El director alicantino Adán Aliaga ha sido nominado a Mejor Cortometraje en los Premios Goya 2023 por La Gàbia, un relato íntimo y familiar grabado en una mañana de domingo y con sus propios padres como actores protagonistas
VALÈNCIA. Domingo en Alicante, una paella para cuatro y un cortometraje por grabar: La Gàbia, una historia familiar en la que el director Adán Aliaga pone el foco en los pequeños detalles de la cotidianidad, y filma a sus padres como actores protagonistas: Vicente Aliaga y Elena Pastor. Lo que menos se esperaba Aliaga es que la historia trascendiera tanto, ya que según cuenta la grabación se hizo “en una mañana de domingo y con una cámara doméstica”, sin embargo gracias a su trato íntimo el cortometraje ya cuenta con un gran recorrido: “Es un homenaje que se nos ha escapado de las manos, y no sé cómo ha terminado en Los Goya”, comenta el director. Su plan de rodaje fue plantarse en el domicilio familiar una mañana de domingo y guionizar a sus propios padres mientras preparaban una paella y hablaban sobre la vida.
El tema a tratar se guía en parte por un lema: “No sólo los pájaros viven en jaulas”, este introduce el relato que parece que mueve la conversación de la pareja. En La Gàbia se cuenta algo que Aliaga padre le contó a Adán de forma anecdótica: un gato del campo se había comido a un periquito que tenían por ahí, por lo que decidieron comprar otro y enjaularlo. A su vez el padre del director se encontraba enjaulado en la enfermedad: el cáncer, provocado por la constante exposición al amianto en la fábrica de San Vicente, donde trabajaba. Esta exposición provoca que en el cortometraje Elena Pastor quiera cambiar los techos que están hechos con ese material, que es altamente peligroso, prometiendo que no hará más paellas bajo ese material.
El relato funciona gracias a los pequeños detalles de cotidianidad que, para Aliaga, se pueden contemplar gracias a la actuación natural e improvisada de sus propios padres y que para el espectador se muestra a través de un relato basado en una historia real. Con la metáfora de la jaula Aliaga obliga a los padres a permanecer en un espacio cerrado hablando sobre la enfermedad, la vida, los cuidados y los propósitos de futuro próximo de la pareja, tan simples como querer hacer cantar a uno de los pájaros. A su vez estos protagonistas están encerrados en una historia híbrida con una línea desdibujada entre la realidad y la ficción en la que la naturalidad es la herramienta clave: “Yo planteaba la situación y ellos improvisaban sobre eso”, cuenta el director, quien explica que el trabajo de guión iba surgiendo, en parte, sobre la marcha: “Sí que había una estructura guionizada, también hice un trabajo de colocación con mis padres y algunos elementos, pero poco más allá. Cómo dicen el diálogo surge de una forma natural, con su acento propio valenciano”.
De la misma forma la idea se llevó a cabo con un “mañana lo hago”, quitando el hierro a esto de que es clave un elemento de profesionalización para llegar a grandes nominaciones, cuando la clave es que cautive mucho la historia: “El cortometraje es un trabajo doméstico hecho sin ayudas. Es sencillo, aunque evidentemente profesional, hay un gran trabajo de producción y muchos años de experiencia tras este”. Pero al final lo que cautiva es la intimidad, la cotidianidad del matrimonio que es con lo que los espectadores se suelen sentir más identificados: "Cualquiera que haya vivido una pérdida se puede sentir identificado en esta historia", explica el director. La historia encapsula en 20 minutos las costumbres de un matrimonio, las pequeñas batallas que se libran día a día y que por fin se muestran en pantalla. Para Aliaga este "homenaje que se le ha escapado de las manos" encapsula una historia de amor, vida y recuerdos dedicada, como no puede ser de otra manera, a su padre.