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tribuna libre / OPINIÓN

Antimanifiesto universitario. Por una ciencia crítica y política

Foto: KIKE TABERNER
11/01/2024 - 

El pasado 11 de septiembre se celebró el 50 aniversario del golpe militar del general Augusto Pinochet contra el gobierno democrático de Salvador Allende y la Unidad Popular de Chile, uno de los ejemplos más famosos del regime change de la política exterior estadounidense. El uso de la fuerza y la violencia económico-militar de USA sobre los gobiernos extranjeros ha dado lugar a más de 50 operaciones por todo el mundo desde el final de la segunda guerra mundial, todas ellas reportadas por William Blum en su famoso libro Killing Hope. U.S. Militar y and CIA Interventions Since World War II.

El escritor y filósofo Evgeny Morozov describe en un artículo publicado con mención a dicho aniversario por la batalla de Chile cómo existe un vínculo entre los poderes tecnológicos y esta violencia militar activada como poder geopolítico, que en aquel entonces pugnaba por una incipiente hegemonía global de las big tech. En el caso concreto de Chile, la CIA dio apoyo militar a los intereses globalistas de la empresa tecnológica ITT estadounidense (International Telephone & Telegraph). Morozov aclara que podemos perfectamente entender la tecnología como "geopolítica por otros medios": "El éxito en la batalla tecnológica mundial radica en el poder y la soberanía que sea capaz de alcanzar un país, no de su capacidad para la inventiva o creación de nuevas ideas o políticas públicas".

La relación entre tecnología y geopolítica es opuesta a la conocida receta de la innovación y disrupción creativa, explicada como mecanismo de progreso social neutro y apolítico. Hace décadas que esta conexión directa entre innovación y progreso está ampliamente criticada y desprestigiada por los estudios académicos, pese a su promoción continua y extendida desde los foros empresariales. Investigadores como Eduard Aibar o Pedro Ruiz-Castell alejan la innovación tanto de un vínculo asegurado con el progreso social, así como reconocen otros factores políticos y tecnologías tradicionales que movilizan y afectan a dicho progreso de las sociedades.

Paralelamente, investigadoras en tecnofeminismo como Judy Wajcman señalan la existencia de una falsa dicotomía entre tecnologías de vanguardia y tecnologías ordinarias, fuertemente influenciadas por estereotipos de género. Dicha diferenciación responde al grado de sofisticación de la tecnología, que es la que acaba por asociarse con su potencial innovador. Sin embargo, esta clasificación no se vincula necesariamente con su capacidad para consolidar progreso social.

El impulso por el desarrollo de tecnologías de vanguardia, como son la Inteligencia Artificial (IA) o las Tecnologías Cuánticas 2.0, inunda los discursos institucionales que abogan por la innovación y el emprendimiento como desencadenante automático de progreso. Durante la presentación oficial de los proyectos del plan complementario para comunicaciones cuánticas, Ignacio Azorín, director general de Estrategia Digital de la Comunidad de Madrid, resumía esta ideología con una frase que precisamente no despeja las dudas: "La convergencia entre la IA y la cuántica se va a comer todo". ¿A qué o a quiénes va a acabar comiéndose esta convergencia de tecnologías guiadas por la ideología de la innovación? La pregunta, asumiendo nuestra historia reciente de catástrofe climática, desestabilización de las democracias y ampliación de guerras, todas vehiculadas por el desarrollo y el uso de estas nuevas y sofisticadas tecnologías, es, antes que nada, preocupante.

Igualar progreso social con una innovación tecnológica omnipotente y neutral permite naturalizar y despolitizar la ideología del neoliberalismo. Es el mensaje que esconde el eslogan de Apple: Think Different. Todo lo que necesitas es inspiración, motivación y emprendimiento. Mediante lo que Morozov define como solucionismo tecnológico, esta ideología de la innovación se ofrece como garantía automática de progreso social, a la vez que oculta su estrecho vínculo con la expansión del colonialismo tecnológico y militar.

La ideología solucionista se proyecta fácilmente hacia cualquier parcela social y cultural. En el libro Nueva ilustración radical, Marina Garcés señala que "la educación, el saber y la ciencia se hunden también, hoy, en un desprestigio del que solo pueden salvarse si se muestran capaces de ofrecer soluciones concretas a la sociedad". "El solucionismo es la coartada de un saber que ha perdido la atribución de hacernos mejores", […] "y por eso le pedimos soluciones y nada más que soluciones".

