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Aixa de la Cruz: "El compromiso político de una escritora también pasa por crear utopías"

6/11/2022 - 

VALÈNCIA. Lis, Olivia, Erica y Nora recogen, en la casa de su abuela, las distintas drogas —incluidos los fármacos— que atesoraba en cada rincón del lugar. Hace seis meses que la abuela Carmen se suicidó, y cada una de ellas, con sus vidas y sus violencias a la espalda, llegan allí intentando buscar una respuesta al trágico suceso, una respuesta que también les sirva a ellas. Las Herederas, el nuevo libro de Aixa de la Cruz publicado por Alfaguara, hurga en las heridas de cada una para mostrar, precisamente, algunas de las vergüenzas sistémicas y bien enquistadas: la violencia psiquiátrica, el machismo, la hiperproducción o los corsés del género.

Hace unos días, en su paso por València, la autora atendió las preguntas de Culturplaza.

- Mercé Rodoreda hablaba en una entrevista de la importancia de los detalles. Decía que si explicas el interior de una casa, explicas más del dueño de la casa que si describes al dueño de la casa. Tú englobas todo el dispositivo literario en ese espacio único de la casa. Háblame de cómo lo armaste y y qué importancia tiene.
- ¡Qué bonito aquello de Rodoreda, estoy totalmente de acuerdo! Es curioso porque yo escribí esta novela desde una casa muy particular y muy parecida a la que aparece en el libro. El confinamiento duro nos pilló en la ciudad y encerrados en una casa de 40 metros cuadrados con la niña pequeñita. Fue un estrés y un agobio increíble y, después de eso, nos refugiamos en una casa rural en una aldea en el norte de Burgos que es donde creció mi abuelo. Es una casa familiar en la que yo pasé mi verano, y noté al regresar que las casas están impregnadas de muchos recuerdos. Me venían flashes de mi infancia, de haber de haber vivido allí, y empecé a reflexionar mucho sobre ese espacio. La idea de la casa en la literatura, como en la novela gótica, siempre ha estado asociada a ese lugar y son espacios muy cargados. La casa es casi un personaje en la novela, pero porque es la casa en la que había vivido la abuela, y la casa y ella están muy relacionadas. La abuela no aparece en la novela, pero sí que es una especie de fantasma que va pululando por ahí, transformándose. 

- También consigue encerrar las confrontaciones de las cuatro protagonistas, y así, el lector no se puede distraer en nada más que no sea la propia historia de ellas.
- Y para mí también era interesante que los personajes tuvieran diferentes relaciones con el espacio. Erica, por ejemplo, es la que más sale de la casa. En cambio, Olivia está todo el rato confinada, cocinando y repitiendo ese rol de cuidadora que se le asignó desde que era muy pequeñita. Los personajes tienen diferentes grados de arraigo y vinculación con la casa.

Pero luego, a lo largo de la novela, voy sacándolas. El giro de guion importante tiene lugar en el jardín y creo que hay una especie de progresión: cuanto más son capaces de abrir la casa al exterior, recibir visitas y que personas de fuera de la familia accedan a la casa, más se va aireando el espacio, y el aire viciado que hay se va sanando.

- Cuatro hermanas y primas con perfiles muy marcados y muy diferentes entre sí. El reto supongo que estaría en que no se convirtieran, precisamente, en una caricatura.
- Siempre que se construyen personajes existe el riesgo de caer en estereotipos. Era consciente de que los personajes tenían rasgos individualizadores muy característicos, pero para no encasillarlas quería que también se parecieran entre sí, quería jugar con la idea de lo familiar para que tuvieran sus especificidades pero, que al final, también estuvieran muy conectadas. También, a medida que van evolucionando los personajes, estos rasgos iniciales, que parece que las pueden llegar a caricaturizar, se van diluyendo y acaban constituyendo más bien una especie de entidad colectiva que una entidad más unitaria. 

- Sobre el debate de la capacidad de cada autora de salvar o condenar a sus personajes. a las cuatro mujeres les acosan diferentes violencias, ¡qué bien poder ver una salida para cada una de ellas! Y empezando en puntos tan distantes, que esa salida esté en un punto común, de encuentro.
- Para mí esto era fundamental. Cuando empecé a escribir la novela, no tenía todo el tono muy claro, pero sí sabía que quería que la historia se dirigiera hacia un final en el que se manejaran coordenadas más cercanas al utópico que a lo distópico. Por aquella época recuerdo leer Utopía no es una isla, de Layla Martínez, donde verbaliza ese problema de cómo las distopías lo han plagado todo en el mercado literario en los últimos años. Al final son ficciones políticas bastante reaccionarias porque dibujan escenarios futuristas en los que todo ha salido mal, y eso nos aboca al inmovilismo. Yo me tomé eso muy en serio y me di cuenta de que escribir hoy en día con cierto compromiso político tiene que pasar también por plantear utopías, por utilizar la ficción para pensar alternativas al desastre en el que ya estamos inmersas. Porque bueno, tengo la firme convicción de que si las cosas no cambian, el capitalismo va a ser el último sistema que conozcamos. 

