TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO

Algunas razones antiespañolas para sentirnos españoles

13/06/2018 - 

VALÈNCIA. Sucede que soy español. Mal que le pese a algunos. Y me siento orgulloso de serlo. Por razones que para algunos son antiespañolas. Porque los que reparten carnés de españolidad han dejado muy claro qué es exactamente ser español y yo no encajo en casi nada.

Según ellos soy antisistema porque quiero cambios en aquello que no me gusta: cambios en la monarquía, en el papel de la iglesia o en la Constitución. Antisistema porque quiero mejorar las cosas, hacer un país del que me pueda sentir más orgulloso.

Según ellos soy antipatriota porque defiendo el federalismo y el diálogo en igualdad con los nacionalismos periféricos. Antipatriota, como si esas culturas no fuesen tan españolas como el resto.

Según ellos soy antiespañol, así en general, porque no me gustan ni los toros, ni llevo bufandas de la roja, ni pongo banderitas de los chinos en la ventana ni rezo a ninguna de las decenas de vírgenes que tenemos.

Y según ellos también soy ETA… esto no sé muy bien por qué. Pero no, señores, soy español y me siento orgulloso de serlo. Y aquí van algunas razones para ello. Razones que a los Guardianes de la Verdadera Españolidad les rechinan:

Soy español porque me encanta ver parejas del mismo sexo cogidas de la mano por la calle -incluso casadas- con una normalidad que no existe en la mayoría de países del mundo. Siento el orgullo patrio cada vez que dos hombres se besan en una esquina o dos mujeres se miran con ojos enamorados. Y siento asco profundo cuando un señor con sotana financiado por dinero de MI país los llama engendros antinatura desde su púlpito. Ellos, eunucos voluntarios, sí que son de verdad raros.

Soy español y sin embargo siento bochorno al ver a una ministra pidiendo a la Virgen del Rocío que baje el paro. O el espectáculo que ofrecen los católicos cada vez que sacan a la Virgen de los Desamparados a la calle y la gente se pega –literalmente- por tocarla, lanzando a sus bebés para que puedan rozar sus pies. Me siento decepcionado con mi país cuando veo que estamos en el siglo XXI y la gente llora emocionada ante muñequitos de plástico con forma de vírgenes o Cristos moribundos. Como si un trozo de plástico fuese más importante que los niños que apenas tienen para comer (somos el tercer país por la cola en pobreza infantil de la UE). Nunca he visto a los creyentes darse codazos por socorrer a un necesitado como se dan codazos por tocar los pies del icono. No sé yo qué mensaje de amor cristiano siguen exactamente esos creyentes. Los niños necesitados –por poner un ejemplo- son españoles y son reales. Sufren. La virgen es solo merchandasing de la saga de ciencia ficción más exitosa después de Star Wars: La Biblia.

Soy español y me siento orgulloso de saber que somos el primer país en donación de órganos año tras año. Sin embargo, me avergüenza que estemos a la cola del I+D porque la investigación no da votos a corto plazo. Le daría un futuro al país y haría que nuestros jóvenes no tuviesen que irse fuera. Pero, claro, no da votos a corto plazo. Qué patriotas son esos gobiernos que ondean banderas y lanzan a nuestros jóvenes al extranjero por no tener el valor de darles un futuro…

Soy español y me emociono cuando escucho hablar en valenciano, en euskera, en gallego, en bable, con acento gaditano… o cuando leo el Quijote en perfecto castellano clásico. De hecho, soy tan español que creo que todos deberíamos aprender en la escuela, sea cual sea nuestro lugar de nacimiento, los rudimentos de las distintas lenguas de nuestro país. Porque todas son lenguas españolas, aunque solo una se llame así. Me encantaría que un sevillano aprendiese en el colegio a decir Agur y un asturiano aprendiese a decir Pa amb tomaca valorizando el riquísimo patrimonio lingüístico y cultural de este país. Porque soy español y me siento muy orgulloso de nuestra variedad: de los españoles que no son como yo ni hablan como yo. Aunque para algunos solo hay una forma de ser español. Qué tristeza de España uniforme desean estos patriotas…tan diminuta, cuando España es tan grande…

