La compañía barcelonesa lleva este viernes y sábado al TEM una pieza de artes vivas cuyo guión, música y escenografía se ha desarrollado con la ayuda de herramientas como Open AI y Bloom
VALÈNCIA. La premisa de partida de Una isla es sencilla: crear una pieza escénica a partir del diálogo entre humanos -en este caso, los directores de escena y dramaturgos Àlex Serrano y Pau Palacios- y diversas herramientas de inteligencia artificial. La compañía Agrupación Señor Serrano, una de las pioneras en la introducción de las nuevas tecnologías en el campo de las artes vivas en España, da un paso más en la exploración de nuevos lenguajes con esta pieza estrenada el año pasado en pleno boom de los chatbots de inteligencia artificial.
Después del éxito de The Mountain, espectáculo en el que utilizaban video en directo, performance, maquetas y herramientas deep fake para denunciar la cultura de la posverdad y las noticias falsas, la formación barcelonesa vuelve a poner el dedo en una llaga candente. Al poner a prueba la imaginación de la máquina, la obra profundiza en el debate sobre si esa comunicación “interespecie” es fructífera artísticamente.
El primer contacto de Agrupación Señor Serrano con la IA generadora texto se dio en 2021 mientras preparaban el espectáculo Extinción, “pero en ese momento esta tecnología estaba todavía en pañales y nos costaba encontrar herramientas con las que trabajar”. Fue a principios 2022, con la aparición de la interfaz de Open IA, cuando vieron la oportunidad de investigar más a fondo con este nuevo lenguaje.
El hecho de ser una pieza creada con la ayuda de inteligencias artificiales -generadoras de texto (OpenAI y Bloom), música (AIVA), imágenes (DALL·E 2) y voces (Resemble.ai)- ha generado cierta polémica, puesto que para muchos sectores profesionales -entre ellos el creativo- la inteligencia artificial se observa como una amenaza más que como una oportunidad. Sin embargo, la propuesta de Agrupación Señor Serrano trata de distanciarse tanto del optimismo tecnológico cerril como de la percepción de la IA como un monstruo de mil cabezas.
“Es curioso, porque en España se ha producido una reacción bastante fuerte, mientras que en otros países donde se ha representado Una isla, como Italia o Portugal, este tipo de investigación interesa y gusta mucho. No es que sean ajenos a las incertidumbres vinculadas a la IA, pero no abordan el debate desde la rabia. En España nos ha sorprendido la reacción visceral, la tendencia a atacar el uso de estas herramientas, a subrayar mucho que la IA es incapaz de crear piezas con valor artístico”, señala Pau Palacios. El cofundador de la compañía reconoce que no es la primera vez que sus propuestas de innovación escénica se reciben con cierto recelo. “Cuando empezamos a hacer un uso intensivo de video en nuestros espectáculos, aproximadamente en el año 2008, mucha gente nos criticó diciendo que eso no era teatro. Llegamos incluso a plantearnos si os estábamos equivocando al apostar por el juego de la tecnología con la parte performativa. Y fíjate ahora, que hasta en la pieza más comercial se utiliza el video”.
Este fin de semana, el público valenciano que se acerque al Teatre Musical del Cabanyal-Canyamelar tendrá la oportunidad de juzgar por sí mismo esta pieza que compagina coreografías grupales, texto proyectado y música alrededor de una escenografía sencilla pero muy potente visualmente con imágenes autogeneradas y hologramas de gran formato.
El esqueleto de Una isla es el diálogo -proyectado sobre una pantalla- que se establece entre los dramaturgos y la inteligencia artificial. Una conversación en la que se van tomando las decisiones que atañen a la creación de cualquier pieza escénica. ¿De qué queremos hablar? ¿Quiénes serán nuestros personajes? ¿Qué vestuario deberían llevar? ¿Qué acciones deben realizar? ¿Qué elementos escenográficos necesitamos? ¿Qué sonidos deben envolver la pieza? ¿Qué papel queremos otorgar al público?
