La fragmentación política que vive el país, a escasas semanas de la múltiple convocatoria electoral de abril y mayo, plantea numerosas dudas a los electores, tanto a quienes todavía no han decidido su voto, pero también a quienes elaboran las encuestas
ALICANTE. Hasta hace poco más de un mes, Antonio Alaminos Chica —catedrático de Sociología Matemática de la Universidad de Alicante— era, desde julio de 2018, el encargado del diseño y la supervisión de los estudios de opinión pública del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Era el responsable de coordinar las áreas de campo, cuantificación, muestreo, visión de cuestionario y tabulación. «Toda una serie de áreas que tienen que ver a la hora de realizar un estudio de opinión pública», según explica. Pero la soledad de Madrid le pudo. «Fueron ocho meses alejados de mi familia y necesitaba volver», razona. Ahora, tras dejarlo el pasado mes de marzo, ya en su despacho del campus de la Universidad de Alicante, explica cómo fue la experiencia y cuáles serán las tendencias de voto en las próximas elecciones tanto generales como autonómicas.
— ¿Están las encuestas en entredicho porque pocas veces aciertan?
— Las encuestas están siempre en entredicho, porque las encuestas no están para acertar. Ese es un error bastante flagrante. En el momento en que publicas una estimación de voto, aunque la hayas hecho correctamente, todos los partidos van a hacer todo lo posible para que eso no sea así, máxime si es plena campaña electoral. Al que le va bien, porque quiere que le vaya mejor, al que le va mal, porque quiere mejorar sus resultados. Estamos diciendo que la campaña electoral va a tener un peso muy importante, como lo tuvo en 2015 y 2016, pues todavía hay mucha gente que no sabe qué votará y otros muchos saben ni siquiera si irán a votar. Las campañas trabajan contra las encuestas y, de alguna manera, los resultados no invalidan la encuesta, sino que miden la eficacia de una campaña electoral. Una cosa es la prospectiva, es decir, los escenarios posibles, y otra cosa, muy diferente, es la medición del estado del sistema electoral. Y lo que está haciendo el CIS es una medición de los electorados, sin incluir las dinámicas futuras. No se trata de que las encuestas fallen, sino que por su propia definición se lucha en todas las campañas para cambiarlas. Si la estimación que va a hacer el CIS cuadrara exactamente con los resultados, significaría que la campaña ha fracasado, porque no han conseguido mover una décima de lo que la gente piensa.
— ¿Ha cambiado la gente el momento de decidir el voto? ¿Se retrasa más la decisión?
— No, no siempre ha sido así. Y eso afecta a los procedimientos que se utilizan. Antes el voto estaba mucho más anclado y el modelo era muy simple porque tenías a los dos grandes, PP y PSOE, y a Izquierda Unida vertebrando a la izquierda, y los nacionalistas a la derecha. Todos los mecanismos consistían en la movilización: si controlabas la movilización tenías una proyección casi perfecta. Eran tendencias que iban erosionando participaciones o movilizándolas. Controlando participación, controlabas los resultados. Pero desde 2011, cuando aparece Podemos, la situación es diferente, como cuando posteriormente ha aparecido Vox. El eje ya no está en las tendencias, sino que ahora la continuidad entre partidos hace que la cosa no sea tanto de tendencias, sino de dinámicas. En los espacios de solapamiento es donde se está jugando las elecciones, tanto hacia dónde van a votar como si votan o se abstienen. La cosa se ha complicado mucho más: no solo hay que modelar una participación y/o abstención para dos grandes partidos, sino trabajar qué probabilidades hay de que un votante caiga hacia un partido u otro. Ahora, con los votantes transferidos de un partido a otro y las probabilidades, no sabes de qué lado caerán finalmente. Admiten que transfieren voto, pero el voto puede caer en cualquier lado de la balanza. El modelado no va por tendencias, sino en volatilidad en espacios entre partidos. Y esa volatilidad que va por cuatro es tremenda: hay que saber si va a ir o no a votar y en qué lado va a caer el voto.
Actualmente, lo más que se puede hacer con los métodos que se están utilizando es hacer una buena medición del estado del sistema, incluyendo la incertidumbre de los que no saben dónde van a caer. Hacer una prospectiva es muy difícil: no hay tendencias, no hay inercias, hay probabilidad de cambio.
— Es decir; ¿que no hay nada seguro?
