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Algunas de las últimas fallas a las que nos abrazamos

La selección de hits de aquellas fallas que todavía no se olvidan, de la mano de sus observadores

14/03/2020 - 

VALÈNCIA. El gesto de Marta Ródenas, interviniendo la falla junto a Escif para engarzar la mascarilla del año, es una de esas explosiones simbólicas que marcan algo más que la recurrencia de una cita. Permanecen, se instalan en el imaginario. En una situación excepcional, improvisaciones excepcionales. Sin celebrarse, el poder de representación de las Fallas encontró una rendija poderosa. Toda una demostración de la importancia del trabajo creativo para, en consonancia fallera, reflejarnos a nosotros mismos ante el espejo. Quizá el reencuentro con la vía verdadera.  

Algunas observadoras habituales de las fallas han querido pasar el diván improvisado de la vida en alarma para rememorar la falla, aquella falla, a la que darle achuchones sin parar. Vayan pasando.

Teresa Juan es artista y comisaria, ha formado parte junto a Escif del proyecto expositivo -asociado a la falla municipal- Qué pasa con los insectos después de la guerra. 

“Sin saber yo mucho, recuerdo perfectamente que fue en el año 2015 cuando me abracé por primera vez en mi vida a una falla y lo hice porque el monumento me lo permitía, como permitía el poder transitarlo, y porque aquella construcción se salía de lo que mi limitado concepto hasta el momento había estado trazando como monumento fallero. Se trataba de Ekklesía, de Miguel Arraiz y David Moreno, la propuesta de la falla Nou Campanar. Sé que subí una fotografía a mis redes sociales con la siguiente frase: yo amando a una falla y que aquello provocó una especie de reacción "ver para creer" entre todos mis conocidos. Y es que durante todos mis años falleros, que han sido todos los de mi existencia, más lejos o más cerca, siempre he sentido una enorme lejanía al asedio urbano en múltiples formas que suponían las Fallas. Mi fobia incontrolable a los sonidos fuertes así como el pánico a las aglomeraciones y un cierto sentido de violencia en el espacio remaban en contra del ánimo celebrativo de esta época. Aquella falla me demostró que era posible coexistir de una forma mucho más amable, que en realidad las raíces de todo esto eran otras y ¡uf!, también comprendí con ella el necesario caleidoscopio de miradas que se hace patente en estas fiestas y la hermandad inconsciente que puede haber en ello, con ella comencé a valorar el ejercicio de acercamiento que resulta tan interesante realizar cuando te sientes lejana a algo y la sorpresa que te puedes encontrar. Aprendí una perspectiva nueva que me llevó a investigar las fallas de hace mucho y a comprender la preciosidad que hay detrás del fuego, de la participación, de la calle, de sentirse hermana. Desde aquel año, todos los años, empleo un día para transitar fallas más experimentales, en las que detecto un ejercicio de memoria fabuloso, pero ya con otra mirada y es verdad que con cierta cautela. No puedo negar que he disfrutado, desde aquel día de reconciliación, de muchas propuestas maravillosas”.

Miguel Arraiz, precisamente uno de los creadores de Ekklesía, llega ahora.

“Quizás la falla más icónica de la Plaza del Ayuntamiento por lo que supuso fue en el año 1997 con la reproducción a modo de espejo de la fachada del Ayuntamiento. Pero a mí personalmente la falla que se plantó el año siguiente, de Manolo Martín junto con Ortifus, Lo tenemos todo debajo, pero…, la considero un gran ejemplo de crítica y sátira con una apuesta estética arriesgada. Sin llegar a romper totalmente los cánones y por lo tanto permitiendo introducir nuevos conceptos sin provocar en exceso bandos enfrentados como tanto nos gusta en esta ciudad”. 

El arquitecto y especialista en patrimonio Xavier Laumain, escoge al propio Arraiz como representase de las fallas que no olvida:

“He de reconocer que mi vinculación con la Fallas es mucho más reciente de lo que me habría gustado, por lo que mis referentes son más actuales, pero posiblemente a la vez más alejados de prejuicios. Y más que un monumento, hablaría de un artista. El proyecto que más me ha impactado fue Ekklesia,  la última falla que se plantó en la ya extinta Nou Campanar. En general me encanta la obra de Miguel Arráiz, especialmente para la falla Castielfabib-Marqués de Sant Joan, con monumentos como la plataforma petrolífera, D’on no hi ha no es pot traure, del año pasado, y todo el proyecto reivindicativo que le rodeaba, o los termiteros de Tinc nostàlgia de futur del año 2012, con una estética depurada, sencilla, a la vez que potente. Pero el salto de escala que supuso Ekklesia, la apuesta formal de Miguel Arraiz y David Moreno, la incorporación del mosaico Nolla, y el hecho de incluir en el desarrollo del monumento un proyecto sociocultural tan plural, me entusiasmó. Este monumento, con cantidad de manos que pudieron trabajar y sentirse parte de un proyecto, cuestionaba las bases actuales de las propias fallas, todo ello sin olvidar la vertiente crítica”.

El diseñador Dídac Ballester fue el encargado de diseñar la imagen de estas nuestras Fallas 2020 en diferido. Es su turno. 

“Tengo varias guardadas. La de la Plaça de l’Ajuntament de 1981, Concorde… Concòrdia?, de Vicente Luna Cerveró. Me causó mucho impacto ver una falla tan bajita pero monumental, aunque creo la monumentalidad estaba más provocada por la edad. También  Perquè el foc només siga un espill, de Sento Llobell y Manolo Martín en 1987. Una modernidad absoluta. Un punto y aparte, una bocanada de aire fresco muy bestia. Recuerdo que fue la primera vez que sentí la sensación de que las fallas podían ser también modernas, transgresoras, y no solo clásicas y barrocas. ¡Mil gracias por todo Sento! Y, por supuesto, Pinotxada universal de Manolo Martín para Na Jordana en 2001. La imagen tan potente del Pinotxo viéndose por encima de los techos del Carmen, como si un pinocho gigante caminara por las calles del barrio. Una vez más esa sensación de aire fresco y de gran cualidad que entraba en el mundo fallero”.

El director del Museu Faller, Gil-Manuel Hernàndez, interviene. 

“Resaltaría Llaurador valencià, el ninot indultat de Julián Puche en 1959. Un agricultor valenciano ataviado con camisa, saragüells y mocador estaba encima unas cestas de naranjas y en una mano llevaba una naranja y en otra la estatua en miniatura de La Cibeles madrileña, de la que salía un tubito que transfería el zumo de la naranja. Una escena brutal que satirizaba magníficamente como el centralismo de Madrid exprimía las riquezas valencianas. Ya tiene mérito que la escena fuera indultada por votación popular en pleno franquismo. Se plantó en la de la comisión Peu de la Creu-En Joan de Vila-rasa, en la sección segunda”.

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