VALÈNCIA. En 1922, cuando la gripe española seguía golpeando a la población y el valor de la naranja repuntaba como antídoto vitamínico, en Sumacàrcer, el Conde de Torrefiel abría un almacén para canalizar su expansión cítrica.
En 2002, cuando al Palau de l’Exposició de València se le sacaba brillo, una colla de tres veinteañeros recientes se encontraba ante decenas de cajas de naranjas, repletas de unas piezas bien duras. ‘Mosaico Nolla, de Meliana’, les decía la contrata. Por delante, como un puzzle infinito, el desafío de montar un damero en el suelo con cerca de 80.000 unidades. Uno de esos tres, Salva Escrivà, en origen restaurador de vidrieras, recuerda el instante: “no sabíamos cómo colocarlo, no sabíamos lo que teníamos. Así que comenzamos contabilizando. Con la ayuda de un par de fotografías antiguas y un amigo delineante, ajustamos el dibujo al material que teníamos”. Siete meses después las 80.000 piezas, el ‘puzzle’, tomaron cuerpo.
2020. En uno de los bordes de Sumacàrcer, rodeado de naranjos formando un manto tupido, Salva, aquel veinteañero del Palau Exposició, trabaja cada día en el viejo almacén agrícola de 1922. Ahora está ‘regando’ una alfombra de piezas Nolla, una geometría encajada. Tras mucho buscar, tras desear naves históricas inaccesibles, fue en Sumacàrcer donde encontró este espacio diáfano de cerca de quinientos metros. Cerrado cuarenta años, hoy ejerce de factoría donde reviven miles de piezas. “Es como una réplica en miniatura de Mosaicos Nolla”; señala Escrivà.
Es, sobre todo, un símbolo de recuperación de un valor patrimonial que quizá ahora, tras generaciones de silencio, rebrota con fuerza.