Agosto es un planeta. Los que nacemos en agosto, al menos en el Hemisferio Norte, lo sabemos bien. Cuando eres pequeño, sobre todo, cumplir años en plena canícula significa celebrar una fiesta con gente a la que solo ves en agosto. Como mucho, en verano, que es ese territorio al que tanto regresan los que nacen en abril o en diciembre, pero del que tratamos de escapar los nativos. Agosto se parece mucho a Alicante, ahora que lo pienso. Solo que esta ciudad no es un planeta. Los que disponemos de pasaporte estival ni siquiera tenemos manera de reconocernos por la calle, como los enanos de Monterroso o los extraterrestres que vegetan en el Área 51 de Nevada, según vuelve a aparecer en todos los periódicos e incluso en el Congreso de los Estados Unidos. La única manera de que los agosteños nos reconozcamos es hablando del tiempo. Si odia el verano, ha nacido en verano. Agosto es un retrato en sepia, un episodio autoconclusivo de una serie alemana, es Las Vegas, la otra residencia de extraterrestres de Nevada. Lo que pasa en agosto se queda en agosto. Y por eso hay quien piensa en los veranos como si fueran el paraíso terrenal.
Pero no es verdad. Porque con el paso del tiempo, los recuerdos se van convirtiendo en fábulas en las que casi nada es cierto, salvo que tengas fotografías, que son la mejor manera de matar los sueños. Y porque los agostos del siglo XXI están dejando de merecer la memoria. El calor se incrementa, la humedad relativa se dispara, la sensación térmica es insoportable, el mar está a cinco grados de querer apagar el calentador y los turistas están empezando a desviarse hacia el norte de España. En lento goteo, a varias decenas de puntos de ocupación de las que maneja el Mediterráneo, en busca de una rebeca, de un orbayu asturiano, de un sirimiri vasco, de un edredón junto a la Laguna Negra de Soria. Crece la vía septentrional, justo cuando Alicante comenzaba a creer que podía convertirse en un destino turístico de primera magnitud. La costa sigue invencible. Benidorm es el sol alrededor del cual gira el planeta agosto. Pero perderemos la ventaja climática si no conseguimos apoderarnos de las sombras. Agosto es un planeta en peligro de extinción por falta de sombra.
El sur debe ponerse, como Wendy, a coser la sombra a todos los Peter Pan que siguen pensando en agosto como el territorio en que se huye de la madurez, las vacaciones de los hijos y los guantazos del Euribor. Agosto ya no tendrá noches interminables, primeros amores fugaces, helados en las terrazas y saltos entre las olas si no rompemos nuestro contrato con el asfalto, si no impedimos la embolia de los motores de combustión en el centro de las ciudades, si no lo reforestamos con grandes copas de amplia sombra. Piénsenlo. Ya no es solo que a los nacidos en agosto se nos ponga una cara de yalodecíayo insoportable. Es que los turistas están empezando a planear los veranos en Noruega y los inviernos en Marruecos. Con el impacto que algo así tendría en el altísimo porcentaje del PIB que los mediterráneos dedicamos al turismo de sol y playa. La tierra sobrevivirá a la extinción de los humanos. Al menos, mientras aguante el sol con vida. Pero el planeta agosto se extinguirá en cuanto todos los turistas sepan que se está más a gusto en septiembre.
@Faroimpostor