La guerra en Ucrania por la invasión de Rusia y el genocidio al pueblo palestino por el gobierno de Israel son ejemplos de cómo la ideología de la innovación y del progreso modula nuestras condenas desde el contexto universitario y de investigación. Los manifiestos oficiales universitarios que en febrero y marzo de 2022 ofrecían claras y unívocas condenas a la invasión rusa, asistidas junto a programas de acogida de investigadores ucranianos, durante el ataque al pueblo palestino se han convertido en "neutrales" y "apolíticas" muestras de rechazo a una violencia bilateral y una defensa de la paz universal, esquivando la condena explícita al genocidio al pueblo palestino y la masacre humana en Gaza. Unas instituciones universitarias que ahora se niegan a romper relaciones con un estado, Israel, que mata sistemáticamente a niños y ancianos en hospitales, escuelas y campos de refugiados. Un estado, Israel, que desabastece de recursos esenciales como el agua potable a la población civil, cuyo ministro de Defensa calificó como animales humanos.

Manifestación de estudiantes en València a favor del pueblo palestino, el pasado octubre. Foto: ROBER SOLSONA/EP

¿Es este el progreso del que habla la ideología de la innovación? ¿Es este el progreso que quiere implantar la universidad, entendida ya solo como simple institución de defensa y consolidación del solucionismo tecnológico? ¿Es esta la tecnología que queremos desarrollar desde nuestros departamentos y centros de investigación? Tecnologías entendidas como "soluciones neutrales" que en el último término de su integración social se usan para degradar la democracia por vías digitales, reducir la posibilidad de futuro en nuestro planeta a través de continuas estrategias de extracción de recursos naturales y políticas neocoloniales, o directamente para asesinar a niños y ancianos cuya ofensa ha sido tener un tono de piel diferente y querer vivir en la tierra donde nacieron, amparados por el derecho y la legalidad internacional.

Franco 'Bifo' Berardi nos advierte: "La palabra progreso ya no significa más que la acumulación de capital". Es esta y no otra la idea de progreso que se defiende desde la ideología política extrema del solucionismo tecnológico. Sin embargo, la respuesta crítica no debería manifestarse como rechazo absoluto a la tecnología. Yves Citton, en el libro El eclipse de la atención, coordinado por Amador Fernández-Savater y Oier Etxeberría, señala que "más que la tecnología en sí es el contexto de su utilización lo que plantea problemas". Podríamos encontrar una contestación a este solucionismo en unas palabras pronunciadas por el propio Salvador Allende durante la misma batalla de Chile: "Tenemos derecho a diseñar nuestras propias soluciones".

Esta será una de las puertas que nos permitirá iniciar el camino de la disidencia y la objeción, también dentro del sector de la universidad, la ciencia, la investigación y la tecnología. Pasar de ser sujetos que son, en palabras de Berardi, "la fábrica de la producción virtual", reducidos como abnegados y obedientes empleados e investigadores precarios del sistema credencialista y meritocrático, a ser sujetos que demandan y exigen control y soberanía sobre qué y cómo quieren producir la ciencia y la investigación, entendida siempre dentro de un contexto político y social amplio, permeable y pleno de deseo por un futuro compartido.

La receta que podemos construir mediante la activación de nuestra imaginación colectiva e investigadora puede recoger todas las palabras de colegas académicas, políticas, trabajadoras, estudiantes… que forman la base de nuestras instituciones universitarias. Palabras que tejen otros manifiestos universitarios no oficiales, escritos desde abajo. Es el caso de la Declaración desde las Universidades del Estado español en apoyo al Pueblo Palestino firmada por trabajadoras, trabajadores y estudiantes de las universidades de los diversos territorios del Estado español. También, del manifiesto redactado por la agrupación de organizaciones estudiantiles y sindicales Universitat de València Combativa, y la Carta a las Autoridades Universitarias dirigida a toda la comunidad académica. O, desde el ámbito internacional, la Carta de académicxs por Palestina dirigida a los gobiernos progresistas y coordinada desde América Latina, entre otros.

Existe una soberanía investigadora, científica, tecnológica y universitaria que se aleja de la política extrema de la neutralidad o el silencio ante la barbarie, así como del bloqueo ejercido contra cualquier manifestación de sensibilidad, decencia humana y construcción de futuro. ¿No era esta la tarea principal de la universidad?

Guillermo Muñoz Matutano es especialista en el desarrollo de tecnologías cuánticas con semiconductores en la Universitat de València. Miembro de la coordinadora estatal Marea Roja de la Investigación

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