Tenía pensado que, al final, estas cuatro protagonistas encontraran una forma alternativa, no de vivir y de salir del sistema; porque, al final, las cuatro, en mayor o menor medida, están expuestas a las violencias del propio sistema. Cada una de una forma diferente, acaban encontrando la forma de transformar esta casa, que es su legado y que es su herencia, en algo distinto y en su hogar, el lugar desde el que constituir una alternativa más colectivista y más abierta y desde la cual montar la resistencia contra el sistema.

- Háblame de ese “psistema, con p por delante”.
- El personaje de Lis refleja todas las violencias del sistema de salud mental. Yo me guié mucho por los testimonios y el activismo que hacen muchas compañeras desde los orgullos locos. Lis es un personaje con el que aprovecho para verbalizar algo curioso: hay mucha ficción sobre las violencias psiquiátricas en manicomios en los años 50 (cómo era todo horrible, las camisas de fuerza, etc.) que dan a entender que eso quedó en el pasado y que ya no sucede; yo, hablando con estas mujeres que han sufrido violencias psiquiátricas, me di cuenta que no han cambiado las cosas, que lo que ha cambiado es que la camisa de fuerza ahora es química. Ya no hay camisa de fuerza, pero ahora te chutan haloperidol en vena en cuanto entras en el internamiento psiquiátrico, hay contenciones… En fin, sigue habiendo una cantidad de violencias asociadas al ejercicio de la supuesta salud mental que son tremendas.

- Pasa con la salud mental como con el feminismo, que cuando un tema llega al primer plano del debate público, acaba superficializándose. Ahora está muy en boga, pero en efecto, no problematizamos esas violencias que se dan. ¿Buscar mover un poco el marco desde esta ficción?
- Es importante entender que la locura no es algo estable ni objetivo, sino que es una construcción social, y que la psiquiatría —en general— opera como una disciplina de control de los cuerpos. La violencia se ejerce en el mismo momento en el que se decide lo que es normativo y lo que no. Es muy interesante, precisamente, utilizar la literatura para, como dices, cambiar el foco y generar ficciones en las que se demuestre que lo normativo está construido, y que se pueden generar marcos discursivos en los que, de pronto, lo que está marcado como lo otro se integra y deja de ser lo otro. 

Yo en la novela también quería jugar con eso, con la posibilidad de que, fuera de la farmacología, también nos podamos curar únicamente al sentirnos validadas. Hay ciertas experiencias que no caben en el marco, pero de pronto se generan otras, que en este caso, en la novela, a través del pensamiento mágico, se validan, se integran, y se normalizan. Y de pronto, el problema desaparece.

Aixa de la Cruz, en una foto de archivo. Foto: Eduardo Parra / Europa Press

- Es muy interesante la manera en la que pones en el mismo espacio la dependencia a la farmacología con las consideradas drogas duras. 
- Sí, y de hecho cuando pensé, en el origen de la novela, que las cuatro protagonistas quería que representaran cuatro miradas sobre el sufrimiento psíquico. Centradas en el suicido de la abuela, se preguntan cómo explicar su suicidio. Lis adopta un discurso más biomédico: ha interiorizado el estigma de la locura, le han dicho que ella está loca y por tanto entiende que su abuela se suicidó porque estaba loca como ella. Nora lo asocia a la drogadicción, es una forma distinta de verlo, pero muy similar: para ella, como su abuela también era yonki, están malditas por la adicción. Erica es la que tiene una mirada menos estigmatizante: para ella en esta vida hay grandes preguntas, y si no tienen respuesta, no hay que obsesionarse con ponerle una etiqueta a todo…Todas parten de una mirada diferente y, al final, todas acaban concluyendo más o menos lo mismo: Olivia, que es la médico, acaba yéndose porque entiende que allí no hay nadie enferma. 

- Volviendo al contexto literario, llevábamos unos años muy centrados en la autoficción, y este tipo de literatura ha estado en muy primer plano. Ahora parece que hay una fuerza por recuperar el poder narrativo del misterio. Háblame de esos momentos mágicos, del misterio que acogen las cuatro protagonistas.
- Como dices, en España la autoficción ha sido muy fuerte en los últimos años, pero hemos tenido un contrapeso muy grande en Latinoamérica. Para mí ha sido muy importante leer a esta generación de escritoras nacidas entre los 70 y los 80 latinoamericanas, como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Mónica Ojeda, etc., que ya llevan tiempo trabajando con estos marcos, en los que se crean críticas sociales muy fuertes pero a través de una vuelta al realismo mágico, y con mucho trabajo con el género del terror y la ciencia ficción. Para mí han sido pioneras en este cambio que se está dando ahora en la literatura española.

Ya pensando en la novela, para mí la inclusión de lo mágico tiene mucho que ver con esto que te comentaba de intentar buscar imaginarios nuevos con los que salir del sistema capitalista. Lo hago a través el tema de las drogas chamánicas, por ejemplo. Yo quería jugar con esta fantasía de que las drogas chamánicas están en la naturaleza porque son las únicas drogas que te permiten salir de tu subjetividad. Entonces, si siempre decimos que es muy difícil buscar alternativas al capitalismo porque estamos subjetivados por el propio capitalismo, yo quería explorar esta idea de ¿y si estas plantas están ahí fuera para que tengamos estos viajes que nos permiten salir del sistema y volver con un imaginario nuevo, listo para probar alternativas políticas?

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