VALÈNCIA. Al entrar al Museu de Belles Arts de València, un precioso suelo de mármol blanco da la bienvenida a los visitantes. Es casi transparente, un poco frío y está bien pulido. Sus detalles irregulares suelen pasar desapercibidos, porque el recibidor del museo está lleno de piezas que se llevan toda la atención, como la escultura Enigma de Pinazo o el cuadro monumental El buque fantasma de Degraín que preside la sala. El suelo del museo queda en segundo plano, aunque el oficio del marmolista es clave para el museo tenga una estética cuidada.
El piso, ese gran ignorado, puede contar una parte fundamental de la historia de un lugar. Una parte del relato desconocida e invisible para muchos, pero que a los ojos del director del Museu de Belles Arts e historiador del arte, Pablo González Tornel, desvela una parte crucial de la historia de un espacio. Dentro de los cuadros, los suelos son un elemento más para comprender a qué época pertenecen las pinturas, conocer quiénes las hacen y aprender sobre cómo las presentan al mundo. Es más, sirven para mostrar signos de riqueza y hasta emblemas familiares, símbolos que resultan clave para estudiarlas y clasificarlas.
Hoy nos proponemos analizar el cielo en la tierra dentro del arte, esta parte de la historia del arte que surge al mirarse a los pies, a través de algunas de las piezas que brillan en la Sala de los Retablos. Un análisis que nace gracias a ver el museo con otros ojos, observar y analizar detalles que a quienes pasean por el museo de forma habitual, tal vez, se le pasan por alto pero que gracias a una mirada amiga se pueden descubrir por completo.

- Tránsito de la Virgen de Joan Reixach -
- Imagen cedida por el Museu de Belles Arts
El recorrido nos lleva por tres períodos artísticos ordenados de forma cronológica: empezando por el gótico internacional, a principios del siglo XV; el periodo hispano-flamenco, de mediados del siglo XV y finalmente el tardogótico, de finales del siglo XV. En la parte final de la sala se encuentra la etapa renacentista, del siglo XVI, en la que los suelos se desdibujan para dar paso al pan de oro y los detalles en relieve, que sirven como “símbolos de riqueza” dentro de los cuadros, labor que antes ocuparían los suelos.
Ahora bien, ¿cómo puede un suelo representar riqueza? Tal y como lo explica Tornel los dibujos de las baldosas de los cuadros servían para “medir el estatus” de tal forma que no se modificara la narrativa del cuadro. Las cerámicas de Manises y Paterna -con sus característicos diseños- y los suelos cubiertos con alfombras de seda servían para indicar que el cuadro estaba pintado en un lugar donde abundaba la riqueza. “Los pavimentos y las baldosas de cerámica -o alfombras de seda- reflejan las manufacturas e industrias más relevantes del territorio. En el caso valenciano se trata de la seda y la cerámica de los talleres de Manises y Paterna. Para mostrar riqueza en los cuadros se incluyen en el suelo de los cuadros, porque nadie que no tenga mucho dinero puede permitirse estos elementos en su hogar”.
Y es que antes de que la pintura empezara a abusar de los pigmentos caros -como el pan de oro o el azul ultramar creado con azurita- la forma de representar el estatus no era más que pintar taulells y pavimentos de formas y colores diversos. Algunas de ellas, como las que pinta el valenciano Rodrigo de Osona en Cristo ante Pilato (ca. 1505) muestran también un símbolo heráldico. Un diseño manufacturado para una familia determinada, y uno de los encargos más sofisticados de la época. “Hay pavimentos de todo tipo, desde el básico modelo mocaoret -que se representa con dos triángulos- hasta emblemas familiares que son los más caros. En la época del período hispano-flamenco las mejores cerámicas de Europa provenían de València y quien podía ponerlas en su casa demostraba que tenía un nivel de vida muy refinado”.

