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SILLÓN OREJERO

Ambigüedades morales en la Francia ocupada por los nazis

'Érase una vez en Francia' es una de las mejores novelas gráficas europeas de los últimos años y ponía de manifiesto que diferenciar entre el bien y el mal no está al alcance de cualquiera, por mucho que tengamos representaciones binarias de la lucha antifascista

7/05/2017 - 

VALÈNCIA. Francia decide este domingo si gobierna la ultraderecha en su país. La elección transcurre entre quienes creen que hay que frenar a un partido de obediencia fascista como sea y los que, desde la izquierda, entienden que todo es ya fascista en la UE en general y en Francia en particular y no se notará la diferencia, por lo que no sería obsceno mirar para otro lado.

Un servidor, cada vez que escucha el nombre de Le Pen piensa en Leon Degrelle, que era dos personas. José de Ramírez Reina, la identidad que le dio el franquismo, y el propio Degrelle, general belga de las SS. Aterrizó en la playa de la Concha en mayo del 45 cargado de joyas robadas en Bruselas. Vivió en Málaga, montó una empresa de construcción y obtuvo contratas de la administración española que le permitieron vivir holgadamente. En Bélgica, le habían condenado a muerte en rebeldía. Era amigo íntimo de Le Pen padre, decía.

Pasó cincuenta años de vida en España en la más plácida impunidad. Todas las solicitudes que presentó Bélgica para su extradición fueron rechazadas y él nunca se molestó en disimular, tienen en Youtube varios discursos en español pronunciados en foros ultraderechistas españoles donde difundía sus milongas sobre el ascenso del fascismo y la naturaleza de la II Guerra Mundial, hasta que el Tribunal Constitucional se lo impidió tras la denuncia de una superviviente, Violeta Friedman. Según informes de inteligencia, Degrelle recibía en Madrid visitas periódicas de representantes del Frente Nacional, entre ellos, Axel Loustau, tesorero del partido con la actual candidata, la hija de Le Pen.

Fantasmas del pasado y revisionismos varios que se van actualizando. No en vano, recientemente Le Pen hija declaró que Francia no tuvo ninguna responsabilidad en las persecuciones de judíos durante la ocupación alemana y el gobierno de Vichy.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el cómic? Pues que hace unos pocos años se publicó la muy galardonada obra 'Érase una vez en Francia' que seguía los pasos de un judío rumano, Josef Joanovici, durante aquel periodo. El personaje, real, era una suerte de Schindler que jugó a tres bandas con nazis, mafia y resistencia para salvarse a él y a unos cuantos de los suyos en una peripecia que, en viñetas, constituyó uno de los mejores trabajos del cómic europeo en años.

Valientemente, Fabien Nury y Sylvain Vallée ponían de manifiesto todos los agujeros negros de la heroica memoria de resistencia francesa, pero también, tras la lectura de sus seis maravillosos tomos, la historia dejaba un poso mucho más profundo. Hablaba de la ambigüedad moral en unos términos que podemos tener en cuenta a día de hoy, porque ¿acaso no es un lujo posicionarse del lado del bien?

El protagonista, Joseph, es un chatarrero hecho a sí mismo que sale adelante en Francia con triquiñuelas básicas propias de un buscavidas, su encanto personal y su talento para diferenciar metales adquirido durante sus años en la chatarra en Rumanía. Solo con eso, sin saber leer y escribir, hace fortuna.

Un personaje real, Hermann Brandl, alias "Otto", miembro de los servicios secretos alemanes y dedicado a esquilmar la Francia ocupada de recursos económicos y otras riquezas, entró en contacto con Joseph antes de la guerra. Por el tratado de Versalles, Alemania no podía importar metales y el protagonista, ya bien situado en la industria, tras haber lidiado diariamente con la mafia, conocía las redes para hacerle llegar al III Reich preciados materiales para su industria armamentística.

Con la ocupación de Alemania, Joseph se niega a huir. Cree que los nazis, que hasta ese momento le han tratado razonablemente, no tendrían nada contra él, pero no está al tanto del punto al que ha llegado la persecución de los judíos en Europa. Para proteger a su familia, desde ese momento, tiene que empezar a tocar en todas las puertas.

Ya nos lo muestran cuando solo cree que los alemanes ganarán la guerra a los franceses en el verano del 40. Envía un generoso donativo al gobierno francés con alusiones patrióticas y le confiesa a su secretaria sus intenciones: "no vaya a ser que los franceses ganen la guerra". Sabía curarse en salud. Lo mismo le ocurre años después, en el 43, cuando los soviéticos vencen en Stalingrado. Ve que los nazis no acabarán la contienda victoriosos y se pone en contacto con la resistencia para hacer méritos de cara a la postguerra que ve que viene, en la que se confundirá la justicia y al venganza.

En esos tres tomos, la historia es realmente trepidante. Un juego a dos bandas sin escrúpulos que le llevan a realizar traiciones de toda clase y acciones execrables que no revelaremos. Pero su supervivencia se basa en esas continuas mentiras, porque él ni siquiera es un francés, es un judío. Otros se podían permitir actuar por su patria, a él no le queda otra que hacerlo por su supervivencia.

El dibujo es extraordinario. No solo por su línea clásica, sino por sus detalles. El plano de una anciana llevándose la mano al cuello en un plano cenital, cuando ha sido vejada, se clava en el lector. Igual que el guión, una obra majestuosa de intriga, pero que sabe atender a los pequeños detalles. La descripción pormenorizada de lo que ha sentido un hombre cuando ha tenido que asesinar a otro a sangre fría sobrecoge, y ese tipo de sutiles rasgos del guión hacen más por toda la trama que su perfecta ejecución y tiempos a través de unos flashbacks que convierten la entrada en el argumento central en un auténtico circo de tres pistas.

Y por qué es interesante volver a este tebeo, fue publicado en España por Norma Editorial en 2013, por su planteamiento de la ambigüedad moral. El más firme e inquebrantable compromiso moral, queda retratado como un privilegio. En la disputa, en el barro de la pelea, la llamada causa superior de una lucha, el bien moral, todo eso pasa rápidamente a ser muy relativo. Es lo que le ocurre al protagonista, que no tiene tiempo de detenerse a analizar la geopolítica del momento, y lo que le pasa a mucha gente, cada vez más, de los que están comprendidos en eso que se llama ahora "perdedores de la globalización". Al fin y al cabo, incluso en este cómic, al personaje más recto de todos también se le escapa en un momento dado un "puto judío".

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