Soy español y sin embargo me da profundo asco la monarquía, porque quiero una verdadera democracia para mi país y la base de la democracia es la igualdad. La mera existencia de la Casa Real va en contra de esta idea: ellos no son iguales al resto. Preguntadle a Valtonyc si queda alguna duda. O a las cuentas bancarias de Bárbara Rey. Un español que desee una verdadera democracia para su país no puede apoyar a estos fantasmas medievales que siguen paseándose por España con sus protocolos feudales: derechos de sucesión, privilegios divinos e impunidad porque-yo-lo-valgo.

Soy español y me lleno de orgullo cuando somos capaces de salir a la calle a luchar juntos por lo que creemos correcto: el No a la guerra, el 15M, las jubilaciones dignas, los derechos de la mujer… Pero me duele en mi orgullo cada vez que un gobierno hace una ley contra su propio pueblo para favorecer a los lobbies empresariales, religiosos o mafiosos que dirigen este país. Que ponen y quitan leyes. O jueces.  Cada vez que mi gobierno se arrodilla ante energéticas, viejos católicos con falda o intereses partidistas. Y se pasan España por el forro mientras escuchan el himno de Marta Sánchez.

Soy español y el himno de Marta Sánchez me parece una verdadera bazofia. No me emociona su ridícula letra, lo siento. Me emociona la sanidad universal y la dignidad de la sanidad pública. Que todos mis compatriotas tengan las mismas oportunidades de estudiar. Y de vivir. Por eso me enciendo cuando veo cómo algunos gobiernos quieren acabar con, tal vez, el mayor patrimonio que tenemos, degradando lo público por intereses privados.

Soy español y me emociono cuando viajo por España. Muchísimo. Me emociono en las playas gallegas, en las montañas catalanas, en la huerta valenciana, en el desierto de Almería y en la campiña vasca. Incluso en paisajes menos fotogénicos como los campos de Castilla. Me emocionan el Guggenheim de Bilbao, los pueblos de casitas blancas de Andalucía, las barquitas de pescadores de Formentera y los bares de Madrid. Me vuelven loco las gildas, los Ribera del Duero, los callos, el gazpacho, la sidra, las tortitas de camarón y la paella. Tanto que no tengo palabras…

Soy español y sin embargo siento un profundo desprecio por las banderitas de mi país en los balcones. Porque no son banderas ondeadas para unir, sino para separar. Son banderas empuñadas como fronteras, armas, como advertencia, como patrón en el que hay que encajar. O conmigo o contra mí. Si esos que cuelgan sus banderitas de los chinos en los balcones fueran tan españoles como yo, amarían a Cataluña, una parte fundamental del país. Es más, cuando comenzó el conflicto territorial hubiesen puesto banderas constitucionales de Cataluña en sus balcones para dar este mensaje: os queremos con nosotros. Y otro gallo cantaría, seguro. Pero eso es impensable. Parte de la españolidad vendida por ciertos gobiernos pasa por odiar a los diferentes, a vascos y catalanes que no se amoldan al patrón, que son antiespañoles porque esos Guardianes de la Españolidad han hecho de ser español algo tan pequeñito que cualquier día ellos se quedan fuera.

Soy español y me emocioné, ayer mismo, al ver cómo nos ofrecíamos voluntarios para acoger a los tripulantes del barco Aquarius, en un gesto de humanidad, priorizando las vidas humanas y la dignidad por encima de intereses políticos.

Soy español y sin embargo me pone enfermo ver cómo defendemos al dictador Obiang o le hacemos la pelota al heredero saudí o vendemos armas a gobiernos represores porque es un buen negocio, anteponiendo la economía a la mínima ética. Fomentando con nuestros actos que algunas personas acaben sometidas a gobiernos represores y no tengan más remedio que lanzarse al Mediterráneo y acabar en el Aquarius.


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