VALÈNCIA. Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) ha firmado uno de los libros del año. Algo que en sí ya tiene mérito y se engrandece al tratarse de un ensayo filosófico sobre la cultura. Las más de 400 páginas de su obra intentan desgranar una particular visión de la creación artística y científica: toda producción está hecha con los residuos de nuestros antepasados. Y aunque resulte compleja, está Teoría general de la basura (Galaxia Gutenberg, 2018) se expone de manera precisa y sin buscar sentar cátedra.
La lucidez de Fernández Mallo parte de una concepción amplia y analítica de la cultura, que no rechaza el pop ni las tendencias de las redes sociales mientras cuenta con una larga lista de referencias más clásicas o académicas. Sin altivez ni pretensiones más allá de la misma reflexión propuesta. La semana pasada presentó el libro en la Librería Ramón Llull y, minutos antes del acto, atendió a las preguntas de Cultur Plaza.
- En Teoría general de la basura expone que toda obra artística o científica se enmarca dentro de una red (una concepto que es un pilar transversal y fundamental en todo el libro) que muchas veces entendemos intrínsecamente como espacial pero que aquí se enmarca temporalmente. Con la globalización, ¿esta red, con sus respectivos estímulos y residuos, se multiplica?
- Exactamente, la globalización amplía esa condición natural del ser humano de crear redes. Esta globalización se ha de entender más allá del desarrollo de internet: las redes son comerciales, políticas, sociales... Esto se extiende en el espacio pero también en el tiempo; una de las teorías del libro es que somos contemporáneos a todos los que nos han precedido. Cuando se encuentra el cráneo de un neandertal no nos interesa cómo fue, sino qué parte de él puede explicar nuestra propia identidad. Y en ese sentido, eso también es una red. Por ende, esto es contrario al concepto de fragmentación.
- Es otra de las grandes ideas de este libro: la de que existe cierta incoherencia cuando se habla de una globalización que homogeniza y a la vez una sociedad que está fragmentada...
- Sí, aunque he de decir que este ensayo no tiene un espíritu tan académico. Esta idea surge porque hace unos años decían de mi literatura que era un exponente de la fragmentación y a mí me resultaba muy extraño porque veía mi obra con armonía y coherencia. Entonces me preguntaba por qué voces autorizadas (no lo digo con ironía) decían eso y el resultado fue pensar que si cambiamos la mirada, el mundo no estaba fragmentado sino en red.
- Ante la visión individualista que entiende la creación artística como una obra de egolatría, esta idea de red que lanza el libro hace intrínseca la colectividad de toda producción...
- En parte sí y en parte no. Decir obra colectiva es un poco peligroso, porque parece que está elaborada por mucha gente, y eso no es así: el arte está creado por mentes individuales, pero sí que es verdad que esas mentes no podrían haber elaborado esa obra sin haberse apropiado de materiales de otros, y es donde aparece la idea del apropiacionismo. No se puede crear a partir de la nada, salvo Dios en caso de que exista, así que, en ese sentido, sí se trata de una obra colectiva aunque no en el sentido político del colectivismo.
- Con esta teoría que expone el libro, ¿el hecho artístico gana o pierde valor?
- Yo espero que gane valor porque intento explicarlo mejor. Yo no creo que tenga más valor la idea romántica de que las cosas vienen creadas por las musas o inspiradas por entes desconocidos... Para nuestra contemporaneidad, creo que tiene más sentido articular una dinámica de cómo funciona el arte.
- Esta contemporaneidad a veces rechaza todo lo que sea anterior al presente. En el libro se habla de que la Historia, en tanto en cuanto está catalogada de manera parcial (la determinan los documentos históricos que se hayan conservado) es una ficción verosímil. ¿Esto le resta valor o simplemente se alinea al hecho artístico?