— Lo único seguro es el voto fijo o fiel a un partido, lo que pasa es que la volatilidad entre partidos es muy elevada y eso hace que haya mucha dependencia potente de la campaña electoral. Si la campaña lleva al indeciso a su orilla, la han ganado. Se depende mucho de los electores solapados, y la probabilidad de caer hacia un lado u otro, depende de la información externa: un mal movimiento de un político o una campaña que esté mal enfocada hace que se vaya directamente hacia el otro lado.
— Penalizan más los errores que los aciertos…
— Penalizan más los errores, porque cuando estás eligiendo entre dos, el que menos errores comete es el que te lleva a su lado. Por eso, actualmente, los partidos están siendo muy medidos.
— ¿Es comparable el fenómeno de Vox al de Podemos?
— No son comparables, ni siquiera por tamaño, ni por la naturaleza del movimiento. Podemos es la reacción de un malestar que empezó en la Puerta del Sol, masivo, difuso, que vertebró a muchos perfiles de jóvenes, de desempleados, de malestar con la corrupción política… y era un perfil muy diferente al de Vox, que es una reacción mucho más segmentada, perfilada ideológicamente. No tienen nada que ver en su naturaleza. Y dudo mucho que en magnitud tampoco.
— ¿Por qué se produce el fenómeno Vox?
— Pues porque se le da mucha visibilidad en Andalucía. Además, el contexto de Andalucía fue de una participación muy baja, lo cual incrementó la visibilidad de Vox, que era la gran sorpresa. El efecto por sorpresa le benefició tremendamente. Baja participación, más fragmentación y efecto sorpresa, le benefició. Pero ahora, ya no la hay porque a Vox se le ve venir y va a haber una reacción más potente del electorado.
Las horquillas de participación van entre el 67 y 69%; son participaciones próximas al año 2016, que fue una aberración dentro del sistema de elecciones en España (no es una referencia, fue algo atípico). En el momento que la participación se mueva a lo estándar, por encima del 75 ó del 77%, Vox se va a redimensionar en función de la participación.
Vox tenía dos puntos de fuga: uno era el populismo estándar, con su no a la inmigración porque nos quitan los trabajos, la corrupción de los políticos o poniendo un eje más potente, como Cataluña-España. Si hubiera cogido la bandera de populismo neto, Vox tendría más desarrollo, pero al coger la bandera de un populismo más nacionalista, más de perfiles basados en la tradición, mi impresión es que se acortarán sus alas. En mi opinión, Vox está sobreestimado actualmente.
— Podemos era un movimiento muy visible en la calle, pero a Vox no se le ve en la calle…
— Vox tiene una visibilidad de menor aceptación social. Que a Vox se le vea es cometer errores. Con un Vox más invisible, y moviéndose por los nichos que le puedan seguir por los medios, le es más beneficioso. Juega con ese doble terreno: no mucha visibilidad y sí potenciar el mensaje en aquellos en los que tienen adeptos. De todas maneras, el fenómeno Podemos era algo muy diferente en alcance y durabilidad. En febrero, Vox tenía una intención de voto de un 6%, del que el 2,4% es voto de extrema derecha, mientras que el resto era transferencia de PP o Ciudadanos. Vox está con un electorado neto de un tercio, lo demás es volatilidad y transferencia. Ahora falta saber si son capaces de anclar esos traspasos. Parte de su sufflé viene de la transferencia de voto de PP y Cs, porque siempre ha estado con una intención de voto del 0,5%, en el apartado Otros partidos, y es más del PP que de Cs. Es un partido potencialmente muy frágil.
«Antes las elecciones se decidían en la movilización, ahora en los espacios de solapamiento entre partidos»
— ¿Hay gente de Podemos que puede acabar votando a Vox?
— No. Son casos muy aislados. No tiene consistencia técnica.
— ¿La fragmentación política va a ser algo puntual o viene para quedarse?
— Va a ser algo puntual; es decir, está claro que no se va a quedar. El sistema se va a volver a reestructurar en dos grandes y en dos pequeños, o algo así. No va a durar porque el electorado español no está acostumbrado y esto es consecuencia de una reacción a una circunstancia específica: hay que recordar lo que fue la crisis de 2007 y 2008, una crisis económica brutal, más las promesas del PP en campaña antes de 2011 sobre bajar impuestos y crear empleo. Después llegó al Gobierno y deshizo todas esas promesas que hizo. Eso fue un desencanto brutal. Ahí se juntaron los que venían quemados del PSOE con los del PP, y los que buscaban una estrategia alternativa. Llegó esta gente, que venía sin nada detrás y movilizaron. Ahora ya han construido una historia: tanto Podemos como Ciudadanos tienen una imagen. Mi impresión, que coincide con otros analistas viejos, es que las dinámicas van a volver a reestructurar el sistema.
