendo en la final del mundial de freestyle. “Fue una locura, la primera vez que salí a una pelea de gallos y vi que cientos de personas reaccionaban a mis rimas, vi que tenía un arma, la palabra, y entendí que tenía derecho a ser escuchado”.

Hoy, el niño al que hacían el vacío en el recreo, “ese momento era horrible”, tiene un millón de seguidores en Instagram. Ese del que todos se reían ha publicado ya decenas de canciones y es un artista respetado y admirado en todo el mundo. Ha puesto además su ingenio y su voz al servicio de distintas causas como la lucha contra la homofobia o el machismo. De hecho, la Fundación Mutua Madrileña en colaboración con Disney acaban de lanzar un vídeo para combatir el acoso escolar con una canción escrita y cantada por él. 

Arkano ha alzado su voz en el mundo hostil, desafiante y desbordado de testosterona que es en ocasiones el rap con un discurso conciliador y sensible que se forjó en el barrio Juan XXIII de Alicante. “Yo vivía ahí, era un barrio humilde, como mi familia. El día que llegué al instituto, esto no lo he contado nunca, me crucé con un chaval que se me quedó mirando, yo con la cara blanca, y me dijo “yo te vi este verano, ¡yo te atraqué!”. Arkano, que prefiere que le llamen Guille, “así me gusta que me llamen mis amigos”, aún se ríe sorprendido al recordar la anécdota. “Era verdad, había sido así, me había atracado unos días antes. Con esto ya vi la dinámica que iba a seguir en ese instituto, donde iba a ser el tontito. Fue duro. Potenciaron al máximo mis inseguridades, me insultaban, no sabía cómo reaccionar y mi forma de ganarme el respeto años después fue rapeando”.

Responder a los insultos con versos. Escupir rimas a la cara. La palabra como arma arrojadiza de legítima defensa. La oratoria para desarmar villanos. Ese es el potente mensaje que parece transmitir a primera vista la biografía de Guille, pero sería un mensaje, quizás, demasiado obvio e incluso hasta cierto punto perjudicial para los jóvenes, para todos esos menores que ahora están siendo maltratados en sus colegios. Él prefiere ir más allá. “Yo no quiero transmitir el sueño americano de que te puedes convertir en una estrella gracias a la palabra, ni que puedes vengarte con el rap”. Le chirría especialmente a Arkano que le mencionen la palabra venganza. Ni siquiera la venganza del karma o la del cosmos. Ninguna. Su idea es otra: “lo que quiero transmitir es un mensaje de unidad. Ojalá la oratoria no haga falta como arma de defensa para desmontar a nadie, que no haya necesidad de desmontar. Al niño que está en la posición que estuve yo hay que ayudarle, hablar con él, jugar a futbol, darle un abrazo. Así es como terminaremos con el bullying”.  

Parece que todo suena mejor en inglés. Hay realidades que parecen no existir hasta que llega un anglicismo a rescatarlas del ostracismo. ¿A santo de qué tenemos que andar ahora preocupándonos por que al niño le pongan un mote en el colegio o se burlen de él en el recreo? Ha pasado toda la vida. Espabila, chaval. No será para tanto. Cosas de críos. Esta perorata simplista se impuso como discurso durante años hasta que llegó el término inglés que definiría y dimensionaría el drama del acoso escolar: bullying. Al menos ya había una palabra que parecía encender las alarmas. Hablar de bullying ya era una cosa seria. Nada de bromas.

Su traducción literal del inglés es intimidar, acosar, tiranizar o fanfarronear. En castellano podría tener infinidad de sinónimos como humillar, traumatizar o amargar. Pero al final, debates léxicos al margen, de lo que hablamos es de destrozarle la vida a un niño. A muchos. Para miles de niños, niñas, adolescentes, la vuelta al cole acaba de ser la vuelta al infierno. Así lo denuncia el informe que han presentado esta semana la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña, que revela que uno de cada tres adolescentes (35’5%) conoce algún caso de acoso entre sus compañeros de clase. Son datos alarmantes que se extraen de la información aportada por más de 12.000 alumnos y profesores de 307 centros escolares.

Ha habido que trabajar mucho para que el acoso escolar dejara de ser “cosas de chavales, mujer, tampoco es para ponerse así” para convertirse en una prioridad social. La Fundación ANAR lleva años concienciando y sensibilizando a alumnos, profesores y padres sobre un problema que puede dejar secuelas de por vida. Los informes alertan de que un 94% de las víctimas tiene algún problema psicológico debido al acoso. “Yo llevo más de 4 años trabajando con mi psicóloga porque tengo muchos miedos e inseguridades que sé que se deben al bullying que me hicieron”. Arkano señala algunas de las consecuencias más comunes del acoso, la ansiedad o la inseguridad, pero los especialistas advierten de que los menores pueden llegar a autolesionarse y un 4’6% de las víctimas tiene ideas suicidas.  

¿Y qué pasa durante la pandemia? Pues que el acoso continúa pero, como el virus, muta. Cambia de forma y de canal. Cuando las fronteras de tu mundo son los muros del colegio y todo tu universo se condesa dentro de un aula, que te envíen a casa confinado unos meses puede parecer un alivio, casi una salvación. Se acabaron los chicles en el pelo, los escupitajos en la chaqueta, las risitas cómplices a tu espalda, pero empieza un nuevo calvario casi más lacerante: las redes sociales.

El llamado ciberbullying o ciberacoso se ha disparado en los últimos meses. Tanto es así que la Fundación ANAR ha pasado a ofrecer su chat de ayuda a niños y adolescentes 24 horas al día. Hasta ahora solo el teléfono ANAR (900 20 20 10) estaba disponible  todo el día y el chat ANAR unas determinadas horas, pero la situación actual con la Covid-19 es tan grave que ha tenido que ser reforzado para estar operativo todo el día y atender a niños y padres (sobre todo madres, dicen las estadísticas) a los que las redes sociales están amargando la vida. “Da mucho miedo el poder que tienen las redes sociales sobre nosotros”, reconoce Arkano, “yo mismo confieso que si leo un par de críticas en Twitter o me dejan de seguir 10 personas en un día ya me parece un drama y me entran taquicardias. Hay que trabajar mucho en este aspecto porque es peligrosísimo”.

Un nuevo tipo de acoso, más sofisticado, más sibilino, casi invisible y difícil de rastrear y de controlar. Un peligro que acecha especialmente a las niñas (un 65% de las víctimas) y que se da sobre todo en la adolescencia: la edad media de quienes lo sufren es de 13’5 años. Ante esta situación y ante una vuelta al colegio que se prevé conflictiva para muchos menores, la nueva campaña para combatir el bullying incide en la idea de que los niños que observan el acoso ayuden a la víctima. “Esa es la clave, que el niño que presencia el acoso no se calle, que sepa que él puede salvar a otro niño hablando con el profesor, puede ser un héroe”. Arkano habla de salvar a un niño. No de ayudar ni de cuidar ni de proteger. Habla de salvar porque sabe el abismo al que se asoma ese adolescente y el grave riesgo que corre. Lo sabe como solo lo pueden saber aquellos que lo han vivido en primera persona. Esos a los que han machado cuando más débiles eran. Esos que esperaban la ayuda de un compañero de clase. Así de sencillo. Un compañero de clase. No un superhéroe de película, sino el que se sienta en el pupitre de al lado por que, como dice Arkano en su canción, “los mejores superhéroes combaten desde el amor, y no hace falta volar, solo hay que tener valor”.

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