Los feos son los grandes olvidados en la España de progreso. Son una minoría ignorada por el Gobierno de la Gente. Es de justicia protegerlos, como se hace con transexuales, inmigrantes y catalanes oprimidos.
Con inusitada expectación, asistí a la perfomance protagonizada por Dorian Gray y Yolanda Gucci la semana pasada. El moreno y la rubia tramposa presentaron, precipitadamente, el acuerdo de Gobierno de coalición para tapar el rechazo de las bases del partido del locuelo de Waterloo a la investidura del candidato socialista.
Estuve muy atento a la forma y el fondo de las intervenciones de ambas próceres. La forma la cuidan mucho, no así el fondo, en especial la vicepresidenta comunista, que no acaba de dominar el español. Es de esperar que su fluidez verbal sea mayor con el gallego, el idioma de su país.
Más allá de obligarnos a viajar en borrico para no contaminar, mientras ellos siguen con sus aviones y coches oficiales, y del palo fiscal que preparan para la España exhausta que aún produce, no vi nada relevante en el acuerdo. Me había hecho la ilusión, ingenuo como soy, de encontrar una medida de apoyo para los hombres y, muy en especial para los hombres feos, pero no la encontré, por mucho que la busqué entre 230 propuestas. Mi gozo en un pozo, pensé.
Porque ya va siendo hora de que el Gobierno de la Gente haga algo por ese espécimen por el que nadie se preocupa, esto es, el varón feo, que vive su drama en silencio, como quien padece hemorroides. El feo ibérico, si además es gordo y calvo, requiere una atención prioritaria, como la que reciben los miles de inmigrantes ilegales que llegan a una España que es un vergonzoso coladero; las personas trans e inteligentes como Elizabeth Duval, y la minoría nacional catalana que lleva perseguida por los malvados españoles desde los tiempos de Wifredo el Velloso, como poco.
“Los varones poco agraciados representan un porcentaje significativo de la población. Su peso electoral es relevante”
El hombre feo no puede ser más que las minorías mencionadas, pero tampoco menos. Rechazamos que se mueran los feos, como pedía, cruelmente, el gran Boris Vian. Además, los varones poco o nada agraciados representan un porcentaje significativo de la población. Su peso electoral, aun estando muy por debajo de las mujeres feministas, los pensionistas y los muchachos engañados con piruletas gubernamentales, es relevante. Sería un error que los partidos lo ignorasen.
Con este humilde artículo quiero rendir homenaje a los feos, a la fealdad trabajadora española, a la que madruga y se desloma por llevar un sueldo a casa en este país que aprieta los morritos en el Insta y suda a chorros en el gym. Hay que romper una lanza por ellos. Yo los veo en el campo de fútbol, sentados a mi lado, y, a poco que hablamos, noto que también tienen su corazoncito pese a ser hombres y ser feos. Son hermanos de aquellos que viajan conmigo en el metro a Torrent, entre multitud de patinetes eléctricos, patines, monopatines y bicicletas. El metro, desde que se democratizó el transporte público, ha devenido en experiencia religiosa y excitante, sobre todo, a partir de las diez de la noche, los fines de semana.
Feos hay en todas las clases sociales. En esto Dios ha sido justo. Los hay pobres pero también ricos como el presidente de Iberdrola, el pastelero de Gerona que negocia con Dorian Gray su regreso a Barcelona y, en menor medida, el actor Antonio Resines, reconvertido en hombre anuncio en todas las cadenas públicas y privadas. Para estos últimos carezco de un gramo de solidaridad o comprensión (no diré empatía porque es una palabra que odio, tanto como empoderamiento, inclusión y resiliencia).
En la España que se nos viene encima, alumbrada por fórceps, el hombre feo, criatura de las depauperadas clases medias, puede ser un factor de equilibrio y moderación. Lo triste es que ni ellos mismos se dan cuentan de su poder. Es cierto que carecen de capital erótico, suelen despertar el desprecio y la risa floja de las mujeres, sólo conservan el cariño de las madres, todo eso es verdad, pero hay algo que es incuestionable, irrefutable e irrebatible, como antes afirmé: disponen de la fuerza de sus votos, del chantaje elevado a las urnas.
En un país dividido en dos bloques monolíticos, en el que la victoria se juega por un puñado de escaños, los feos pueden ser determinantes en próximas elecciones, en el supuesto optimista de que las siga habiendo cuando acabe otra legislatura “de cuatro años de convivencia y progreso” (entiéndase siempre lo contrario de lo que afirme el Gobierno pinocho: serán cuatro años de disputas civiles y empobrecimiento).
Si la voz de esa España silenciada, la de la fealdad masculina, no se escucha ni atiende, algo habrá que hacer. Si hay un Partido Animalista, ¿por qué no puede haber una Liga Popular de Hombres Feos, Fondones y Calvos? Cosas más extrañas se han visto. Políticos españoles, tomen nota de lo que acaban de leer. Incluso entre ustedes hay algunos no especialmente agraciados, como el señor Echenique. Si es así, sabrán de lo que les hablo. ¿Y yo? Yo no era feo pero todo se andará.