La bella paradoja de la innovación desde la artesanía pega con fuerza desde la Comunitat Valenciana, y seguiremos esperando que vuelva el ‘trencadís’
VALÈNCIA.-Volverá. Como lo hizo hace veinticinco años con Calatrava pero esta vez será sin convertirse en un recurso de autor, como ya lo hizo a principios del siglo XX en València inspirándose en Antonio Gaudí.
El trencadís, esta técnica modernista decorativa a partir de azulejos rotos, destila Mediterráneo. La Finca Güell en el barrio barcelonés de Pedralbes de finales siglo XIX es, probablemente, la primera aplicación de estos mosaicos cerámicos del arquitecto catalán Gaudí, que volvería a utilizar después en el Park Güell y la Pedrera; un recurso que llegaría a los mosaicos de la Estació del Nord de València, proyectada por Demetrio Ribes Marco en 1906, y a la fachada principal del Mercado de Colón de la mano del arquitecto Francisco Mora Berenguer en 1914, tras haber sido formado en Barcelona donde conoce precisamente a Gaudí.
En València el modernismo llega un poco tarde y se crea sus propios iconos a partir de flores de azahar, de falleras, de huertos o de naranjas, y en el trencadís encuentra un lenguaje gráfico y arte decorativo que ya es un mito hoy. En la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Santiago Calatrava lo recupera en versión monocroma apostando por el blanco del Umbracle o el azul cobalto del Ágora para recubrir sus obras.
Así, vemos que estas decoraciones han estado siempre de alguna manera ligadas a la burguesía o a los sobrecostes, pero encontramos también usos más modestos en València como La casa de Trencadís en Benimaclet, una fachada haciendo esquina entre las calles Mistral y Murta ahora protegida, construida humildemente por un albañil del barrio como homenaje a Gaudí y que tuvo su momento de gloria gracias a la película La mala educación (Pedro Almodóvar, 2004).