Agradezco la oportunidad que me brinda Valencia Plaza y muy especialmente su director, Javier Alfonso, para, desde la atalaya del Senado y con la mirada siempre puesta en Valencia y en España, dirigirme a todos ustedes, lectores de este medio imprescindible que es Valencia Plaza, para reflexionar serenamente desde la tolerancia y el respeto sobre los retos que enfrenta la Comunitat Valenciana en tiempos como los presentes complicados y también convulsos.
Pero, para comenzar con buen pie, debo explicarles porque he decidido titular esta serie de artículos con el epígrafe Sopa de Pescado recuperando así una frase que leí por primera vez en un libro de Timothy Garton Ash y que refiriéndose a los regímenes de la Europa del Este bajo el yugo comunista y la presión asfixiante de la Unión Soviética, afirmaba algo así como que es muy fácil convertir un acuario en una sopa de pescado, pero imposible convertir una sopa de pescado en un acuario, definiendo de este modo lo fácil que es perder derechos y libertades y lo difícil, cuando no imposible, que es para determinadas sociedades recuperarlos.
España es, desde el fin de la dictadura y gracias a los consensos de la transición, un maravilloso acuario democrático en el que, no sin dificultades, convivimos personas que a pesar de pensar diferente hemos sido capaces de convivir en paz, concordia y libertad.
Ese es el gran éxito de la transición española, una transición que quizá no fuera perfecta pero que si fue ejemplar.
Preguntarse acerca de si los acuerdos alcanzados por Pedro Sánchez para su investidura ponen en peligro nuestra convivencia tal y como la conocemos, o si principios como el de separación de poderes o la igualdad ante la Ley de ciudadanos y territorios han sido puestos en entredicho por dichos pactos, es un deber que por salud democrática no podemos eludir.
A nadie debe extrañar que nos preguntemos si nuestro país discurre por la senda transitada por alguna de las democracias fallidas de otras latitudes, o si por el contrario nuestra democracia goza de buena salud y si los estándares de calidad democrática con los que convivimos son los aceptables.
Y es un deber también preguntarnos si todo lo que en esos pactos se incluye, como el amnistiar a los responsables del procés, someter la soberanía nacional al criterio de unos verificadores internacionales fuera de España, bien sea en Suiza o en Bélgica, o si sustituir las relaciones multilaterales Estado/CCAA por una relación bilateral privilegiada para Cataluña rompiendo con el modelo territorial del Título VIII de nuestra Carta Magna y sin contar con nadie más que con Cataluña y el País Vasco para ello, no nos acerca más a una sopa de pescado que a un acuario con todo lo que ello implica.
Cada cual puede sacar la conclusión que considere, pero el gobierno salido del 20N haría bien en dedicarse en cuerpo y alma a demostrar a la ciudadanía las bondades de ese acuerdo en términos de prosperidad y bienestar para ciudadanos y ciudadanas.
Haría bien el gobierno en alejarse de las medidas cosméticas y superficiales que se han demostrado ineficaces para evitar la subida de las hipotecas, el incremento de la cesta de la compra, la elevada tasa de inflación o los insoportables niveles de pobreza que afectan a millones de españoles a puertas de una navidad q se presenta especialmente dura para muchos conciudadanos.
Justificar, como hacen algunos destacados líderes socialistas, los pactos firmados por el PSOE con Junts, Sumar, ERC, BNG, Compromís y Bildu como un mal menor esgrimiendo como argumento que de lo que se trata es de librar una supuesta batalla contra el fascismo como el sábado anunciara ese socio privilegiado del gobierno que es Otegui, simplemente no cuela.
La apuesta de Pedro Sánchez con sus pactos es arriesgada en extremo. El que los socialistas hayan aceptado estar sometidos al control de unos verificadores internacionales cuando ya nadie recuerda la última vez que Sánchez se sometió al control de las Cortes Generales nos sitúa al borde de esa sopa de pescado en la que tan a gusto parece encontrarse el señor Sánchez.