Mongolia es, sin duda, un país especial. Y entre los países asiáticos que visité estos últimos años fue curiosamente e inesperadamente uno de los que me dejó más huella. Quizás por estar residiendo aquellos años en China (que se caracteriza, entre otras cosas, por una densidad de la población más que notable), el contraste que se crea en el vacío que rodea al viajero pocos kilómetros después de dejar atrás su capital, Ulan Bator, nos pareció tremendamente impactante.
Mongolia está rodeada de cierto misterio. En este sentido sus noticias no aparecen en primera plana de ningún periódico, el desconocimiento, o más bien, la ignorancia del público sobre este país es generalizado. Y sin embargo se trata de un país con muchos elementos fascinantes.
En primer lugar, su historia y circunstancias. A este respecto, una de las partes más importantes de su historia está ligada a la enorme figura de Gengis Khan. Es un personaje que alcanza dimensiones mitológicas. En efecto, es fácil encontrar estatuas de Gengis Kan en numerosos lugares del país siendo la más memorable la que se ubica en la orilla del río Tuul a 50 kilómetros escasos al este de Ulan Bator. Se trata, como no, de una estatua ecuestre que simboliza toda su potencia en sus 40 metros de altura. Durante el siglo XIII Gengis Khan y sus descendientes crearon el segundo imperio con más extensión de la historia y el más grande situado en territorios continuos. En su momento de esplendor, llegó a tener una superficie de 33 millones de km2 extendiendo su dominio desde Europa Occidental, el río Danubio, hasta la península de Corea alcanzando su población los 100 millones de habitantes. Nadie se explica cómo fueron tan exitosos sin tener casi armaduras, con unos caballos de unas dimensiones pequeñas y con un número muy inferior al de los ejércitos con los que se enfrentaron. Algunos estudios apuntan a que fue clave un eficaz sistema de comunicaciones, la implantación de originales estrategias de combate y, también, una disciplina total. Es cierto que dicha expansión supuso la muerte de otros 40 millones de personas (lo que pudo suponer en aquella época prácticamente en 10% de su población mundial) aterrorizando a las poblaciones que los padecieron. Los mongoles no construyeron gran cosa y un siglo después volvieron a replegarse en sus interminables estepas centroasiáticas.
Desde entonces, Mongolia se ha convertido en tributaria de sus gigantescos vecinos entre los que vive encajonada: China (con lo que comparte 4.672 km de frontera) y Rusia (3.485 km de frontera). China la ha explotado como una colonia durante los más de 200 años (de hecho existe una región de China limítrofe que se llama Mongolia Interior frente a Mongolia Exterior lo que evidencia cierta homogeneidad). Por otro lado, Rusia ha marcado la dimensión política del país durante todo el siglo XX. En este sentido, se introdujo el alfabeto cirílico (aunque ahora las autoridades están tratando de recuperar el viejo alfabeto mongol que se caracteriza por ser de los pocos que se leen en dirección vertical), las élites mongolas tenían clara simpatía e inclinación por Moscú donde muchos estudiaron pasando a convertirse en un estado satélite de URSS. Esta dependencia hizo a Mongolia especialmente frágil al proceder cerca del 40% de su PIB de inversiones rusas. Por esta razón el colapso de la URSS a principios de los años 90 golpeó a Mongolia de forma muy especial al perder a su único apoyo financiero y económico real en el exterior. Fueron años en los que se produjeron cambios muy relevantes en sus relaciones con sus dos vecinos. El objetivo, a pesar de la desconfianza mutua, era tratar de tener relaciones cercanas y pacíficas tanto con China como con Rusia. Se promulgó en 1992 de forma pacífica, y esto algo especialmente destacable, una nueva constitución que aseguraba un sistema democrático, la economía de mercado a través del reconocimiento de la propiedad privada y contemplaba a la figura del Presidente del país como un cargo susceptible de ser elegido por sufragio universal. Siendo una democracia incipiente se puede afirmar que la victoria de los opositores al partido comunista en 1996 permitió la consolidación del sistema. Esto no significa que su historia reciente no haya estado exenta de episodios de tensión sobre todo por las numerosos prácticas corruptas de algunos de sus dirigentes pero, en general, es admirable que se haya realizado el tránsito a la democracia sin derramamientos de sangre. Como resultado de esa transición en Mongolia existe en la actualidad un sistema que se podría calificarse de mixto cercano, a su forma, con la socialdemocracia: hay un mercado libre, importantes ayudas en materia sanitaria y educación pública.
