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los recuerdos no pueden esperar

Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer

21/10/2018 - 

VALÈNCIA. Una de las señales inequívocas de que uno envejece es que hay cosas que ya no puede hacer. El cerebro te engaña, te hace creer que todo sigue igual. Te hace creer que si te bañas en la playa una tarde de finales de septiembre no cogerás frío. Que no se te cansará la vista si pasas un par de horas leyendo.Que puedes subir y bajar la mancuerna sin miedo a que después el brazo duela como si te dispararan con una pistola Taser. Hay determinadas cosas que uno ya no puede hacer porque envejece y es una putada muy gorda. Hay, no obstante, un reverso positivo en todo esto. Con el paso del tiempo hay una serie de cosas que cada vez apetecen menos. Esas cosas son algo muy subjetivo, cada uno tiene las suyas. Lo que está claro es que con los años acumulas puntos para ejercitar más libremente tu extravagancia, en caso de que la tengas. Parafraseando aquel título de David Foster Wallace, podría jurar sobre The Velvet Underground & Nico que hay algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.

Pasa el tiempo y voy confeccionando mi pequeña lista de cosas supuestamente divertidas que nunca volveré a hacer. Cada tanto la leo y la considero. Quito esto, añado eso otro. Hasta que lo que haya  apuntado no sea fruto de una mera ocurrencia sino algo meditado. Y sí, nunca sigue siendo una palabra muy tramposa. Pero también es una palabra que a menudo apetece decir y que, como gracias, no conoce sustitutivo alguno. Tras una última revisión de mi lista, estas son algunas de esas cosas supuestamente divertidas que nunca volveré a hacer. Por ejemplo, hablar sobre música. Hace 36 años que escribo sobre ella y unos 30 que puedo decir que me gano la vida con ello o con actividades relacionadas con la música o el periodismo. Si hay algo que no me apetece lo más mínimo es ir a un sitio y ponerme a hablar sobre música con alguien. No tengo esa necesidad. Y si alguna vez la tuve, las redes sociales me la han eliminado de cuajo. Hay una pregunta fatal: ¿Qué discos que hayan salido últimamente me recomiendas? Es oír eso y como si me resetearan el cerebro. Me quedo en blanco.

Qué remezcla más fea

No necesito discutir sobre si este disco es bueno o malo. Ya me manifestaré al respecto si me piden que escriba sobre él. Si tengo la incontrolable necesidad de contarle al mundo lo que pienso sobre él, ya diré algo en las redes sociales. Pero si alguna vez tuve ganas de pontificar o de predicar, hace tiempo que se me quitaron. Esa obligación de ir sentando cátedra porque eres crítico musical. Al margen de mis ganas, yo sé de lo que sé, llego hasta donde llego y, sobre todo, cada día me acuerdo de menos cosas y me apetece aún menos forzarme a recordarlas. ¿Para qué? La información está en Internet. Casi nunca es un bien exclusivo, salvo que seas un estudioso o un especialista en un tema. En mi caso, da igual cuántas veces haya escrito sobre este grupo o aquel disco, no me acuerdo de nada. He llegado a un punto en el que he de leerme mis propios artículos para acordarme de lo que he escrito.

Por el contrario, disfruto hablando sobre música con amigos, en ámbitos privados y en situaciones espontáneas. Y no conozco alegría mayor que contarle a alguien las excelencias de un disco o un artista que desconoce. Si además esa recomendación prende en el sujeto en cuestión, misión cumplida. No hace falta darle más vueltas al asunto. Me niego invertir una hora de mi vida discutiendo sobre si el nuevo disco de Arctic Monkeys es una maravilla o una mierda. Entre otras cosas porque, sinceramente, pienso que sea cual sea la conclusión, es algo que ya da igual. La música, cada vez más, es algo que o bien sirve para un consumo colectivo en masa –los festivales- o para un disfrute individual y privado. Lo que hay en medio de ambas opciones es un océano de opiniones y discusiones tremendamente aburrido.

Moderno lo serás tú

Como dijo Roland Barthes, de repente me dio completamente igual ser moderno. Si entendemos aquí la expresión moderno como sinónimo de alguien que está al tanto de lo que ocurre, que se interesa por nuevos artistas y además es capaz de apasionarse por ellos sin distanciamiento o condescendencia. Una cosa supuestamente divertida que nunca volveré hacer es preocuparme por eso. Me da igual lo que digan las revistas extranjeras, las españolas y las taiwanesas. Creo que a cierta edad toda esta dinámica de lanzamientos, fracasos, hypes, etc., ha de ser algo que hay que tener interiorizado Algo que lleves dentro y que fluya contigo. Y que si un día no funciona, bueno pues molt bé, pues adiós. Nada es eterno. Me hubiese gustado ver a los millennials hace tres décadas defendiendo a Suicide, A Certain Ratio, Alex Chilton o a los primeros Sonic Youth sin el inestimable apoyo de Internet.

Por todo lo que estoy contando, otra cosa supuestamente divertida que me niego a hacer es ponerme camisetas con los logos o las fotos de mis grupos favoritos. Ni de Lou Reed ni de Bowie ni de nadie. Se acabó. Porque sea un crítico musical no tengo que ser un hombre anuncio de mis gustos. Más cosas supuestamente divertidas que sinceramente prefiero que hagan otros: pinchar. Ese verbo, aplicado al acto deponer música en lugares públicos, siempre me da repelús y cada vez que lo he usado –no han sido pocas veces, mirad ahora, por ejemplo- siento un latigazo similar al que noto cuando alguien habla de The Velvet Underground como la Velvet. Al principio, eso de ser un señor que pone música porque se le supone un buen gusto musical, tenía su gracia. ¿Recordáis aquella profecía de Warhol que dice: “En el futuro todo el mundo tendrá sus quince minutos de fama”? Pues en el presente todo el mundo pinchará al menos una noche en su vida. Sé a ciencia cierta que el mundo no echará de menos que ponga o no música en un bar, así que, ¿para qué molestarse? Las únicas excepciones que confirman la regla: hacerlo en fiestas de amigos, ponerla música que a mí me dé la gana en un evento, sin preocuparme de nada más o que me lleven otra vez al FIB. Así que lo de pinchar, sí, pero muy de vez en cuando. Mientras tanto prefiero centrarme en cosas supuestamente divertidas que me gustaría hacer todo lo posible. Leer más, escribir más ficción, colaborar para que mis plantas crezcan sanas (y exuberantes, que diría el Padre Mundina), pasear, estar durante horas mirando el paisaje sin hacer nada, ver a mis amigos y estar con ellos. Y por supuesto, seguir relacionándome con la música como más me gusta hacerlo. En modo avión.

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