El espectador observa cómo el espectáculo se idea y construye ante sus ojos. En algunos momentos, parece como si la IA tratase de sorprender o epatar a su interlocutor humano -que es el que tiene la última palabra sobre qué ideas se desechan y cuáles acabarán formando parte del espectáculo- para “imaginar” situaciones imprevisibles. Como si se esforzase por trascender su condición limitante de máquina que carece de base empírica vital. Así, vemos cómo la historia va llenándose de personajes absurdos y situaciones disparatadas y un poco alienígenas que implican a una chica haciendo estiramientos en bucle, a unos atletas frenéticos metidos dentro de una burbuja…
La edición era imprescindible, porque los diálogos en bruto conducían a menudo a callejones sin salida o respuestas inservibles desde el punto de vista artístico. “Al principio obteníamos respuestas muy banales o aburridas tipo “la protagonista entra en escena y hace un monólogo”. A base de trabajo de horas y horas, forzando mucho a las herramientas para llegar a ideas más interesantes, al final conseguimos sacar cosas muy divertidas que estaban más en la línea de trabajo de la compañía”, apunta Palacios.
“Estas herramientas pueden ser útiles si tienes una idea previa de por dónde quieres ir. Tienes que ir podando y dirigiendo a la máquina. El factor humano, al menos por el momento, sigue siendo necesario. Al final, lo que lee el espectador es una condensación de horas y horas de conversaciones, y páginas y páginas de textos”.
Lejos de ser un ente de pensamiento autónomo y capacidad de seducción, como el que enamora a Joaquín Phoenix en la película Her, las IA con las que conversa Agrupación Señor Serrano son bastante más asépticas. El problema subyacente, como se dice en un momento del espectáculo, es que “la imparcialidad también crea monstruos”. “La gracia y al mismo tiempo el peligro de estas IA es que a ellas les da igual guiar un misil hasta un barrio de Gaza o ayudar a generar una prótesis barata y super funcional de piernas para las víctimas mutiladas en ese mismo bombardeo. Al final, lo que manda es la condición humana. Eso es preocupante, porque sabemos cómo somos los seres humanos…”..
El dilema de la convivencia entre humanos e inteligencias artificiales es antiguo, y se ha llevado a la ficción literaria y cinematográfica en innumerables ocasiones, normalmente para exponerlo como una amenaza, no como parte de una utopía tecnológica. “Nuestra voluntad era trabajar con estas herramientas sin demonizarlas desde el inicio, y sin atribuirles una capacidad que a día de hoy no tienen. La IA no tiene autonomía ni iniciativa propia, al menos por el momento. Solo queríamos ver a dónde podía llevarnos. En realidad, nuestra intención en el fondo no era tanto hablar de la IA como hacer un ejercicio metafórico sobre cómo nos relacionamos los seres humanos con otros humanos que no ven el mundo como tú. Pero inevitablemente, la lectura que hace el público al ver Una isla se centra mucho en la IA”.
Más allá de si es una amenaza para la supervivencia del ser humano, hay un debate abierto muy intenso sobre las consecuencias que puede tener la IA para el futuro de las expresiones artísticas. En el campo de la ilustración, el cine o el periodismo ya existe un conflicto real relacionado con el robo de autoría y la destrucción de empleo ¿Están las artes escénicas igual de amenazadas que otros campos de expresión artística? Pau Palacios considera que no tanto.
“Lo bueno que tienen las artes escénicas es que son en vivo, y algo no tienen las IA, es vida. Creo que tienen un papel potencial más como socio que como sustituto de los humanos, porque, incluso si se llegase a genera un texto más o menos interesante de forma autónoma, después sería muy difícil dirigirla o llevarla a escena, porque hay que tomar muchísimas decisiones relacionadas con la iluminación, los performers, la elección y disposición de los elementos escenográficos…. son tantas cosas, que creo que seremos los últimos en vernos afectados dentro del sector cultural. Además, no sé a quién le puede interesar invertir en crear artes escénicas con IA, si somos un sector que no le interesa a nadie (ríe)”.