- Cristo ante Pilato de Rodrigo de Osona (izq.) y Virgen del Gremio de Molineros de València de Maestro de Perea (dcha.) -
- Imágenes cedidas por el Museu de Belles Arts
Además, el dibujo de los suelos tiene parte de “trampa” para los pintores. Tal y como lo explica Tornel más allá de representar la riqueza servía a los pintores del gótico para generar profundidad. Lo hacen formando una trama en cuadrícula para generar una red de líneas proyectadas “que unifican y estructuran la concepción espacial, manifestando un conocimiento de la perspectiva con un único punto de fuga”. Un concepto introducido en València en el último cuarto del siglo XV por el italiano Paolo de San Leocadio y que se refleja perfectamente en piezas como Virgen del Gremio de Molineros de València de Maestro de Perea.
“El suelo sirve para dibujar las líneas de fuga, que ayudan a generar esa idea de profundidad y que permite generar esa sensación de espacio real. El suelo ayuda a que los protagonistas de los cuadros no sean una figura flotante y ayuda a los pintores que no dominan la perspectiva geométrica”, destaca Tornel. Una idea que conforme el visitante avanza a lo largo del pasillo -y entre el siglo XV y el XV- se va diluyendo dejando espacio a las pinturas en las que el pavimento se queda como adorno porque ya se maneja la perspectiva a través de los cuerpos y los objetos.

- Flagelación de Fernando Llanos (izq.) y Retablo de los Tres Reyes de Maestro de Perea (dcha.) -
- Imágenes cedidas por el Museu de Belles Arts
Buen ejemplo de esto es la Flagelación (ca. 1520) de Fernando Llanos -autor del retablo mayor de la catedral de València junto a Fernando Yáñez- en el que se introducen pilastras, capiteles y columnas que sirven para “articular el escenario” y darle forma. “Llanos viene directamente desde el taller de Leonardo da Vinci. Ya sabe controlar la perspectiva, pero sigue utilizando el pavimento como guía para marcar las líneas de fuga. La idea de tratar la pintura como si fuera una obra de orfebrería se queda en segundo plano, ya no hay que lucirse a través de estos símbolos. Poco a poco se hace más hincapié en la riqueza de los materiales que se emplean para pintar un cuadro, una obra de arte vale más o menos según los materiales que se emplean”.
Un cambio por el que se deja de mirar al suelo y se empieza a mirar hacia el cielo, y que se comprende perfectamente observando el retablo final que preside el pasillo de la sala: el Retablo de los Tres Reyes del Maestro de Perea. Si el visitante se acerca lo suficiente podrá ver en este cuadro -desde abajo- como sobresalen algunos emblemas y cómo la pintura brilla desde cualquier lado. La riqueza la marca la cantidad y la calidad de la pintura, que van de la mano. “Cuantos más brocados, alfombras y personajes aparecen, más riqueza tiene el cuadro. El cuadro además tiene volumen gracias a la pintura por pastillaje, en la que los elementos de orfebrería cuentan con un volumen especial gracias a la aplicación de una resina de relieve que hace que el arte sobresalga”.
Esta pieza, tal y como la describe Tornel, es la que muestra el claro triunfo del Renacimiento en València, y que da paso a la excelencia de pintores como Juan de Juanes, que se centra en el movimiento y reflejo de las telas. A lo largo del paseo -sobre el mármol del suelo del museo- hay un triunfo cada vez mayor de “la belleza por la belleza, y de la calidad del arte”. Lo que empezó por los suelos se elevó al cielo hasta llegar a traspasar los lienzos, demostrando la riqueza entre materiales caros y cuadros con volumen. Aun así, cabe destacar que cuando estos recursos no existían, había una forma única de comprender el estatus desde los pies, de presumir del suelo que se pisa gracias a sus emblemas, colores y formas que representan, de una forma muy peculiar, la riqueza.

- Predela con escenas de la Pasión de Cristo -
- Imagen cedida por el Museu de Belles Arts