- Yo no siento cátedra de nada, pero no creo que pierda valor, simplemente busca entender de una manera más afinada el hecho histórico, intentando no atender a los tópicos. A mi modo de ver, la Historia se pone al mismo nivel -en cierto modo- a una obra de arte. Digo en cierto modo porque la Historia, aunque es una ficción, es necesaria: la sociedad la consensúa porque es imprescindible para avanzar. No se puede estar cuestionando constantemente lo que ha ocurrido porque si no, la propia sociedad se estanca. La teoría simplemente busca poner entre paréntesis la Historia, como lo hace con el arte, porque si no se trata de manera crítica, se acaba convirtiendo en un hecho religioso.
- La colección permanente del Museo Reina Sofía construye un relato, a través de las artes (pintura, cine, arquitectura, literatura, etc.), de la Historia de España y Europa del siglo XX. De esta manera, los gestores culturales acaban también siendo responsables de configurar ese hecho histórico...
- No veo mal eso, porque por un lado es inevitable: todos los creadores cogemos materiales para hacer una obra nueva. Lo que no me parece bien es tomarlo como un valor absoluto. Cuando una institución incuestionable intenta crear un canon ya no es proponer un hecho, sino crear una instrucción. Por eso se tienen que dar herramientas al espectador para que sepa que, más allá de lo propuesto, puede haber y hay otros relatos igual de válidos.
- En ese sentido, es imprescindible la educación para saber apreciar el arte con crítica pero también con empatía y sensibilidad...
- Sí, claro, pero eso es muy difícil. Por un lado, desde los discursos de la museística tradicional y la Historia del Arte se nos intenta hacer ver una cultura incuestionable; y por otro, todo lo que no se entiende, se tiende a calificarlo como basura (esa tontería de "Eso lo podría hacer yo"). Nos educan a pensar que el arte es algo a lo que se llega, no de lo que se parte. De ahí que los garabatos que hace un niño no sean arte, pero los de Miró sí porque estos parten de un proceso de depuración y de construcción de un relato propio. Hace falta mucha pedagogía.
"nos educan a pensar que el arte es algo a lo que se llega, no de lo que se parte"
- El debate cultural acaba centrándose en cuestiones estériles, como ha pasado con la apropiación cultural y Rosalía.
- Yo mismo he hablado sobre ello, pero este debate ha sido sintomático de cuál es el estado de la cultura y de cómo la gente la recibe. Cuando me enteré del debate pensé que era un chiste, una broma: ¿cómo alguien podía escandalizarse por eso?. En todas las manifestaciones artísticas ha habido una regresión en los últimos 10-15 años hacia cierto conservadurismo y esencialismo: ha vuelto la fiebre de lo auténtico. El artista que antes construía sobre píxeles y ahora lo hace tejiendo igual como hacía su abuela, algo que me parece bien. Pero esto tiene mucho que ver con este debate cuando aparecen unos puristas diciendo que existe una esencia del flamenco, una manifestación que en sí misma es una apropiación de otros cientos de culturas. Toda tendencia artística bebe de algo, por eso me pareció un debate inculto en el sentido estricto de la palabra, en la medida en la que se habla ignorando cómo se transmite la cultura antropológicamente hablando.
- Actualmente, en una sociedad hipermediatizada, a la cultura pop se le está prestando una atención más empática y lo underground está perdiendo ese sentido marginal porque está consiguiendo llegar a las masas, ¿intuye cuáles serán los residuos de la cultura actual?
- Es difícil aventurarse, aunque creo que uno de los grandes residuos que se han revalorizado es todo lo que tiene que ver con las culturas del cuerpo. Tras haber estado apartadas, hoy en día nada puede ocurrir sin que pase por el cuerpo, desde el marketing hasta el arte. Por eso el gran debate del futuro será cómo encajar la fisicidad de las cosas con el entorno digital y sus avances. Por eso la realidad virtual no ha tenido el mismo éxito ni recorrido que la realidad aumentada. A este escenario lo llamo postdigitalismo.
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