¿Hasta qué punto Cataluña puede condicionar el sistema?
— Siempre lo ha condicionado, es algo tradicional. Los catalanes se han adelantado tres generaciones: si hubiesen aguantado con la misma estrategia, hubieran tenido mayorías abrumadoras en los referéndums que han hecho. Pero, por los motivos que sean, se han precipitado. Les ha faltado mínimo una o dos generaciones para tener una posición firme y sólida. En términos electorales, está claro que PP y Cs, compitiendo por la aplicación del artículo 155 de manera permanente, no están haciendo una gran campaña en Cataluña. Si miras los problemas de España, Cataluña fue una construcción mediática: estuvo en lo más alto durante unos meses, y después volvió a caer. Ya no hay campaña mediática ni política que dé visibilidad al caso catalán. Vuelve a ser un problema ínfimo. Ya no hay medios haciendo monográficos. El problema catalán tiene ahora un peso menor de lo que tenía en ese momento de fiebre. Ciudadanos, que agrupó voto útil, es evidente que no ha hecho nada, lo cual significa que va a tener un castigo electoral importante. Allí, el PP no tiene mucho futuro, ya lo saben, y Cs está en reflujo, así que el camino va a quedar despejado para los ámbitos más de izquierda. Como temática de campaña, mi opinión como profesional es que va a tener un impacto limitado. Ha ayudado a perfilar la imagen de los partidos, pero en la práctica no va a ir mucho más allá.
— ¿Qué puede pasar en la Comunitat Valenciana?
— Por ejemplo, Compromís hubiera tenido más solidez si las elecciones autonómicas y las generales se hubieran convocado por separado. El PSPV siempre ha tenido mejores resultados en las elecciones generales, pero en la Comunitat lo que prima es el regionalismo. No el independentismo ni el nacionalismo, sino un regionalismo potente. En todas las encuestas, si ves cómo quieren los valencianos que se organice España, lo que se ve es que la gente se siente valenciana y española a la vez. El Gobierno del Botànic ha tenido un signo propio, un valencianismo en un sentido opuesto al regionalismo que aplicaba el PP.
«Una encuesta debe captar la mayor heterogeneidad posible. ¿Hay mentirosos? Por supuesto. La cuestión es saber hasta qué punto»
De haberse separado las elecciones, ese acento hubiera perjudicado al PSPV, pero lo que va a predominar finalmente son los temas y la agenda de los comicios generales. Además, la visita de líderes nacionales va a ser más intensa y su significado difiere mucho respecto a si las elecciones fueran por separado. De esta manera, se van a aproximar las participaciones y diluye el perfil que para algunos electorados ha cogido el PSPV en el sentido valencianista.
— Pero ¿volverá a ser el mapa electoral valenciano a cinco o seis partidos?
— Podemos tiene difícil aguantar: en la Comunitat Valenciana tiene una trayectoria que todos conocemos, cambiando de liderazgos, con personas de fuera, sin perfil propio… Las posiciones que ha ocupado la organización han sido muy frágiles, periféricas, sin una visibilidad directa. La previsión es que Podemos baje. Por la derecha, falta por ver si Ciudadanos puede morder parte del electorado del PP con la cuestión de la regeneración. Esa es la gran incógnita, tanto en la Comunitat como en el resto de España. Y hasta qué punto Vox tendrá espacio también está por ver. Sin datos, todo son especulaciones.
— Por último, ¿la gente dice la verdad a las encuestas o miente?
— Pasa de todo. La cuestión es la misma: hasta qué punto el agregado es significativo. En los años ochenta, el voto oculto del PP era un voto avergonzado. Recuerda que antes era AP y tenía toques franquistas. El voto de derechas era un voto que se avergonzaba, que se ocultaba…
Después hay otro tipo de fenómenos, que son más fragmentarios. Si una encuesta es buena, tiene que tener de todo porque en la sociedad hay de todo. Si la encuesta solo recoge la opinión de la buena gente, estás perdido, porque la sociedad es heterogénea. Una encuesta debe captar la mayor heterogeneidad posible. ¿Hay mentirosos? Por supuesto. La cuestión es saber hasta qué punto tú te crees lo que la gente está diciendo y si estableces controles para ello.
La otra cuestión es que una encuesta infravalora la participación, porque la gente que no quiere contestar te deja fuera segmentos de población abstencionista. Es decir, que la abstención está infrarrepresentada en cualquier encuesta.