En segundo lugar, son especialmente interesantes los retos a los que se enfrenta el país asiático. La normalización de las relaciones con China y el regreso de los inversores rusos permitió que Mongolia fuese uno de los países con mayor crecimiento del mundo entre los 2000 y 2006 alcanzando tasas de hasta el 17% del PIB. Sin embargo su auge provenía de un sector que constituía la piedra angular de su economía: las actividades de minería. En efecto, cuenta con reservas de oro, cobre, uranio y carbón no explotadas e incluso vírgenes. En aquellos años, la economía mongola estaba fundamentada en más del 86% en su riqueza minera y sus recursos extractivos. Sin embargo, a partir de 2014, se produce una contracción notable de la demanda China junto con la caída generalizada del precio de las materias primas. Esto hizo que en 2016 el incremento del PIB mongo se situase en un decepcionante 1,6%.
Por lo tanto es necesario desarrollar nuevas actividades económicas que aseguren un crecimiento más equilibrado y estable. En este sentido el sector servicios en general tiene un enorme recorrido ya que todavía se encuentra en una fase muy incipiente. Además Mongolia tiene un potencial turístico considerable: sus enormes y espectaculares paisajes, la singularidad de su cultura nómada, la influencia del budismo tibetano en la población y sus actividades de aventura la convierten en un destino atractivo, diferente y intenso.
Sin embargo existe una carencia básica que afecta al normal desarrollo de cualquier actividad en el país asiático. Me refiero a su muy deficiente red de infraestructuras de transporte que impacta negativamente en sus costes de producción en general y en especial en sus actividades extractivas. Y es aquí donde las empresas españolas podrían encontrar oportunidades de negocio no desdeñables. Resulta necesaria la construcción de carreteras y sobre todo actualizar y modernizar su deficiente red ferroviaria. De hecho, se han organizado por parte del servicio exterior español misiones comerciales y de inversión en Ulan Bator en las que han participado empresas españolas relevantes del sector de infraestructuras (recuerdo una en la que participé en 2014) todavía con un éxito relativo. Conviene perseverar.
Por otro lado, es igualmente prioritario que se proceda a diversificar el destino de sus productos de exportación (de naturaleza esencialmente extractiva). La subordinación a China ha tenido consecuencias nefastas. Se debe realizar un esfuerzo notable por el empresariado mongol y por sus autoridades en buscar otros mercados consumidores de sus productos. La India puede ser una alternativa. También Indonesia.
Además, se da una cuestión singular de la idiosincrasia mongola que tiene un efecto perturbador. Así, nos encontramos con un país grande (tres veces España) con una población que excede ligeramente los tres millones de habitantes y con casi la mitad de su población concentrada en su capital, Ulan Bator. Esta circunstancia ha provocado que sea una de las ciudades más contaminadas del mundo al seguirse usando el carbón para la calefacción en invierno. Y el invierno mongol es especialmente riguroso. Por lo tanto, la implantación de energías limpias resulta igualmente necesaria.
Finalmente procede resaltar que, si bien se han realizado esfuerzos, es indispensable seguir desarrollando un marco legal serio, transparente y que constituya un estímulo para las inversiones extranjeras. En efecto los niveles de corrupción siguen siendo preocupantes.
Mongolia, es pues un destino todavía desconocido para el empresariado español, pero que puede ofrecer oportunidades de negocio relevantes para algunos sectores como el de infraestructuras y energías renovables que convendría considerar.