VALÈNCIA. Los valencianos Rafael Guastavino y su hijo Rafael Guastavino i Exposito fueron dos arquitectos que revolucionaron la construcción con ladrillo y baldosas en Estados Unidos. Su primer trabajo lo hizo sin cobrar construyendo la bóveda de la Biblioteca Pública de Boston. A partir de ese momento se hizo conocida su nueva forma de construcción en la que el ladrillo y la baldosa alicatada eran los protagonistas. Después llegaron las bóvedas del restaurante Oyster de la Estación Grand Central de Nueva York, parte del Zoo del Bronx, la Catedral de San Juan el Divino, la estación City Hall del metro de Nueva York o el Museo Nacional de Washington, entre otras construcciones. Los Guastavino simbolizan algo más que el sueño americano y el escritor Andrés Barba ha sabido reflejarlo en un escueto y hermosísimo libro -Vida de Guastavino y Guastavino, Editorial Anagrama- que es también algo más que una biografía.
-En la nota previa al libro dices, citando a Borges, que de la biografía se podría decir, como del barroco, que es un “género que agota sus posibilidades y por eso linda con la caricatura”. Me acordaba al leerte de la biografía de Pierre Michon sobre Rimbaud: escueta y poética. No sé si te sientes cerca de ser ese tipo de biógrafo y, en cualquier caso, ¿qué diferenciaría una biografía de un perfil?
-Sí, claro que sí. Este libro en realidad pertenece a ese género de biografía literaria que practicaron tantos autores anglosajones y franceses, son muchísimos, y todos referentes mentales: De Quincey, John Aubrey, Beckford, Schwob, Michon, Echenoz… es un género -salvo alguna rareza (Vila Matas)- muy poco español, con grandes referentes latinoamericanos, Borges sobre todo y también, claro, Bolaño. Durante estos meses me he preguntado por qué será que en España hay tan poca biografía “literaria” y creo que es la pesada tradición católica, que hace que solo se pueda escribir biográficamente para defenestrar o para angelizar al biografiado. Nos pasa, creo, porque pertenecemos a una tradición moralista. Yo no quería hacer eso con Guastavino. Quería que fuese un libro hasta donde pudiera, fiel a su vida, pero también fiel a la imposibilidad de contar una vida, la vida que sea. Quien diga que puede contarnos la vida de alguien, miente. Y hay que desconfiar por lo general de las biografías en las que los retratados salen demasiado bien parados.
-Escribes que fue el miedo el que hizo a Guastavino viajar hasta Nueva York sin hablar ni una sola palabra en inglés. ¿Qué miedo era ese?
-El miedo que está en el origen de todas nuestras acciones, de todas las huidas hacia adelante. Guastavino fue una persona que se pasó la vida huyendo hacia adelante, construyendo maniáticamente, a veces cosas maravillosas y otras simplemente lo que le ofrecían, casi nunca trabajó como arquitecto, sino como constructor por encargo que ofrecía soluciones para las obras de otros. Yo hablo de ese miedo porque me parece que lo rezuman sus decisiones vitales, porque solo el miedo hace verosímil una vida como la suya.
-La relación entre Valencia y el fuego es, como sabes, tremendamente ancestral e incluso artística con la fiesta de las Fallas. Tú dices que un incendio que vio Guastavino cuando tenía 16 años lo cambió todo. ¿Qué incendio fue ese?
-El de la casa Consistorial. Digo que fue ese fuego pero pudo ser, claro, cualquier otro. Digo que fue ese porque sé que ese lo vio. Pero, como dices tú, lo importante es el fuego en sí. La naturaleza del fuego. En eso Guastavino no puede ser más valenciano.
-Pero también quiso ser músico y la música es también otra de las grandes tradiciones valencianas. ¿Cómo le ayuda la música en su posterior trayectoria profesional como arquitecto?
-La música es la vocación frustrada de Guastavino. Me gustaría escuchar la música que compuso en su vejez, tal vez algún familiar la tenga. Su nieto dice, seguramente con generosidad, que compuso algún vals que no estaba mal. Lo cierto es que, aunque fuese mal músico, disfrutó de la música toda la vida, estaba muy apegado a su violín y lo llegó a conservar en momentos de gran penuria. Lo que lo hace más bonito todavía. Como decía Proust, los malos músicos son los que de verdad aman la música, los buenos aman más su talento.
-Otro hito de su vida es Barcelona. ¿Qué descubre allí?
-Allí se forma como arquitecto (Maestro de obra en su época), consigue sus primeras patentes de bóveda tabicada, entabla relaciones con la burguesía, se casa con su prima… Es su formación arquitectónica y burguesa.
-¿Podemos decir que el cemento Portland cambia la vida de Guastavino y de los Estados Unidos para siempre?
-Sí, pero tampoco exageremos, también lo cambian muchas otras cosas más importantes, como el ascensor, y más tarde el acero o el hormigón. Guastavino no es imprescindible, ni mucho menos, en la historia de la arquitectura de norteamericana, pero su presencia sí es extraordinaria. Consigue que un sistema de construcción (medieval) bien conocido en España, pero relativamente humilde, tenga una entidad y una dignidad arquitectónica que jamás habría tenido en Europa. Consigue, mucho más importante, que ese aire modernista se convierta en identidad arquitectónica nacional. Guastavino es interesante porque no es imprescindible. Nadie es imprescindible en realidad.
-Con Valencia tuvo siempre una relación ambivalente, dices que casi “fantasmagórica”. ¿En qué sentido?
-Huyó en cuanto pudo, pero estuvo dialogando mentalmente con su legado arquitectónico toda la vida. Como nos pasa a todos con nuestros fantasmas, no podemos dejar de dialogar con ellos, aunque ya no estén.
-Cuentas que en su llegada a Nueva York una de las cosas que más le costó fue saber que no había vino o que la gente mascara tabaco para luego escupirla.
-Me gustan esos detalles minúsculos. Son los que llenan de densidad y verosimilitud una vida. Uno es capaz de llevar a cabo grandes hazañas y al final descorazonarse por cualquier tontería, porque la gente escupe. Me gusta la idea del héroe que después de cruzar un océano de lava, se irrita porque se rompe una uña, porque así somos en la vida real.
-¿Quién fue Blodgget y como de importante fue en su vida?
-Fue el tesorero de la Guastavino Fireproof Construction Company. Salvó a Guastavino de la ruina en múltiples ocasiones, con su tenacidad para construir una fábrica de ladrillos que hiciera autónoma a la compañía, pero también con su conocimiento del medio. Fue también quien acabó comprando la compañía a Gustavino Jr.
-Por último, la vida de Guastavino es mucho más que la del sueño americano tantas veces contado. ¿Qué elemento incorpora para que su historia no sea una más?
-La vida de Gustavino es la vida, en realidad, de dos Guastavinos, padre e hijo. Siempre se habla del padre, pero en realidad es el hijo quien realiza o culmina casi todas las obras más importantes en las que participa la compañía. Es un equívoco que tiene gracia y en el que yo baso toda la estructura del libro. Y son el sueño americano, pero no tanto. En realidad, son como una versión un poco degradada del sueño (me dan ganas de decir “versión española del sueño americano” pero me van a saltar al cuello) porque no se enriquecen más que al final, y cuando la compañía está en decadencia, siempre estaban al borde de la ruina y no eran, repito, arquitectos, sino constructores, trabajaban siempre para otros, eran otros los que firmaban esas construcciones. Eso hace que durante décadas cayeran en el olvido más absoluto, pero no por eso son menos únicos.