VALENCIA.- El CIS se ha llevado muchos titulares en los últimos meses. En primer lugar, por tener como director a José Félix Tezanos, miembro de la ejecutiva del PSOE. Y, en segundo, por el cambio de método; es decir, publicar la intención de voto directa, más simpatía, sin tipo de cocina (anteriormente, se utilizaba el modelo de ponderación por recuerdo). «La polémica que hubo tenía que ver con la transparencia. Una cosa que está muy clara, y que figuraba entre los compromisos que acepté para ir al CIS, es que una institución pública no podía mantener en secreto los procedimientos a través de los cuales operaba sobre los datos; era una cosa difícil de justificar. Los datos tienen que ser públicos y transparentes, y cualquier modificación que se haga debe contarse cómo se ha llegado. Ningún científico publicaría unos resultados sin saber cómo ha llegado a ello», explica Antonio Alaminos.
Pero además de la transparencia, el catedrático de la UA explica que se tuvieron que introducir más cambios. «Que se iba a explicar lo que se estaba haciendo era una de las premisas que debíamos hacer. Ese era un primer paso. El segundo paso era decidir cómo operÁbamos, si manteníamos el modelo anterior o aplicábamos uno nuevo. Los modelos que tiene el CIS, que son cinco, no eran pertinentes para la situación actual, pues es muy volátil. Los modelos anteriores frenaban los cambios de manera muy sustantiva. A falta de un nuevo modelo, se optó por publicar los datos brutos. Y en una primera fase, en septiembre y octubre de 2018, se optó por publicar lo datos brutos sobre un escenario: la intención de voto, más las personas que no sabían qué hacer aún. Así, en una dinámica de movimiento, se apostó por incluir los procedimientos de la gente que todavía no sabe qué hacer en unas elecciones. Entonces, para no irnos muy lejos a lo que hacía el CIS tradicionalmente, usamos la imputación de la simpatía. Así que en principio se optó por la fórmula de intención de voto más simpatía, que es una variable que siempre se publicó en el CIS; pero como hubo mucho debate sobre si la simpatía podía beneficiar a un partido u otro, se había quitado la simpatía y se había optado por la intención directa de voto».
Alaminos sostiene que este modelo ya se utilizó en el CIS con anterioridad. «Lo más interesante de esto es que no se ha puesto información adicional que ya estuviera en los anteriores estudios del CIS. Lo que sucede es que la intención de voto hace un buen seguimiento del cambio social, un mejor reflejo porque no lo ponderas con el pasado. En relación con los modelos que utilizaban las empresas y algunos partidos, lo que implicaba es que alejaba la situación del PP y de PSOE. En los modelos de los medios de comunicación, los aproximaba; el CIS los separaba». Por ello, el profesor de la Universidad de Alicante sostiene que «gran parte de la tormenta no es tanto atacar al CIS, que es muy transparente, sino desviar la atención sobre lo que estaban publicando los medios de comunicación que era una información opaca; es decir, que se habían manipulado los datos, pero nadie quería decir cómo se habían manipulado. Si no lo dicen, se sabe qué relación tienen los datos originales y la publicación final. Ese vicio lo siguen manteniendo las empresas de opinión pública», concluye.
Alaminos recuerda, por ejemplo, que en Francia existe un comité de encuestas. Y todos los sondeos que hacen los medios de comunicación se los somete al dictamen del consejo. «Este consejo no entra en qué resultados ha dado, solo entra en saber si los procedimientos metodológicos y las operaciones matemáticas son correctas», detalla. En España, añade, «nadie puede garantizar que las operaciones estadísticas que se hagan sobre los datos sean correctas. En el CIS, si te equivocas, los colegas te lo dirán rápidamente. En las empresas, si operan de forma opaca, solo digieres lo que estás haciendo. Casi todos los medios publican estimación de voto, que es una manera de confundir a la gente, pues una cosa es la intención directa de voto y otra es lo que la empresa estima. La estimación es el dato manipulado». A su juicio, «no hay guerra dentro del sector. Cuando a una empresa se le obligue a contar cómo lo hace, corremos el riesgo de que las carcajadas lleguen lejos. Ahora bien, mientras operas opaco, no hay problema: puedes decir lo que quieras, equivocarte como quieras, etcétera. Cuando operas transparente, todos los pasos tienen que ir muy medidos, lo debes explicar todo muy bien. Y eso es lo que ha hecho el CIS durante esta última etapa. La dinámica va hacia la transparencia», defiende Alaminos.
* Esta entrevista se publicó originalmente en el número 25 de la edición alicantina de la revista Plaza