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Aprender o desaprender en las aulas digitales

24/09/2015 - 

El informe sobre “Estudiantes, Ordenadores y Aprendizaje” que recientemente acaba de publicar la OCDE arroja datos muy interesantes que corroboran lo que muchos docentes venimos argumentando desde hace tiempo: Que el uso de la tecnología en sí mismo no garantiza a los alumnos mejores resultados académicos.

Una de las conclusiones a la que llega esta publicación, centrada en estudiantes europeos de quince años, asegura que los países que han realizado una fuerte inversión tecnológica en Educación no han obtenido “ninguna mejora notable” en sus resultados académicos. Si esta idea queda descontextualizada puede hacernos pensar que la tecnología no es recomendable para optimizar la formación de nuestros hijos.

Sin embargo, estas llamadas de atención merecen una explicación más profunda para poder visualizar el escenario completo. En primer lugar debemos tener en cuenta que los desafíos a los que la sociedad se enfrenta ahora, en torno a las nuevas tecnologías y la educación, no difieren demasiado de los que en otras etapas se dirimieron alrededor de otros avances científicos, técnicos o industriales que, finalmente, terminaron transformando a la sociedad. En ese sentido, la historia nos confirma que toda innovación necesita una apuesta pedagógica y didáctica que oriente a la población y le explique las ventajas que le puede reportar esta mejora en sus vidas. Si esto no es así sabemos que su mal uso puede provocar riesgos y peligros, sobre todo al ecosistema infantil que está siempre más indefenso.

Desde mi propia experiencia docente, cuando decidimos hace ya cinco años dar un paso adelante en el terreno tecnológico educativo, planteamos cursos de formación a los profesores de modo que supiesen cómo administrar y gestionar esta nueva etapa, así como adaptar técnicamente el colegio a esa novedad digital. A partir de ahí pusimos en marcha una metodología apropiada a nuestro sistema curricular y creamos un departamento TIC que garantizase el uso responsable de las nuevas tecnologías y la seguridad de todos.

Este cambio impulsó al profesorado a reciclarse y a impartir un programa de clases más dinámico y motivador para los alumnos. Nuestras primeras valoraciones nos advertían de que el acercamiento al universo digital no estaba concebido exclusivamente para mejorar resultados académicos sino que, inicialmente, fomentaba habilidades y actitudes en los educandos. La creatividad, la participación, el trabajo en equipo, la motivación, la reflexión, la investigación y el pensamiento crítico, eran destrezas que en su día a día los jóvenes iban incrementando, y consecuentemente, sus resultados académicos mejoraban en muchos casos.

A lo largo de estos años hemos aprendido que si la innovación es proporcional a las necesidades del centro escolar, y viene acompañada de una enseñanza comprometida, ésta puede ser un complemento educativo muy estimulante y enriquecedor para el aprendizaje. En ese equilibrio de fuerzas las humanidades tienen un peso específico porque la verdadera revolución no se encuentra en los dispositivos sino en el conocimiento aplicado, en los contenidos y en cómo se disponen estos para que el alumno se forme como una persona reflexiva.

En definitiva, un colegio no puede situarse de espaldas a la realidad tecnológica que a diario viven sus alumnos fuera de las aulas. Y tampoco puede simular una apuesta engañosa por la digitalización porque al final los resultados anuales lo van a dejar en evidencia. Parece innegable que cuando la propuesta educativa obedece y cumple un plan rector pedagógico, la tecnología se muestra como un apoyo incuestionable para cosechar buenos estudiantes. De esta forma, cuando emprenden su carrera universitaria, y más tarde la profesional, cuentan con recursos suficientes para situarse en terrenos de liderazgo.

*Amparo Gil es Directora de Caxton College

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